Existen países con lo que me pasa como con las colonoscopias. Me despiertan la curiosidad pero prefiero no experimentarlos en mis carnes. Mejor que me los cuenten. Uno de esos países es Bangladesh. Por suerte, me he encontrado con algunas personas que me han contado sus experiencias y con oírles, lo doy por visitado.
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Cuando le conocí, X. era lector en la Universidad de Dhaka. Vivía en un estudio que le proporcionaba la universidad en el propio campus. Con regularidad le pasaba la siguiente escena: un estudiante se presentaba en su casa y lo primero que le preguntaba era: “Tú, que eres occidental, seguro que tienes un poco de güisqui para invitarme, ¿no?” La respuesta era negativa: el sueldo de lector no da para comprar alcohol en Bangladesh, ni aun suponiendo que el interesado supiera dónde encontrarlo. La siguiente petición era: “Bueno, ¿no tendrás un vídeo porno por ahí que podamos ver?” Nueva respuesta negativa. El lector había preferido sobrellevar unos meses de castidad forzada antes que buscarse problemas importando de extranjis vídeos porno. El estudiante mira un momento la hora que es y formula su tercera petición: “Uy, es la hora de la oración. ¿Podrías dejarme una alfombrilla para rezar?”
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F. vivía en un edificio de apartamentos que, según los estándares bangladeshies tiraba a lujoso. Cuando llegaba la fiesta del cordero, todos los vecinos del edificio compraban a escote una vaca. F. no sabe si lo hacían porque eran muchos o para putear a la minoría hindú. Llegado el día, colocaban a la vaca en el centro del patio, la rodeaban esgrimiendo cada uno un gran cuchillo y empezaban a clavárselos y a arrancarle trozos de carne, mientras estaba todavía con vida.
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En otros países es el Estado el que mantiene a las Fuerzas Armadas. En Bangladesh son las Fuerzas Armadas las que mantienen al Estado. Bangladesh es el paraíso con el que sueñan los millonarios norteamericanos. Allí son los ricos los que controlan el país y han decidido que no quieren pagar impuestos. Las necesidades sociales son cubiertas por las ONGs, de las que hay 84.000 en el país. Cuando un barrio no tiene dispensario, no es al Estado a quien echan la culpa, sino a las ONGs que no ponen uno.
Una de las principales fuentes de ingresos del Estado es el dinero que NNUU paga a las FFAA bangladeshies por participar en operaciones de mantenimiento de la paz. Así que en Bangladesh es el Ejército el que mantiene al Estado.
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Dhaka (denominada por algunos graciosillos Kaka) no tiene servicio de basuras. Existen camiones privados que cambian la basura de sitio. Usted les paga y se llevan la basura de su barrio a otro barrio. ¿Y cómo se limpia entonces realmente Dhaka? Pues bien, ¿para qué cree usted que se inventaron los monzones? ¡Qué! A que ya no hay ganas de consumir marisco pescado en las inmediaciones de Dhaka, ¿eh?
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R. fue a Dhaka para asistir a una conferencia de tres días en uno de los mejores hoteles de la ciudad (sí, en Dhaka hay tres o cuatro hoteles suntuosos; a algún lugar tienen que ir los ricos, ¿no?). La conferencia se celebraba en el mismo hotel en el que él se alojaba. Al segundo día se le antojó conocer la ciudad y pidió un taxi. Se puso a esperar y esperar y a los quince minutos apareció un taxi desvencijado, con chinches en los asientos. R. hizo el siguiente cálculo: si el botones del hotel ha tardado quince minutos en encontrarme este remedo de taxi, ¿cuánto tardaría yo si me pusiera a esperar uno en una esquina cualquiera? Y si le digo que me espere, ¿tengo estómago para estar sentado ahí dentro durante tres horas? Dijo que muchas gracias, pero que había cambiado de idea. Del hotel ya sólo salió para ir al aeropuerto.
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La vida política bangladeshi ha estado marcada estos años por la rivalidad entre dos fieras viudas que se odian a muerte. En cierta ocasión una de las dos (no diré cuál) había sido invitada a un almuerzo por un grupo de Embajadores. Durante el almuerzo les contó que tenía una pistola y que practicaba regularmente. Hasta ahí, bien. Pero añadió que estaba entrenando para meterle un día un tiro entre ceja y ceja a su rival y con la mano hizo el gesto de disparar “bang, bang”. Los embajadores se lo tomaron como una broma de mal gusto, pero…