Leyendo ‘El viaje de Pau’ a los pies de la Munia. Foto: Lucía Pastor
Reflexionando sobre algunas de las cosas que me dijeron los lectores críticos con El viaje de Pau el sábado en la librería Espai Literari, me queda la sensación de que no estuve demasiado hábil a la hora de rebatirlas. Me faltó algo de frescura para defender mi trabajo. Escuché, tomé nota, pero quizás pequé de inexperto para contrarrestar algunas críticas muy consistentes para las que a posteriori sí he encontrado respuesta (o he creído hacerlo). Así que voy a utilizar mi blog para prolongar el debate.
Si habéis leído la crónica del “apedreamiento” recordaréis que entre las críticas que me hicieron se encontraban la poca profundidad de algunos personajes y el hecho de que las tramas paralelas que se abren en el curso de la historia acaban por resolverse rápido y rehuyendo el conflicto. Es decir, que acaban bien.
Me quedó la sensación de que existe una “corriente” de escritores y lectores que piensan que una novela sólo puede ser buena si cuenta con personajes atormentados o con matices “oscuros” y si las historias que aparecen tienden a ser dramáticas o al menos no tienen final “feliz”.
Vaya por delante que en mi opinión es muy discutible que El viaje de Pau tenga final feliz. De las varias tramas que se abren hay algunas que, efectivamente, acaban bien, pero otras no y varias de ellas se mantienen abiertas, de manera que es cada lector quien decide cómo cerrarlas.
El punto de partida de la novela tampoco creo que sea propio de un cuento de hadas, precisamente. Más allá del deseo del protagonista de cambiar de vida, lo cual no es ni bueno ni malo pero sí desde luego muy habitual, un abuelo abandonado por su familia y las víctimas desaparecidas del franquismo no me parecen situaciones propias de una novela ligera.
En cuanto a la profundidad y la falta de matices de los personajes, creo que habría que tener en cuenta que buena parte de la historia se desarrolla en apenas unas semanas, de manera que los personajes no pueden evolucionar demasiado. Más bien creo que las situaciones que viven hacen aflorar detalles de su forma de ser que permanecían escondidos. Honestamente, pienso que es lo que pasa con Pau. Un tipo muy normal, como cualquiera de nosotros, con una vida cómoda pero aburrida, al que se le presenta la oportunidad de mostrarse tal y como realmente es.
¿No tenéis la sensación de que la mayoría de la gente simplemente se deja llevar? Hacemos lo que se supone que debemos hacer. Visto desde fuera, un extraterrestre pensaría que los humanos carecemos de matices. Pero la realidad es que sí los tenemos, aunque necesitamos que algo provoque que los mostremos. Es lo que le ocurre a Pau cuando conoce a Sandra y a Diego. Él está deseando que algo desencadene ese cambio que necesita en su vida, porque por sí solo no se ve con el ánimo, con la valentía para hacerlo.
Los personajes principales del libro son buenas personas. Sí. Diego es un abuelo entrañable y tanto Pau como Sandra actúan como lo harían buenas personas. No sé por qué eso tiene que ser negativo para una novela. El sábado me dijeron que no son creíbles porque en la vida real nadie es así. No estoy de acuerdo. Aunque el mundo esté repleto de verdaderos hijos de puta (en el libro aparecen un par), la mayoría de la gente está más predispuesta a empatizar que a pisotear. Lo creo de verdad. Así que a la hora de crear a los protagonistas decidí que fueran personas corrientes, sin maldad, sin mentes retorcidas, sin traumas infantiles que los hubieran convertido en seres atormentados (lo que no los excluye de poder ser “buenos”, evidentemente). De este tipo de personas también hay muchas, claro que sí. De hecho, en la novela que estoy escribiendo ahora aparece un buen puñado, pero para la historia que quería contar en El viaje de Pau no me servían. Quería que el lector pudiera sentir que Pau o Sandra podían ser él o ella. Otra cosa es si lo he conseguido. Habrá quien piense que sí y quien considere que por mucho que intente justificarme no cuela.
Y que los personajes sean “buenos” no significa que no tengan sus historias, sus neuras, sus defectos. Eso sí, nada que pueda convertirlos en psicópatas o en suicidas. No sé, yo me fijo en la gente que conozco y en mí mismo y pienso que Pau, Sandra y Diego podrían formar parte de ese círculo. No le quitarían el puesto a Teresa de Calcuta o a Vicente Ferrer (bueno, Diego igual sí), pero, desde luego, estarían a años luz de parecerse a cualquiera de los desalmados que dirigen el mundo.
Reconozco que me da un poco de rabia esa corriente que parece existir según la cual los personajes literarios tienen que ser seres retorcidos, con un pasado que ocultar o deseos inconfesables. Evidentemente, hay maravillosas novelas con protagonistas así, pero también hay de las otras, de las que podríamos protagonizar cualquiera de nosotros. Entre éstas mi modelo es Brooklyn follies, de Paul Auster, un autor que se caracteriza precisamente por crear personajes atormentados, pero que con en esta novela de gente corriente escribió un verdadero canto a la vida y al optimismo. Ésa es al menos la sensación que me dejó su lectura.
Creo que la vida está repleta de situaciones injustas y que ocurren demasiadas barbaridades. Hay montones de libros que reflejan esa realidad desde un punto de vista dramático. De hecho, el hilo principal de El viaje de Pau responde a una de esas realidades: el olvido institucionalizado al que se ha sometido a las víctimas del franquismo. Podría haber escrito una novela de personajes amargados que luchan hasta la extenuación por que se haga justicia, pero no quise. Preferí reivindicar la memoria de las víctimas a través de personajes “normales”, sin una implicación previa en la causa (Pau), que se ven arrastrados de una forma bastante natural a ayudar a quienes sí que mantienen esa herida abierta, y lo hacen desde una actitud positiva y optimista.
No sé si es creíble. Eso lo tienen que decidir los lectores. Lo que sí sé es que las personas que conozco que mantienen encendida la llama de la memoria de sus familiares represaliados responden al patrón de un Pau o una Sandra. Como dije el día de la presentación, en noviembre, y recordé el sábado pasado, para mí esta novela ya ha logrado el éxito, pues me ha acercado a algunas de esas “buenas” personas y ha conseguido que otras, a las que no conocía, se sensibilicen respecto a un tema en el que no pensaban o que incluso les resultaba pesado.
No quiero que este post parezca una réplica quejosa a las críticas. Ya dije que todas las que me hicieron eran muy consistentes, bien argumentadas, y que las aceptaba deportivamente, aunque algunas no las compartiera. Pero había ese par de conceptos de los que he hablado a los que no paraba de darle vueltas en la cabeza y he querido exponerlos aquí. En definitiva, que reivindico la literatura consistente, tanto la que golpea el estómago como la que nos hace sonreír, ya sea protagonizada por personajes complejos, repletos de matices, como por tipos (y tipas) corrientes, transparentes, sin secretos inconfesables que ocultar. La cuestión, seguro que estáis de acuerdo, es que nos atrape, obligándonos a devorar página tras página. Qué sería de nosotros sin literatura…
3 comentarios
Archivado bajo El viaje de Pau, Hablemos de libros
Etiquetado con Apedrea a un escritor, Brooklyn follies, buenas personas, crítica literaria, críticas negativas, El viaje de Pau, franquismo, librería Espai literari, libro, literatura, literatura optimista, Locuras de Brooklyn, memoria histórica, novela, Paul Auster, personajes atormentados, personas corrientes, recuperación de la memoria histórica, represaliados, víctimas del franquismo
← Revista Salto al reverso #1