Revista Cine

Este Cine es Nuestro: Una Graciosa Insinuación

Publicado el 29 abril 2013 por Fimin

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El cartel de El pico de las viudas (John Irvin, 1994) ya apunta la historieta traviesa que la película va a ir desenrollando mientras la vemos. En su mitad superior, los tres bustos de las aldeanas protagonistas, que nos miran en un ademán simpático, guiño de las que todo lo pueden en la comedia de chismes; más abajo, a rabiosa menor escala, los cromos de los dos señores irlandeses, con gesto de no dar crédito, de “mira cómo son ellas”, dando paso al bloque de al lado: el paisaje característico de la obra, un apacible y muy tradicional lago de fondo que una de aquellas damas deja atrás mientras nos recibe paticontenta en la bici. 

Y todo esta composición filtrada hacia una textura de clásica ilustración de cartelería, tan transparente y emocionada con el filme que presenta que nos acaba de acomodar en el asiento con una graciosa insinuación: “Sólo una cosa les apasionaba más que un secreto…¡un escándalo!”.

 

Esta promesa de humor a primera plana que desprende la gráfica es la pasión que mueve los enredos de salón de té y paseo en barca que en estas líneas venimos a comentar. El dentista del pueblo de Kilshanon – el hombrecito con bigote del cartel – explica en una de las primeras escenas el ciertamente brusco sentido que mantiene a su comunidad: allí van a parar viudas de la Gran Guerra, donde encontrarán un lugar donde seguir con sus vidas con gran escrúpulo y distensión de clase. Pero da esta introducción, acompañada de las imágenes de los personajes que va refiriendo, mientras realiza una aparatosa extracción de muela sin dejar de desinfectar (su garganta) con desprendidos tragos de whisky.

 

Remitiendo a Un espíritu burlón, aunque aparezcan los fantasmas de nuestros muertos, cosa en principio sentida como grave (y así lo es, quizá por eso bromeemos lo mejor posible), éstos serán recibidos con galas de diversión pasajera y, sobretodo, compondremos las imágenes necesarias para que la risión sea la norma. Así, en una reunión de té, el espectáculo cómico que aparece cuando unos quieren ocultar y otros sacan partido de ello, se traducirá en un montaje rápido que muestra repentino al que se atraganta con estrépito tras el plano del que ha hablado más de la cuenta. En otra ocasión, un plano general del lago nos volverá a animar a la carcajada al localizar en él los gritos desesperados de uno de los perdedores que, recién embarcado y ya lejos de la orilla, se da cuenta de que su agrietado bote está hundiéndose. De modo que, como las ropas y la piel bajadas de saturación del fantasma de la expareja, apareciendo dentro del plano abierto de una encendida sala de estar, en la obra de David Lean que referíamos, el efecto cómico quedará compuesto en los mismos planos conseguidos.

 

Continuo efecto cómico que, a base de ser el camino para explicar los ardides sociales y sentimentales de las viudas de Kilshanon, y gracias sin duda a ser interpretado por verdaderos artistas del fingimiento – la sonrisa de Natasha Richardson pudo merecer una pieza de ensayo de Straub-Huillet sobre el tema –, acaba conformando un relato que es tan transparente en su anuncio de escandalera, como desbocado en su habilidad para solucionarla. Tan hábil que transmite lucidez, como los enredos a que da lugar Que parezca un accidente de Gerardo Herrero, en que los personajes están atolondrados porque nunca conocieron otro procedimiento que el de chismorrear, planear y hasta matar siempre con gracia.

Los diálogos y su amaneramiento también ayudan a ello (“No le diga a mi madre que soy un manitas, que sé hacer algo”, viene a pedir el hijo de la viuda líder tras reparar un neumático, por no dañar la moral familiar), y la repetición de éste como de otros motivos durante la película, como en las fantasías de Lubitsch, va poblando su guión de asuntos propios y particulares, pequeñas bromas oriundas de El pico de las viudas que van haciéndolo entrañable, y nosotros, encantados de compartir su pasión de sorpresas y escándalo.


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