Revista Cine

Factual: Mandela

Publicado el 25 julio 2013 por Fimin

factual-mandela

Este factual no es como los demás. Normalmente, lo que nos lleva a escoger un tema en concreto es su carácter de actualidad, su vigencia en los medios de comunicación o, en su defecto, su pertinencia. Pero esta vez nuestra elección no tiene nada que ver con algo que haya ocurrido, sino con lo que puede pasar. Nelson Mandela, una de las figuras más carismáticas del siglo XX, permanece ingresado en el hospital desde hace días. Su estado de salud ha disparado todas las alarmas y, en el momento en el que escribo esto, los pronósticos no son nada halagüeños para el mandatario de 94 años.

Noventa y cuatro años, que se dice pronto, revisados estos días por todos los medios de comunicación del mundo. Los hay que glosan al héroe que combatió el Apartheid y forjó la reconciliación nacional de un país que sangraba por los cuatro costados. Otros, que también los hay, hacen mención a su pasado guerrillero o, especialmente, a las tensiones en el seno de su propia familia en los últimos tiempos. Lo que nadie niega es que Nelson Mandela es un rostro ineludible de la historia reciente de la humanidad, alguien más grande que la vida, capaz de remover ríos de tinta incluso antes de que la noticia (fatídica, si se produce) salte a los medios de comunicación. Alguien, en definitiva, de quien podemos trazar su estela en el cine sin hacer mención a una sola película que hable de él. No hay ni una que le haga justicia, pero su vida de cine se encuentra en los márgenes de muchas películas que retratan un enorme pedazo de mundo. Una vida que no es como las demás. Por eso este factual no es como los demás.

 

Sudáfrica, tierra segregada

A finales del siglo XIX Sudáfrica es un conglomerado de pequeñas repúblicas bóeres, herederas del colonialismo holandés, que se oponen al gobierno británico del Cabo de Buena Esperanza. Ambas comunidades se han enfrentado ya en una guerra (1880-1881) que han ganado los bóeres, pero los ingleses les tienen muchas ganas: las minas de diamantes y de oro de la región y las presiones de los antiesclavistas de Londres avivan las tensiones. Además, en Europa se empieza a hablar de una guerra que puede alcanzar al mundo entero y parece que a las comunidades díscolas les puede dar por aliarse con el enemigo. Entre 1899 y 1902 un nuevo conflicto en el cono africano acaba con la victoria de las tropas del imperio, superiores en número. Las colonias bóeres pasan bajo control británico y se integran en un solo estado. Son diez años de negociaciones hasta que el mapa queda dibujado, con anexiones, disposiciones, tratados y alguna que otra rencilla. Pero lo que podría haber significado una notable mejoría en las condiciones de vida del grueso de la población se queda en otra decepción: los negros no pueden votar, excepto en la colonia del Cabo, y la frontera que separa a ciudadanos de primera y segunda se perpetúa en la joven Unión Sudafricana. Además, la hegemonía de los afrikáners (que representan al 10% de la población) se mantiene intacta y les permite recuperar el poder al cabo de poco tiempo. Son blancos y constituyen una clase extremadamente privilegiada que se niega a perder su condición.

Es en esta tierra donde nace Nelson Mandela.

Una mujer en África (2010)

Maria es una francesa en África. Su vida es su plantación de café, su universo, levantado con tesón. Puede que ni su familia signifique tanto para ella como esa extensión de cultivos en el corazón del continente. Por eso, cuando la guerra civil llama a su puerta, Maria decide quedarse. Ni el ejército francés logra que se mueva de allí. Es su casa, y punto. Su empecinamiento raya con la locura, ajeno a la espiral violenta que avanza como un huracán.

 

Claire Denis, que de África sabe un rato largo, logra que de cada poro de la piel de IsabelleHuppert exude la conciencia del colono, su soberbia y su tozudez. Maria es un personaje ambiguo, una trabajadora arrojada y tenaz que defiende su patrimonio, pero también la exponente de una minoría con la frontera de la segregación racial perfectamente delimitada en su cerebro. "Una mujer en África" (2010) es una película incómoda sobre el rastro del colonialismo en el África más inclemente, allá donde las vidas se resuelven a machetazos y la dictadura del hombre blanco engendra monstruos. Maria parece un personaje de otra época, salido de las brumas de los grandes imperios que se asentaban en tierras ajenas para esquilmar sus recursos. Ella se siente africana, pero en su relación con el entorno se adivina la altivez del que siempre ha vivido conforme a un sistema jerárquico de orden racial, y lo ha integrado como lo más normal del mundo.

El niño del clan Madiba

Nelson Rolihlahla Mandela nace el 18 de julio de 1918 en la localidad de Mvezo, en lo que entonces se conoce como la Unión Sudafricana. En sus años de bachillerempieza a significarse por su perfil reivindicativo y a ponerse en el punto de mira de las autoridades. Allí empiezan sus encontronazos con el régimen, que marcarán toda su vida. Una huelga estudiantil acaba con su expulsión de la escuela, pero el joven Mandela no se deja arredrar yen 1942 completa sus estudios de derecho. Por aquellos años empieza a defender a clientes negros que no tienen dinero. En aquella época, también, retumba con fuerza una palabra que proviene del afrikáner y encarna todos los males de un régimen aborrecible: Apartheid.

