Este Cine es Nuestro: "Fuente Álamo" apunta ideas de cine y gazpacho
13 de Noviembre del 2012 | etiquetas: Este Cine es Nuestro, Carles Guardiola
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Son tantas las bondades y picardías que los filmes nos presentan que algo teníamos que decir al respecto. De modo que, con pies de plomo y con pies de paño, nos animamos a la sugerencia de lo que en las mismas películas acontece, con la ¡divina! sensación de que también nos acontece a nosotros.
Tras conocer el paraje y, sobretodo, la vida y las gentes que en él discurren (y por ello que corrijamos lo de paraje y disfrutemos de ese devenir en cine del entramado intenso, casi reservado para ellos mismos, de este municipio albaceteño) que Fuente Álamo, la caricia el tiempo (Pablo García, 2001) nos ofrece, parecen abrirse diferentes vías de excitación en el espectador.
Primero, que conozcamos ese otro gazpacho no tan conocido, el manchego, tortas finas de pan duro troceado y cocinado según indicará amablemente la película, la cual apunta toda ella a la celebración del Baile de los Gazpachos y a cómo el ambiente del pueblo hace posible esa fiesta durante la soleada y muy apañada jornada que tiene por delante hasta la noche.
Vemos, por ejemplo, como unas jóvenes fuentealameras parten la torta alrededor de una mesa, y comentan y anticipan lo que vendrá por la noche, y aquí sacamos a flote otra de las sugerencias de la obra. Como estas chicas partiendo el gazpacho, también vemos al pastor y al labrador, sentados entre olivos y campos recién removidos, juntos en el descanso de la comida. O a los niños del pueblo jugando en una balsa y comiendo sandía a la sombra. Se presentan una serie de acciones cotidianas interpretadas por los mismos paisanos y que, por ello, tampoco las veamos integradas en la naturalidad de representar sus acciones sino que, en general, se les nota (para bien) que tienen delante el aparato de rodaje. Incluso, la señora que recibe una llamada mientras el pueblo ya festeja, se refiere divertida al documental (“¡Aquí me tienen presa, todo el día, con la película!”).
Pero, ¿qué ocurre ahí, que de todos modos vivamos esa conversación al teléfono como genuina y cargada de emoción? Ni nosotros nos sentimos agrediendo un día a día de Fuente Álamo, ni el pueblo se nos muestra extravagante ni en espectáculo y posturitas. ¿Qué ocurre ahí, cuando puede que olisqueemos por momentos el tipo de narración de Los muertos o La libertad de Lisandro Alonso? Planos sostenidos y movimientos suaves, que nos cuestionan también sobre el valor de dejar unos pocos segundos más la estampa manchega cuando el tractor ya salió de campo pero se sigue todavía respirando la variedad de sonidos de allí. En otro momento, un plano quieto enseña el camino por el que los niños en bici marchan hacia el fondo después de cruzarse a dos hombres en caballo en dirección contraria. Saludos afables en una preparada coincidencia que vuelve a no perder el sentimiento de Fuente Álamo. Y no sorprende entonces que al cineasta Joaquim Jordà, indagador en estas decisiones, se entusiasmara al ver la pieza.
Y al mismo tiempo nos puede agitar otro asunto, como tantos en esta obra. La ocurrencia del comentario jugoso que dejan caer a veces los personajes, en beneficio del dicho popular y de decidir hacerlo en momento idóneo, es constante: “Si no bebemos vino hay que arrancar las viñas”, comenta el labrador cuando ya mudados todos aguardan a que los gazpachos estén listos, o esa misma puesta en situación que la señora hace en la llamada telefónica que apuntábamos antes. Detectamos entonces cómo ese tipo de recursos que crean simpatía y que tanto se han usado en la recreación costumbrista, desde los vecindarios de Berlanga y Rossellini (Roma, città aperta), las aldeas de Renoir (Toni) o las comunidades de los fuertes de John Ford, aparecen aquí desde otro forma de cine. ¡Pero engatusan de ambas maneras!
Y así, porque no dejamos de sorprendernos, comentemos e indaguemos aquí en las películas.