Tal día como ayer de 1886, los sindicatos anarquistas de Chicago convocaron una huelga para reivindicar la jornada de ocho horas. En el transcurso de la protesta, una bomba mató a un policía y éstos respondieron abriendo fuego sobre los obreros. Fue una masacre. Las autoridades norteamericanas juzgaron a los responsables de la huelga y varios fueron ahorcados. El revuelo que produjo el drama de Chicago llevó a la Segunda Internacional Socialista a declarar el 1 de mayo como Día Internacional de los Trabajadores y pronto la conmemoración se extendió como la pólvora. Por cierto: los obreros norteamericanos lograron las ocho horas por jornada. Todo un hito. Desde entonces cada año las calles se llenan de banderas sindicales y consignas obreras, entre las que sobresale la de “Fiesta de los trabajadores”. Claro que con los tiempos que corren, más que una fiesta parece un velatorio.
En filmin tenemos una amplia variedad de directores que se han preocupado por las inquietudes y los cambios de la clase trabajadora. La cosa ya viene de lejos: recordemos que la primera proyección de los hermanos Lumière se inició con… los obreros de su fábrica. Sergei Eisenstein y Frank Capra trataron el tema desde la distancia de un océano y dos sistemas políticos. El cineasta ruso tuvo en la lucha de clases uno de sus principales motivos, pero en Octubre (1928) utiliza todo su talento para narrar el estallido de la revolución soviética, que en aquel momento debió parecerle la prueba del triunfo obrero por venir. Aunque el desencanto estaba a la vuelta de la esquina, y el pobre Eisenstein tuvo que recortar una tercera parte de su película porque a Stalin le daba urticaria ver en pantalla grande a Liev Trotsky. Más suerte (en general) tuvo Frank Capra. Pese a que algunos lo acusen de blandengue, lo cierto es que en películas como Juan Nadie (1941) sacó a relucir el drama del trabajador americano, aún herido por el crack de 1929. No era John Steinbeck, desde luego, pero cuando presentas a Gary Cooper como el centro de una mentira, erigido en falso representante del pueblo para alimentar intereses empresariales, estás lanzando un mensaje bastante claro.
Hoy las cosas han cambiado. Los cineastas contemporáneos ya no buscan grandes consignas; la situación actual los lleva a preguntarse qué ha ido mal, por qué la clase trabajadora vive en permanente crisis (económica y de ideas), y dónde están los sindicatos de antaño. Ken Loach es un especialista en narrar la desilusión del obrero de hoy, marcado por el individualismo y la falta de solidaridad que se extiende desde las bases hasta los sindicatos y los partidos de izquierda. Sus personajes actúan de todas las maneras posibles: Algunos se rebelan, como en Mi nombre es Joe (1998), otros se resignan, como en La cuadrilla (2001), y los hay que intentan sacar tajada, como las jóvenes empresarias de En un mundo libre (2007). Hay más ejemplos, toda una carrera dedicada a reflexionar sobre la sociedad que nos toca vivir.
En Francia, cuna de cineastas comprometidos, encontró refugio Costa-Gavras. Uno de sus últimos trabajos es la contundente Arcadia (2005), donde un padre de familia en paro traza un curioso plan para encontrar trabajo. Uno no sabe si empezar a reír o ponerse nervioso ante las peripecias de José García, pero la película no deja indiferente a nadie. Tampoco lo hace La cuestión humana (2007), en la que Nicolas Kotz nos presenta a un frío psicólogo de recursos humanos que se topa de bruces con el pasado de sus directivos. La vida alienante y despiadada que nos muestra pone los pelos de punta, pero la película de Kotz es uno de los mejores títulos de su año. No es por nada que la tenemos de cabecera del Factual.
Y para acabar, dos curiosidades. El ínclito Lars Von Trier rueda su única comedia conEl jefe de todo esto (2006), donde el propietario de una empresa, temeroso de que sus trabajadores ya no le quieran, contrata a un actor para que ocupe su puesto y efectúe varios despidos. Hilarante, retorcida, con el sello del cineasta danés más polémico.
Pero quizá la gran imagen de la lucha de clases en filmin nos la proporciona Federico Fellini. En una de las escenas más descacharrantesde Los inútiles (1953), los ociosos protagonistas pasan en coche por delante de unos trabajadores y se burlan de ellos. No avanzo nada más. Quién haya visto la película recordará probablemente cómo acaba la situación. Los que no, echadle una ojeada, que es para enmarcarlo.