La marca del Halcón (1957)

Obam regresa a su casa para cambiarlo todo. Estamos en un país del África colonial británica, donde los blancos campan a sus anchas como la clase dominante. Semejante panorama invita a pensar en tensiones raciales de todo tipo, pero lo cierto es que el principal foco de disputa parte de una necesidad común: la tierra. Sustento para unos, símbolo de la comunidad para otros, las extensas llanuras azotadas por el clima son el centro de un tira y afloja que los negros van a perder. Obam puede ser el perfecto mediador, pero su trabajo no resulta fácil y su pacifismo choca con la incomprensión de todos, especialmente cuando los hechos se precipitan dramáticamente.

 

Sidney Poitier es un hito en la historia de la cultura norteamericana. El primer galán negro, que aparece para hacer saltar por los aires todas las rígidas estructuras raciales del viejo Hollywood. Como Harry Belafonte o Dorothy Dandridge, pero con la legitimidad y la promoción de la Academia, que el concede el primer Oscar al mejor actor principal que no va a parar a manos blancas. En "La marca del Halcón" comparte protagonismo con Eartha Kitt, que como él pertenece a la primera generación de artistas negros cuya implantación hizo pensar que algo estaba cambiando. Algo lento, pesado y correoso, pero en pleno cambio. Mandela debería ver esta película de Michael Audley (si no lo ha hecho ya), porque la historia de Obam traza insólitos paralelismos con la suya propia, con su perfil de joven representante de una comunidad oprimida, con su firme voluntad de una revolución pacífica, dialogante, serena. También, en un plano más accidental, porque Poitier y Mandela comparten la determinación de dinamitar el organigrama racial que impera en su comunidad. Ambos son figuras de autoridad moral, expertos en plantar picas en Flandes, capaces de destacar en sus respectivos campos hasta extremos incontestables. Los caminos del cine son perfectamente escrutables, por eso a nadie sorprende que Sidney Poitier acabe encarnando a Nelson Mandela en Mandela y De Klerk (1997), al lado de Michael Caine. De vez en cuando el universo se pone particularmente previsible.

 

466/64

En 1960 una protesta contra el Apartheid acaba con la policía abriendo fuego contra los manifestantes. Mueren 69 personas, entre ellas mujeres y niños. Mandela, afiliado al Congreso Pan-Africano, lo acompaña en su anexión al Movimiento de Resistencia Africano, que decide tomar las armas. Madibaaparca todo su ideario pacifista y lidera un comando en la tradición de los guerrilleros judíos de Irgún. Ni el gobierno sudafricano ni la ONU se lo perdonarán. Declarado terrorista, huye a Argelia donde se da cuenta de que en el exterior nadie se toma en serio al Congreso. En 1962 Mandela decide volver a su país y rehacer el movimiento de oposición al régimen. Es entonces cuando es hecho prisionero. Su juicio se convierte en una manifestación de repulsa al Apartheid, pero nada impide que sea condenado a cadena perpetua y enviado a la prisión de Robben Island. Pasará allí 17 años, en condiciones muy duras, obligado a trabajos forzados, y una década más en otras penitenciarías. En todo ese tiempo su figura se convierte en la punta de lanza de la lucha contra el régimen racista de Sudáfrica. Su leyenda crece, pero Mandela sigue en la cárcel, a merced de un gobierno que le niega todo indulto y lo mantiene parcialmente incomunicado. Durante su reclusión en RobbenIsland cargará en el pecho con un mismo número de reo, que se convertirá en todo un símbolo: 466/64.

 

En los años 80 el Apartheid empieza a agonizar, minado por las presiones internacionales y las protestas internas. En medio del lento declinar, el gobierno sudafricano empieza una tímida política de contactos con Mandela. La elección de Frederik De Klerk como presidente acelera el proceso. Mandela es liberado en 1990, tras 27 años aislado del mundo. Su aparición es el símbolo de cambio que tantos esperaban.

Searching for Sugar Man (2012)

Sixto Rodríguez lo tiene todo para triunfar en el mundo de la música: Una presencia carismática, cierto virtuosismo con los instrumentos, una voz característica y, especialmente, unas canciones espléndidas. Por todo ello, el hecho de que un ejecutivo de Sussex Records le descubra y decida promocionarlo no deja de ser lo que tenía que pasar. Pero en el mundo de la música (y no sólo en el mundo de la música) lo que tiene que pasar no siempre acaba pasando. Rodríguez edita dos discos como dos soles, con temas que le proyectan sistemáticamente a una odiosa pero reveladora comparación con Bob Dylan, pero nadie les hace caso. Estamos en los 70, auténtica edad de oro de la música popular, pero Rodríguez no logra subirse a ningún tren… o al menos eso es lo que él cree. En los Estados Unidos es uno más entre una multitud de aspirantes al Olimpo. En el hemisferio sur, en cambio, cuenta con una auténtica legión de inesperados y fervientes seguidores. Su música desembarca accidentalmente en Zimbabue y Sudáfrica, así como en Australia y Nueva Zelanda. El éxito es colosal, especialmente en el país del Apartheid, donde sus letras, que ponen de los nervios a la censura, se convierten en un símbolo de rebeldía. El problema es que él no lo sabe.

