La Señora me escribe una entrada por mi cumpleaños desde que tengo el blog, y aunque el blog se renueva de forma errática últimamente, ella no ha faltado a la cita.
"Esperar es una actividad difícil en estos tiempos que corren pero que puede llegar a ser bastante placentera si se realiza en ciertas condiciones. Cuando combinaba el trabajo del Instituto con las tareas de casa y la educación de los hijos, la palabra esperar estaba solo ligada al futuro, a la evolución de los problemas, a los resultados que estaban por conseguir. Si se trataba de dedicar un tiempo a la consecución de algo que una creía inmediato, aquello era un contratiempo total. Con la de cosas que se podrían estar haciendo en lugar de estar allí sentada mientras corría el turno para entrar en en la consulta del pediatra o venía el tren o...
Con el paso de los años el tiempo se presenta de otra manera y aunque suelo tenerlo bastante lleno y muchos días las horas no me dan para todo lo que quiero hacer, sí que me toca muchas veces dedicar un rato a esperar y me pongo a ello con la tranquilidad requerida. Aprovecho para no desesperarme -lo primero- y me dispongo con buen ánimo a sacarle toda la rentabilidad posible a ese paréntesis obligado........ Seguro que mientras estoy en ello hay algo interesante en lo que fijarse o puedo organizar el plan del próximo viaje o si he traído un sudoku me pongo a hacerlo para que la mente no se oxide. Pero casi nunca tengo que recurrir a esto último ya que el entorno me ofrece más de lo que puedo observar y analizar de manera productiva, pues curiosamente ahora reparas en cantidad de cosas que antes ni siquiera veías y es que con los años miras con otra disposición. Claro está que esas esperas no son las de la caja del supermercado ni el laberinto de la compra de entradas, sino en sitios en los que, como diría un castizo, tienes que esperar sentado. Puede ocurrir, por ejemplo, en aeropuertos o estaciones, que dan para muchísimo. Pero hay una variedad tal de personajes desfilando delante de ti mientras ponen la vía de tu tren que casi no puedes centrarte más que en elementos superficiales de lo que hay en tu entorno. No suele ser esta una espera muy enriquecedora.
Lo es mucho más la espera en la cafetería. Este año de invierno plenamente invernal y primavera invernal también, he tenido que recurrir a citarme con las amigas para tomar algo a media mañana y así tener una excusa para salir. Los bares y las cafeterías han sido los lugares de encuentro. Ahí la gente de las oficinas, con aspecto activo, en su café mañanero, ofrece a través de sus conversaciones un panorama bastante completo de la complicación de las relaciones en el trabajo; son charlas que suelen ir trufadas en muchos casos de comentarios poco caritativos hacia los compañeros, mezclados con bromas de fútbol y chistes. Son personas ruidosas, dispares y se les nota cierta tensión, que no han podido dejar ni siquiera para este rato de descanso. A su lado, la otra cara de la moneda: sentados en mesas (veladores, que se decía antiguamente) los jubilados. Los hombres, con aire un tanto decrépito y apagado; las mujeres, de peluquería, pintadas y recompuestas. Todos coincidimos en la tisana o el descafeinado, porque hay que cuidar la tensión, y la charla suele girar en torno a tiempos pasados, la salud, la pensión, Cataluña y, en el mejor de los casos, los hijos y los nietos Somos conscientes de nuestra ubicación en la pirámide social, pero las ventajas que se nos brindan desde los distintos estamentos tratamos de aprovecharlas, medio llenando los autobuses de la EMT y recorriendo Madrid, cuando se puede, de una exposición a lo que se tercie. Mientras planificamos esas actividades nos entregamos a una espera bastante distraída y provechosa.
Más incierta pero de ambiente más tranquilo suele ser la espera en el hospital. Si hace algún tiempo eran las estaciones el lugar de espera más frecuentado, en estos últimos años es el hospital donde pasa una más tiempo, con la ventaja de que el hospital de Alcorcón tiene las salas concebidas para ayudar a mantener el ánimo. Bueno, eso no ocurre en todas, como por ejemplo en las de radiología o análisis donde el sitio es estrecho y angosto y no ayuda mucho, pero las de colores y las que están ante las consultas, esas no inciden en la sensación de enfermedad. La de color rosa, con las paredes y puertas de ese color es la antesala para ir a alguna cirugía rápida. Allí sale una enfermera que te llama y dentro hay varios quirófanos, por lo que hay bastante movimiento de personal sanitario y de gente. Una va allí con su pellizquillo en el estómago, pero como va a ser cosa rápida el ambiente no es de mucha tensión y puedes entretenerte en observar la variedad de aspecto de los pacientes. Si tienes además la suerte de que una de las enfermas de ese día venga acompañada de un grupo de más de veinte personas: marido, padres, hermanas, cuñados, tíos, sobrinos y amigos, repartidos entre la sala y el amplio pasillo que la antecede, el tiempo de espera se te hace cortísimo solo pensando en como se las van a arreglar todos para ubicarse y dejar espacio por donde la gente pueda circular. Tratar de resolver el problema mientras llega tu turno es casi tan entretenido como un sudoku.
Claro que a pesar de que el color rosa me gusta mucho, de todos los espacios hospitalarios la espera mejor, desde mi punto de vista, es la de ORL. Es un lugar amplio, con sus ventanales grandes y asientos en varias filas, casi como en un cine. La pantalla, aburrida en este caso, es donde aparecen los números de las citas. Aquí casi nunca he estado por problemas médicos míos, sino por ver a mi hija, una de las otorrinos y la mayor parte de las veces el tiempo de espera ha sido una sorpresa: en unas ocasiones por lo largo (porque no para y no hay quien la encuentre) y otras por la variedad de personas que allí he conocido. La última vez fue la señora de la butaca de al lado. Me preguntó nada más sentarme, pero con mucha delicadeza, que a quién venía a ver y cuando le dije que a mi hija coincidió con que era su otorrino, la que la está curando de su Rendu Osler y a la que estaba también esperando. La emoción, el cariño, el agradecimiento, la admiración que Nieves, el nombre de la paciente, mostraba por mi hija en aquella conversación son imposibles de reproducir, son de esos sentimientos sinceros que una sabe nacen muy hondos. Me quedé con todos ellos en la memoria junto con sus inquietudes: que no le ocurriera nada a la doctora Sol por exceso de celo en su trabajo, pues es mucho el desgaste, y su esperanza de que pudiera encontrar a alguien que le ayudara en tan tremenda tarea.
Como no podía ser de otro modo, me sumé a sus deseos y con frecuencia evoco aquella charla tan entrañable en otros ratos de espera."