Una de las preguntas que el espectador se puede formular ante algunas de las interpretaciones de Joaquin Phoenix, ante sus personajes desbordados por un empuje actoral que parece tener que ver más con Phoenix que con la escritura que se ha hecho de ellos, es: “¿qué se les estará pasando por la cabeza?”. Yendo al caso de la película que aquí nos interesa, “¿qué reunión tumultuosa – o quizá una apacible francachela, quién sabe – está ocurriendo en la cabeza del protagonista de Two lovers (James Gray, 2008), el joven Leonard, cuando acude a una entrega de la tintorería familiar, mirada hacia arriba, ojos entrecerrados, en un gesto sostenido al recorrer las calles de la gran ciudad?”
Leonard gusta del truco de magia, la pantomima y el retruécano en su día a día, es verdad. En esos momentos se nos aparece por fin como comediante, amante de esos recursos cotidianos con los que consigue un choque con su entorno. Pero, ¡ay!, qué ocurre antes y después, al ladear con rigidez su cabeza al acercarse…quién prevé el revuelo contenido con qué se levanta de la cama… Esta incertidumbre de Phoenix rescata a su vez al gran misterio entre los galanes clásicos, Gregory Peck, el gran bloque inexpugnable en sus papeles con Hitchcock, que pareció encontrar años más tarde, en la diversión de Arabesco, un marco en el que dejáramos de cuestionarse qué se le está pasando por la cabeza y, sin más, le disfrutáramos sencillo y movedizo como un personaje de Pasolini, y de la mano de Sophia Loren.
Nos interesa precisamente eso, relacionar el tipo de actuación y su relación con el marco en que aparece. La historia de amor de Leonard y Michelle es directa, intensa, apenas se han conocido y sus lazos se han estrechado con gran palpitación. Tal entrega tiene lugar en unas estancias comunes y repetidas: una escalera de viviendas en que con el nido familiar de Leonard (la sala de estar, las reuniones con otras familias, el amparo de sus padres y sobretodo sus miradas de reconocimiento con ellos) de fondo, el patio interior que separa las ventanas de sus respectivos apartamentos servirá como zona de visibilidad mutua e intercambio de quereres. Así, la conexión se emplaza en un espacio compartido, escenario vivero de la relación, que se va encendiendo y que es el sitio en que tiene lugar todo; permite que se miren cada noche y que la cámara nos dé vistas simétricas de una ventana y de la otra, con hilo de jazz salvaje de fondo. El director valenciano Sergio Candel hace algo similar con las dos apasionadas de Dos miradas, en que los largos planos de la vistosa casita que las cobija sirven como paraje particular y en constante carga de su pasión.
Ocurre que este delimitado y compacto melodrama queda roto, reconvertido a través de lo inasible – y por ello tan atractivo – de las actuaciones de Phoenix y la actriz que hace de Michelle, Gwyneth Paltrow. En sus formas sucias, bruscas de mostrarse angustiados, ilusionados, asustados, centran en ellos la expresión de la historia, como si lucharan por individualizar y apropiarse del drama que ya estaba en la equilibrada luz de sus ventanas. En este sentido, James Gray cambia las composiciones casi esculpidas con que la familia Yard resolvía sus asuntos en una de sus anteriores obras, El otro lado del crimen, en que James Caan o el mismo Phoneix están integradísimos en las penumbras de la mansión familiar (están hechos de la misma carne que las habitaciones por las que van tramando, por así decirlo). Y las cambia hacia ese punto en que los personajes son todo un reto para su entorno y para lo esplendoroso del melodrama; hacia el primer paso que lleva a las formas vivas y grotescas que Mike Leigh tan bien dibuja en Indefenso, en la cual sí hacer estallar la sala de estar.
Aunque siempre se puede reconstruir, ¡oh, sí! Los filmes suele tener muchos otros ingredientes para plantar cara a esos humanos inquietantes con que los poblamos. A fin de cuentas, sólo acabamos necesitando un guante y un abrazo de Leonard en su regreso al hogar para que captemos algo de eso que estaba pensado, eso que exclama el protagonista de Noches blancas, la novela corta de Dostoievski en que se inspira Two lovers: “¡Dios mío! ¡Sólo un momento de bienaventuranza! Pero, ¿acaso eso es poco para toda una vida humana?”.