

El conejillo de indias en este caso es el portero de una comunidad incapaz de lograr la felicidad y para el que solamente el sufrimiento de los demás es el bálsamo para su depresión. Con esta simple premisa da el pistoletazo de salida un guión que sin alcanzar el cum laude mantiene la tensión de una forma pausada hasta conseguir unos minutos de pura inquietud. El análisis de personajes nunca ha sido tan minucioso en toda su obra otorgandole gran parte del metraje. De ahí sus influencias al ya citado Polanski.

Si algo diferencia este trabajo de Balagueró respecto a sus anteriores es el posicionamiento del espectador. Obliga rotundamente a situarnos en la nuca del personaje de Tosar. Olvídense de ser la víctima, nos toca jugar a ser malos. Más divertido, sin lugar a dudas, pero con un esfuerzo mayor de autocrítica. Aunque de la mano de un actor tan grande como Tosar el desarrollo de la partida es mucho más fácil. Su capacidad interpretativa va mucho más allá de lo puramente cinematográfico. El actor indaga en terrenos psicológicos de cada personaje adueñándose de su personalidad y éste no era sencillo. La combinación del portero educado y servicial con el macabro al que da vida cuando las luces se apagan es un ejercicio complejo.

Lo mejor: Luis Tosar
Lo peor: la similitud tan evidente en la resolución a la semilla que un día engendró Polanski.