Revista Cultura y Ocio

F. Daniel Kehlmann

Por Mientrasleo @MientrasleoS

F. Daniel Kehlmann
     "Años más tarde, ya adultos desde hacía mucho y cada uno enredado en su propia desgracia, ninguno de los hijos de Arthur Friedland recordaba de quién había sido realmente la idea de ir a ver aquella tarde al hipnotizador."
     Ahora tengo la sensación de que fue hace mil años que encontré por casualidad en una librería un libro titulado "La medición del mundo" y me pasé toda la noche leyendo hasta terminarlo teniendo clase al día siguiente. Pero aún así, guardo el recuerdo de la historia que contaba y las sensaciones que me produjo. Por eso cuando la semana pasada vi este libro me fijé en el autor, y por eso sentí la imperiosa necesidad de llevármelo a casa. Y por eso también, hoy traigo a mi estantería virtual, F.
     Conocemos a Arthur Friedland un hombre que parece tener una vida mediocre. De hecho es un escritor mediocre que no logra publicar con una familia absolutamente mediocre en la que lo único que llama la atención son sus gemelos. Y los gemelos, como todo el mundo sabe no son algo tan extraordinario. Un día, tras acudir a un espectáculo de hipnotismo, decide romper con todo, coger su coche y desaparecer cambiando de vida. Y sus tres mediocres hijos nos lo recordarán veinticuatro años después mientras nos vamos enterando del derrotero que han tomado sus vidas.
     Es curioso como llaman la atención los libros de títulos tan escuetos que se quedan en una única letra. Desde aquel "Q" de Luther Bisset, o el conocido "V" de Pynchon hasta el que hoy os traigo, parece que encierran un enigma que a muchos nos atrae más que esa moda surgida hace un par de años en la que los libros llevaban títulos que bien podían equipararse a los platos del menú de un restaurante de autor. En este caso, título y diseño, son un enigma, la nebulosa letra que tal vez esconda una figura, una distorsión, un engaño... me han parecido todo un acierto.
    Pero hagamos una pequeña disección de este hombre, Arthur, que tras dejar claro que no cree en el pobre espectáculo de un hipnotista decide cambiar de vida. Deja a sus tres hijos, uno de una relación anterior y los inseparables gemelos de su matrimonio, vacía la cuenta, y desaparece. Este hombre que no publicaba, consigue entonces escribir libros que ven la luz, siendo el primero de ellos Mi nombre es Nadie; un libro que desata además una pequeña ola de suicidios y cuyo contenido nos explican brevemente. Un hombre que tal vez haya marcado con su abandono la vida de estos tres niños a los que volveremos a reconocer ya de adultos: uno de ellos, refugiado en la comida y con la fachada de un sacerdote, sigue aferrado al único regalo que le hizo su padre, un cubo rubik. Y los gemelos, dos niños que viven presos de su propia condición que les obliga a saber lo que piensa el otro, soñar sus sueños, pronunciar sus respuestas y que terminan alejándose con el único propósito de poder tener secretos que lo sean realmente, blindar una pequeña parte a esa suerte de escrutinio genético que les ha regalado la naturaliza. En esa lejanía tampoco tienen vidas plenas, también se han visto encerrados en vidas que no les agradan, vidas cerradas y carentes de un significado para hacerles felices... y presos además cada uno de un secreto, tal vez buscado para demostrarse que pueden, tal vez provocado por esa sensación de no estar completos al faltar su otra mitad, su otra voz. El caso es que los tres tienen unas vidas igual de grises y ajadas que la que tenía su padre, vidas casi desperdiciadas en rutinas que han desembocado bien en neurosis, o en adicciones azucaradas. Y todos conscientes de la existencia de su padre, es más, no pensemos que la desaparición de Arthur es permanente, no, ni mucho menos. Ahora falta saber qué provoca su reaparición y en qué forma lo hace.
     Tengo que reconocer que el libro no me ha durado nada. Está dividido en partes perfectamente estructuradas que nos permiten conocer las distintas voces de la historia. Y señalo aquí un magnífico pasaje en el que el autor nos regala una misa cantada y pensada simultáneamente por el protagonista de esta parte del libro, que consiguió arrancarme un par de risas a traición. Con una prosa salpicada de reflexiones, el autor busca sacudir al lector con una novela en la que no hay simpatías hacia ninguno de sus pobladores, aunque sí que podemos toparnos con un par o tres de incómodas situaciones que nos resulten vagamente familiares.
     El resultado es un espléndido juego de espejos, en el que el lector no puede evitar preguntarse qué pasa realmente con F y si tal vez, y sólo tal vez, el tan famoso F, (los Friedland, seguro que ya lo habéis pensado), no lleva el nombre de Nadie, y si tal vez, no estemos dentro de un laberinto como el que nos muestra en otro pasaje, en el que estamos leyendo un libro, que habla de otro libro, que es el libro... o tal vez no.
     En todo caso me ha parecido una novela diferente y con una historia francamente disfrutable que nos invita a cambiar de perspectiva y dejar que todo se difumine. Y justo en ese momento aguzar la vista y ver qué nos queda; lo importante. Veamos la F.
     Esta semana aún no os he preguntado, ¿qué libro estáis leyendo?
     Gracias

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