Aquellas, por ejemplo, embadurnadas de azafrán,
que aprisionan espejos hastiados
de contornos y angustiosa ambigüedad.
Mirad cómo en ellos se alarga
el intangible volumen de la inexistencia,
mirad cómo se encogen los ecos
y se abalanzan, formando punteados
y guturales reflejos de la imagen;
no se refleja, no se exhibe,
y se derrama en jirones de vida
siguiendo el hilo de las canas
y los silencios arrugados
en los muslos de los viejos.
Mirad de qué extraños colores
se disfrazan los cristales
al repartirse los despojos
de un mundo soñado.
Ah, quién pudiera contemplarse
cuando atraviesan, rozan, hexagonean...