 

La increíble (y más o menos cierta) historia de Sixto Rodríguez nace en los suburbios de Detroit pero crece y alcanza su cenit en la Sudáfrica que tiene encarcelado a Nelson Mandela. Mientras el Apartheid ejerce una férrea censura sobre la música de Rodríguez sus canciones se cuelan por los márgenes del sistema, con el lento y constante goteo de un mar al que no le valen las compuertas. Mandela también es un hombre al que se pretende silenciar pero cuya proyección escapa a todo control. La vida y las decisiones personales llevan a uno y a otro a erigirse en figuras contestatarias, a las que la apertura del régimen coloca ante las multitudes que llevan años esperando oír su voz en directo.

Presidente Mandela

En 1993 Nelson Mandela y Frederik De Klerk comparten el Premio Nobel de la Paz. Un año más tarde, en una Sudáfrica que inaugura el sufragio universal, Mandela es elegido presidente. La situación aún no está del todo clara. Las cuentas entre antiguos opresores y antiguos oprimidos siguen demasiado presentes, así que Madibaempieza una política de reconciliación nacional con De Klerk como vicepresidente y la garantía de que no habrá vendettas. Por una vez, la suerte se alía con el mandatario y, en un episodio que desborda simbolismo, el país gana la copa del mundo de rugby de 1995. La percepción de una nueva Sudáfrica se extiende por todo el país y traspasa sus fronteras. El gobierno de Mandela aprueba una nueva constitución, organiza la Comisión para la verdad y la reconciliación (que estudia la responsabilidad de todas las partes en el conflicto), inicia una reforma agraria y emprende políticas para asegurar una mayor calidad de vida a las comunidades tradicionalmente marginadas. No todo sale bien: la lucha contra el sida se estanca, la crisis económica azota el país y el repartimiento de tierras no se completa satisfactoriamente. También es polémica la medida del gobierno de limitar el acceso de los blancos a determinados puestos de trabajo para equilibrar las cotas con la comunidad negra. Además, el apoyo al régimen de Gadafi, al que agradece su alianza con el Congreso Pan-Africano, figura como uno de los mayores lunares de su mandato. Sin embargo, la labor de Mandela como cohesionador de una sociedad fracturada determina su imagen pública y lo acompaña cuando se retira de la vida política en 1999, y más allá.

 

Desgracia (2008)

Decíamos al comienzo del factual que, a día de hoy, la figura de Mandela aún carece de una película que lo abarque todo. Ni el trabajo de Joseph Sargent con Sidney Poitier, ni el de Clint Eastwood con Morgan Freeman, ni obras de menor repercusión como el "Adiós Bafana" (2007) de Bille August están a la altura del mito. El icono de Madibasigue esperando. En cambio, no faltan trabajos que captan, con mayor o menor acierto, el efecto de Mandela en la nueva Sudáfrica.

Entre los más destacados encontramos una adaptación de J.M. Coetzee que, para empezar, no habría encontrado su sitio durante el Apartheid. En Desgracia (2009) John Malkovich es un profesor de universidad expulsado tras propasarse con una alumna mestiza. Refugiado en casa de su hija, sus tensas relaciones con la comunidad negra son puestas a prueba de manera terrible, en un relato que Coetzee convierte en otra reflexión en su carrera sobre la posibilidad de una reconciliación real en su país. La película de Steve Jacobs toma el pulso a la nueva Sudáfrica, a sus avances y sus carencias, al trecho recorrido y al camino aún por andar. El personaje de John Malkovich representa a una sociedad aún herida, lastrada por los axiomas de un pasado que no tiene más de veinte años, pero también encarna, él y su hija, la posibilidad real de un cambio. Los gobernantes del nuevo estado ya no tienen apellidos afrikáners, ya no suenan a Strijdom, Verwoerd o De Klerk, sino a Mbeki, Zuma o Tutu. Un cambio más que simbólico, unido al estupor, la desconfianza y el racismo atávico de la comunidad blanca, son como la tierra donde cultivar toda clase de conflicto. El camino, dice Coetzee, asegura Jacobs, ratificaría quizá Mandela, ni es fácil ni está perfectamente definido, pero la alternativa del Apartheid los acerca más al infierno

 

"Desgracia" certifica la sensación de que queda mucho por hacer en un país llamado a ser potencia mundial en el siglo XXI, pero que el cambio parece definitivo. El Apartheid queda atrás, con sus modos dictatoriales, su sistemática violación de los derechos humanos y sus modos semiesclavistas. El motor del cambio tiene un rostro, por eso Sudáfrica vive estos días más pendiente de las noticias que de costumbre. Ese es el legado de Mandela.


Volver a la Portada de Logo Paperblog