26 de Febrero del 2013 | etiquetas: Este Cine es Nuestro
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Causa sensación la inspección que hace de nosotros el director Nic Balthazar en su película Ben X. Desde el retrato de un muchacho flamenco con síndrome de Asperger – dificultades en el toma y daca social, brillantez en actividades específicas – pone en marcha una batería de recursos sobre sus planos, como el desdoblamiento transparentado de una cara o la recreación de un visor de grabación, que podría abrir el debate sobre el valor de todo ese mogollón. “Podría”, porque permanece en estas líneas la certeza de que el mogollón queda con sencillez apasionado por lo que el protagonista nos explica. Cuánta sensación.
Directamente la voz en off del mismo Ben presenta en bruscas y hondas palabras su impresión del entorno particular, familiar, escolar, siempre adoptando el patrón minucioso de “planificación y estrategia” con que se rige el otro entorno que recorre: el escenario de un videojuego multijugador en línea en que toma parte como heroico guerrero. Serán esas palabras las que pondrán en su sitio, por ejemplo, a las infografías del juego (barras de herramientas, menús de configuración) que van apareciendo sobre las imágenes de su espacio ya offline, como otro de esos recursos que de osados pasan a ser razonables y tan concisos como el comentario más general sobre la introversión “Todo lo que digo es verdad, aunque no pase nada” o, ante un beso que él ve entre ajenos, “Se saben la saliva”. La filtración en palabras de lo que las imágenes nos informa es precisa; sin tacharlas, destapa su valor, como si las inaugurara, remitiendo al narrador de El cazador de gatos de Abel Ferrara como posible referencia.
Y medio forzoso entonces es, en esta sensación que detectamos, olisquear también el espíritu Oliveira, ahí tenemos El principio de la incertidumbre, colosal dependencia de palabra-imagen, pese a que la imagen que reproduce la percepción de Ben X marcha por otros lados, ¡en efecto! Sumado al paralelismo – más tarde, integración – constante, en montaje o jugando en el mismo plano, de los campos de batalla pixelados y los que Ben sufre en las peliagudas aulas de la escuela, el tratamiento de los planos, su deje, queda gobernado por una captación encendida, entusiasmada, de los detalles que excitan al chico, transmitiendo la hipersensibilidad que lo caracteriza.
Será en ese rugido de sensaciones (momento aquí, entre paréntesis, de traviesa insistencia en lo de “causa sensación”), en los retazos temblorosos de la mejilla de su heroína al conocerla, o en el recorte de la mano que la roza por primera vez, que el aparato audiovisual parece coger su mayor calado. La idea de descubrimiento, de “primera vez que vemos algo tan cerca, tan asín, tan claro” del cine aparece ahí fascinante, sentimos lo maravilloso y nuevo del rostro de Joan Crawford ante la cámara de Bajo la Lluvia, como un cierto despertar ligado al del protagonista. Despertar o ver intensamente lo ajeno para, desde esa mejilla o mano y tras el aporte de vivencia límite que había transmitido la película, dar cuenta de ellas, hacerla prójimas.
Por lo que se nos aparece el ánimo de incorporar Ben X a ese grupo de obras (La osa mayor menos dos, LT22 Radio La Colifata) que saben que el loco y el cuerdo tienen muchas películas que enseñarse el uno al otro en un nutriente paréntesis clínico.