Sobre atrezos, yos, goteras y otras cosas de las pintas
Me siento lejos de la gente que prima el aspecto físico, el guardar las apariencias. Puede parecer un concepto antiguo, en tiempo de podemitas y liberación feminista, pero no lo está (desfasado). Veo a algunas personas necesitar su percha impecable para sentirse seguras, poner su autoestima en su pinta y juzgar a los demás por su facha. Líbreme Dios de colarme en ese saco.
Hablamos de…
Aplica a ese perfil de pinceles el refrán de «dime de qué presumes y te diré de lo qué careces» y acertarás en un alto porcentaje. Desconfío de las personas maduras (los chavales están eximidos, que les queda trecho para estas certezas) que compran ropa todos los meses y se avergüenzan de los suyos si no dan la pinta que su mirada exige. A menudo tras una fachada esplendorosa hay goteras. Muchos las pintan, las fachadas, y revisten para tapar carencias personales que otros valoramos por encima de la estética.
Tengo amigos y familia de toda facha. Me parece estupendo que a la gente le guste ponerse guapa. A mí también, pero no pongo en ello mi autoestima ni mucho menos el valor que concedo a los demás. No me avergüenzo de los míos porque vayan por la calle en polar ni con unos pantalones de cuando reinó Carolo. Vayamos a lo importante. ¿Eso lo es? No me lo parece. Poco hemos avanzado como personas si respondemos lo contrario.
Todo esto pienso cuando hoy me he vestido para venir a trabajar y a clase con un vaquero viejo, camiseta, unos cara-pijos, mi chupa de cuero sesentera y la cara lavada: cómoda y con una pinta de lo más normal. Ayer me puse mona porque me apeteció. Hoy no. Soy libre. Además, me siento más en mis zapatos hoy que ayer, más a gusto, luego más yo misma. Más aún si los zapatos son unas botronchas del año de la pana que unas de temporada (¿no se lleva lo vintage? Pues hala). Me enrollo para expresar que reivindico esa libertad personal para no convertirnos en esclavos de la estética y, por perversión de este concepto, esclavos de guardar las apariencias.
Libertad estética para adornar nuestra fachada si nos apetece y dejarla austera haciendo uso de la misma condicional.
El otro día comentaba a una amiga que con los años vas perdiendo “mucha tontería”, patrimonio más natural de la adolescencia y juventud. Hay quien se la lleva, la tontería, a la tumba al morir de viejo y, ojito, estos son los que más me desagradan, quienes suman tontería a la par que edad. Esa amiga me transmitía la certeza de que precisamente perder la tontería es una de las ventajas de la madurez: ese desprenderte de lo banal y quedarte con lo importante, la capacidad para sentirte a gusto sin mucho atrezo.
Que el atrezo y tú, y yo, no seamos una misma cosa, ni el atrezo parte del yo, sino solo un complemento.