La niebla cubría el espacio. Sus pasos en la gravilla desataban los gritos de los guijarros que, se esparcían por la vereda del parque.
No quería morir como las demás; le tenía cerca, resoplaba en su cuello el aliento de aquel monstruoso ser.
Pensó cómo moriría, sería por estrangulamiento, o cercenaría su cuello.
El olor a leña quemada de las chimeneas le confortó pensando que llegaría pronto a casa, entonces se concentró en esa idea, mientras exhalaba el vaho que se escapaba como un grito de terror.
En un intento de escapar de aquellas garras, giró rápidamente la esquina que la llevaría a buen recaudo; uno de sus tacones se clavó como una estaca, y tropezó cayendo al suelo, notó su presencia, no quiso mirar, se cubrió el rostro con sus manos temblorosas; y allí estaba junto a ella,-Señorita soy el sereno me preguntaba si se encuentra usted bien.
Texto: María Estévez