Siguiendo los consejos de su padre, Carlos IV conservó a Floridablanca como principal ministro. Las Cortes, que fueron convocadas en septiembre de 1789 para reconocer al heredero del trono, el futuro Fernando VII, oyeron un comunicado de Campomanes sobre la reforma agraria, tras lo cual fueron interrumpidas con el pretexto de que una sesión prolongada comportaría unos gastos excesivos. En realidad, Floridablanca, que recibió con serenidad las primeras manifestaciones parisienses, estaba preocupado por el cariz que tomaban los acontecimientos en Francia. Su inquietud se convirtió muy pronto en pánico. Para evitar el contagio, estableció una especie de cordón sanitario en las fronteras. Se censó a los extranjeros, sobre todo a los franceses, algunos de los cuales fueron expulsados. Se vigilaba a los viajeros y a los emigrantes que comenzaron a llegar desde el verano de 1789. Por último, se encargó a la Inquisición que combatiera la propaganda subversiva que penetraba bajo formas solapadas.
Ejecución de Luis XVI
Carlos IVDespués de 1792 las cosas empeoraron. El Terror, el arresto, proceso y ejecución de Luis XVI sumieron a los reformistas en el desconcierto. Fueron raros los españoles que se entusiasmaron con las ideas de la Revolución Francesa. En España, la situación no se preataba mucho a una Revolución como la que se desarrollaba en Francia. Los reformistas españoles permanecían alejados de los filósofos franceses. El poder real parecía mucho más fuerte; mientras que en Francia los Estados Generales se negaban a obedecer las órdenes del rey, en España nadie protestó cuando se rogó a los diputados de las Cortes que permanecieran en sus casas. Desde el punto de vista social, la burguesía española era demasiado débil, demasiado dispersa y demasiado poco segura de sí misma para encabezar una oposición resuelta a cambiar las relaciones sociales existentes.
Carlos IV estaba preocupado por la suerte de Luis XVI. En febrero de 1792, Carlos IV, convencido de que Floridablanca ya no era el hombre adecuado para la situación, llamó a su antiguo adversario, el conde de Aranda. El aristócrata aragonés no estaba menos decidido que Floridablanca a oponerse a la Revolución, pero quería actuar a su modo, sin provocaciones inútiles. La detención de Luis XVI creó una situación nueva. A finales del mes de agosto, Aranda consideraba inevitable la guerra; declaro la neutralidad de España, pero se negó a reconocer a la República francesa. Aranda estaba aislado. Obsesionado con la idea de salvar a Luis XVI, Carlos IV, en noviembre de 1792, destituyó a Arana. En busca de un hombre nuevo que no estuviera ligado a ninguna tendencia, Carlos IV recurrió a Godoy, que entonces solo tenia veinticinco años. Godoy hizo una carrera extraordinariamente rápida; en menos de dos años, de simple soldado se convirtió en duque de Alcudia y Grande de España. Carlos IV esperaba de él que triunfara allí donde Aranda había fracasado. Godoy conocía la debilidad militar de España y quería evitar el conflicto. Para salvar al rey de Francia, el ministro trató de corromper a los diputados franceses influyentes y de negociar a cambio de la vida de Luis XVI, España estaba dispuesta a reconocer la República y a ofrecer su mediación en Europa. Aquellas propuestas fueron muy mal acogidas por los revolucionarios franceses, que vieron en ellas una injerencia inadmisible en un asunto que sólo concernía a Francia. La ejecución de Luis XVI provocó una gran conmoción. Ni Carlos IV ni Godoy pensaban ya en negociar. Sin embargo, no fue España, sino la Francia revolucionaria, la que inició las hostilidades: fue el comienzo de la llamada gran guerra. Confiando en la impopularidad de Godoy, los franceses estaban convencidos de que una invasión provocaría la caída de la monarquía y el establecimiento de un régimen aliado. Toda la guerra se desarrolló en la frontera norte de España. En un primer momento, el ejército español ocupó el Rosellón. Aránda, fiándose poco de la capacidad bélica de su país, sugirió que se negociara a partir de aquellas posiciones favorables. Godoy se negó a ello. En 1794 los franceses contraatacaron. La mayor parte del País Vasco fue ocupada y Navarra y Castilla estaban amenazadas. En el este, Cataluña fue invadida. Godoy se resignó a entablar negociaciones. La paz se firmó en Basilea, el 22 de julio de 1795. Francia obtuvo la parte española de Santo Domingo; como contrapartida, renunció a todas las conquistas del sur de los Pirineos.
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