Revista Cine

Estéril parrafada que no viene a cuento

Por Francescbon @francescbon
ESTÉRIL PARRAFADA QUE NO VIENE A CUENTO
Bueno: no se trata de explotar hasta la saciedad las ocurrencias que surgen a través de otros canales. Pero hace unos días fui convocado por Twitter a incluir bajo el hashtag #FotoCinéfila una imagen. Y convocar a otros a que hicieran lo propio. Nos entretenemos con estas tonterías, sí. De hecho, sin saber ni siquiera si existe lo correspondiente a #FotoSeriéfila voy a colgar una foto. Pero en fín: tan desacostumbrado estoy en lo de publicar (alguien me recuerda que me quedan 1600 post aún) que casi me siento cohibido a la hora de escribir. Y es que quiero explicar mi elección. Que muchos dirán que para qué explicar la elección de un fotograma, que quien conozca la procedencia y la situación ya lo explica perfectamente. Que es casi una ofensa para los que ya están al corriente. Que eso se llama reiterarse. O ser un puto pesado. Os creéis que eso me va a parar. Ja. Ingenuos. Pues bueno: la imagen pertenece a una de las escenas finales de Ocean's Eleven. Eso supongo que ya deberían saberlo algunos. La versión de Steven Soderbergh. La que incluye todo un gran reparto. Odio la palabra elenco. Aviso. Pero ahi están Clooney, Pitt y Damon. Y hay que recordar que el personaje de George Clooney se llama Frank Ocean. Y la escena se produce una vez se ha dado el golpe, y éste ha resultado ser un éxito. Once tipos acaban de enriquecerse a costa de unos cuantos casinos. Que ya sabemos que detrás de los casinos siempre hay intereses turbios. Once tipos de diferentes orígenes y de diferentes personalidades. Once tipos que saben que va a ser difícil que vuelvan a verse porque el botín del robo debería darles para vivir cómodamente de ahí en adelante. Que ni siquiera ven demasiado oportuno ponerse a conversar sobre los avatares del golpe, que prefieren mirar cómo los chorros de agua suben ante sus ojos, cambian de intensidad y de color. Tal es el placer, tal es su relajación. Y de fondo, una de esas grandes orquestas algo kitsch interpretan el Claire de Lune de Debussy en un arreglo despampanante, colosal, majestuoso, absolutamente arrebatado en su exceso. Cuerdas, cuerdas y más cuerdas. Las cuerdas de la vida. Una conjunción perfecta, imágenes, sonido, sensación de que ese delito hace justicia. Sí: la composición del grupo, las personalidades integradas en el grupo, desde séniors sin nada que perder hasta jóvenes cuyas cualidades particulares no les han deparado aún nada bueno, vendría a ser una especie de representación en miniatura de todos los desclasados del planeta, de todos esos granujas simpáticos que sólo quieren ganarse la vida a costa de pequeños pellizcos a las grandes fortunas.  Porque ahí estamos todos del lado de los delincuentes. Que no han hecho daño a nadie más que al bolsillo de alguien cruel, avaricioso y acaparador. Oh. Menuda combinación perfecta para establecer analogías con todo lo que pasa. O para confeccionar una teoría sobre los matices del delito, sobre qué encontramos justificable y qué es deleznable. Robo. Mal. A un banquero, Bien. Delincuente de cuello blanco contra la sociedad. Mal. Contra el sistema. Bien. Asesinato. Mal. De un especulador. Bien. Era mujer. Ah, Pero no era madre. Uy. Vamos: analicemos nuestros propios comportamientos cargados de prejuicios e hipocresía. Creo que a todos nos gusta esa imagen si hemos visto esa película porque nos excita cambiar de bando, y claro, Clooney, Pitt, todos esos, encarnan al eterno perdedor que una vez se sale con la suya. De momento.

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