Parece que Melba, excelente escritora, y su amiga María, mujer serena y dulce, vinieron a España huyendo de ciclones tropicales esperados en su tierra natal. Ira de la naturaleza. No es así, llevaban justo un año planificando el viaje con detalle. Esos monstruos pusieron su ojo ciclópeo en Puerto Rico, Florida y Texas para dar con su paradero. Ambas tienen un hijo en aquella bonita isla. Mel, además, otros dos que viven en Estados Unidos, igual que una hija de María. En esos estados que son como tetas para los vendavales. Se nutren de los mismos países una y otra vez. Estados favoritos de la adversidad, visitados con pavorosa regularidad. No da tiempo a perderles el miedo. Texas Madrid Oviedo Gijón Betanzos Pontedeume Sada A Coruña Barcelona Madrid Texas. Avión, bus, coche. A fe que es una maniobra de despiste para marear al ciclón.
Hace años, Mel se mudó al país de las oportunidades, lo mismo que María, despejando el camino a la prole, como buena gallina clueca. Desde niña fue un volcán en activo que arroja su lava sobre las injusticias y las desigualdades. No esa nena buena y tranquila que quieren todos los padres. Tal es su fuerza que el Cosmos, celoso, le manda de vez en cuando tan temibles sicarios, para arrancarle la cabellera con las garras de los vientos. María y José son los últimos esbirros llegados a despojar la tierra de todo lo que tenga raíz o tejado y vomitando toneladas de agua salada sobre las abiertas yagas, para que escueza la herida. Difícil de imaginar. Con María y José bautizaron a los huracanes. Debe tener ‘gracia’ para los creyentes. Lo último que supe de esa pareja es que estaba en el portal de Belén, tan tranquila. Bueno, tranquila tranquila no, María con los nervios propios de una virgen que va a dar a luz un hijo del Espíritu Santo. Casi ná.
Por eso no me extrañó, o tal vez si, justo por lo mismo, que su primer encargo tras abrazarnos como habíamos prometido hacer en nuestro primer encuentro offline fuera una ristra de estampitas de la Virgen que le había pedido llevar de España su esposo, hombre devoto donde los haya, de rosario diario: la Virgen de Montserrat, de la Concepción, de los Milagros, la de Yanomeacuerdo. No entiendo la clonación de la virgen madre, multiplicación de la auténtica y genuina, por decir algo; servidor es ateo confeso. Es que aquí, donde haya un pueblo con dos casas lo primero es tener su virgencita y le sigue su capilla. María, en cambio, buscaba rosarios, con cruz pero sin okupa, sin atleta, sin clavos de cristo. Madera huérfana y pelada. Me olvidé de preguntarle por qué quería el madero desahuciado de inquilino tan famoso.
Total, me vi envuelto en una ‘encrucijada’ inesperada. Antes de darme tiempo a enfriar me lancé a las pesquisas. Fui a bibliotecas e iglesias del entorno. Pregunté a ancianas y ancianos con pinta de beatos. Nada. Entré en un despacho parroquial, el del cura, sin resultado (que Dios le perdone). El ‘caso estampita’ se convirtió en obsesión. Me acerqué a una tienda de antigüedades con intención de encontrar una virgen de ocasión, de segunda mano. Estampitas tal vez halladas en el cajón de un viejo desván y que fueran a parar allí. La tienda estaba cerrada por vacaciones, cómo no. El desafío era descomunal, una cuestión de orgullo. Me vino a la cabeza ese ex ministro del interior y esa ministra de trabajo que imponen medallas de oro a cualquier virgen (de madera) aunque anden los policías sin chalecos antibalas. Sí sí, en mi país. Me entró una rabia y una impotencia… ¿Que se van a ir sin estampitas? Ni de coña!
Quedaba un último cartucho. Luisa, otra bloguera de postín, excelente fotógrafa y coruñesa de toda la vida (CTV). Teníamos previsto verla al día siguiente de nuestro estado de abatimiento y derrota, así que la llamé al móvil para quedar. Puse manos libres para tener un ménage à trois (ella, Mel y yo). Hola, qué tal y tal? Antes de entrar en materia, Luisa, te digo que tenemos un asunto peliagudo que resolver. Le lancé el caso estampa con los obstáculos hallados. Diez segundos de silencio. ¿Pero qué me estás contando?, dice con acento de ‘no me lo puedo de creer’. Es posible que también fuera un acento ateo. Pues eso, Luisa, hay que asumirlo como un reto, con humor, en eso consiste ser un buen anfitrión. No podemos quedar como un par de fracasados incapaces de hacerse con un puñado de estampillas en un país donde la iglesia está llena de ‘cromos’. Cero credibilidad nos va a dejar. Nada más colgar se puso a ello, oye. Se acercó a una tienda de su barrio en A Coruña, se hizo con trece estampitas y dejó dicho en la tienda que mañana más (los rosarios, no nos olvidemos) Y así fue, misión cumplida. Me sentí celoso de la impecable gestión de mi colega de bitácora, claro que en mi descargo debo decir que no es lo mismo un pueblo de nueve mil habitantes que una ciudad de un cuarto de millón de almas como la de Luisa. Y aun encima nos llevó al monte de San Pedro; un empacho de vistas esplendorosas e imprescindibles para el visitante. Gracias.
Y eso fue todo, por no hablar del difícil consenso a la hora de la pitanza. María es una estupenda y estricta vegetariana radical, ni un día se salta este régimen. Ya me gustaría a mi ser tan disciplinado. Tengo prohibida la sal y a veces me la desprohibo, con gusto, si surge un imprevisto que merezca la pena. A Mel no le gustan los bichos con ‘ojitos’ (ohitos) tales como una deliciosa parrochita (xouva, sardina pequeña), cigalas, tampoco los mejillones (mehillone). Entre una cosa y otra acabamos comiendo unas lonchas jamón de recebo y croquetas también de jamón. ¡Bingo! A ver cómo coño se lo digo a mi doctora (dos días para la visita de turno), que es una talibana de pro (pero buena, que conste). Amén.
