07 de Junio del 2012 | etiquetas: Factual, Series TV, Cine Político, Manel Carrasco Compartir
Hace un par de días, el municipio de Tarifa aprobó urbanizar la playa de Valdevaqueros, habilitándola para viviendas y hoteles en una extensión de 700.000 metros cuadrados. La polémica no ha tardado en estallar. Puede ser una manera de combatir el paro, o la enésima agresión medioambiental a las costas españolas. O ambas cosas. En cualquier caso, muchas voces se preguntan si el proyecto es oportuno, dado que la actual crisis afecta especialmente al sector inmobiliario. Se corre el riesgo de destrozar una bonita playa virgen con edificaciones que, en el peor de los casos, pueden quedarse a medio hacer si la crisis arrecia y el proyecto tiene que pararse. No sería la primera vez.
A más de uno todo esto le recuerda las políticas franquistas de urbanización de costas. Y da escalofríos.No seremos muy originales si decimos que la clase política (española, mundial) no pasa por su mejor momento.Ante esta situación, podemos ir a las tertulias del bar a desahogarnos… o podemos reírnos a base de bien con uno de los mejores retratos de los corredores gubernamentales que se ha hecho jamás. 30 minutos de auténtica delicia, multiplicados por cinco temporadas de siete capítulos cada una. Una maravilla ¿Verdad, ministro? Claro, ministro. Sí, ministro (1980-1984).
Corre el año 1980 cuando la BBC estrena una comedia llamada a marcar una época, una apuesta brillante y temeraria que, mira por donde, sale redonda. Sí ministro es una pirueta casi perfecta, con una premisa tan alucinada que ni el productor más chalado la compraría: hacer humor de la política, situando (casi) toda la acción en los despachos ministeriales, logrando gags con sólo tres personajes que hablan de burocracia, planes económicos y jerga administrativa. Jonathan Lynn y AntonyJayidean todo el asunto, movidos por la necesidad de desacralizar el funcionamiento de la administración pública y de cachondearse un rato de los pomposos políticos británicos. Y desde luego, se salen con la suya. La serie no deja títere con cabeza, dispara dardos mojados en el peor veneno posible: el de los diálogos ingeniosos, las situaciones esperpénticas, los personajes más amorales y los enredos más vergonzantes. Al acabar, no sabes si odiar o querer al personal del ministerio, o incluso si compadecerlo, pero lo que es seguro es que no lo quieres dirigiendo el país. Y lo más escalofriante es que nada indica que los políticos reales sean muy diferentes de sus parodias. Tanto es así que Margaret Thatcher, primera ministra en aquellos tiempos, la tuvo por su serie favorita. Debía sentirse como en casa. Da un poco de miedo.
¿Pero quiénes son esos políticos y de dónde salen? JimHacker es un hombre feliz. El premier británico lo ha nombrado ministro en su nuevo gabinete; una ocasión de oro para llevar a cabo sus ideas y erigirse como un brillante hombre de estado. El problema es que en su camino se topa con el taimado Sir Humphrey Appleby, secretario permanente del ministerio, un manipulador nato con la misión de impedir que el ministro tome una sola decisión, ejecute una orden o tenga la más mínima iniciativa. El trabajo de un político –piensa Sir Humphrey- consiste en molestar lo mínimo posible y dejar que los funcionarios lleven las riendas del gobierno. Lo contrario sería una catástrofe, y -siempre según él- a menudo lo es.Todos hemos oído más de una vez repetir como un mantra aquello de que “es que todos los políticos son iguales”, pero Sí, ministro logra que los veamos iguales a nosotros, por la vía del patetismo y de la vergüenza ajena.
¿Os imagináis algo así por estos lares? Difícil sería llegar a sus extremos de talento, de sutileza y de elegancia a la hora de liar al ministro Hacker y a sus ayudantes en situaciones comprometidas. Puede que nos falte aún un poco de recorrido en el difícil género de la comedia audiovisual. Aunque el trabajo de Jay y Lynn es una de las cumbres de la televisión británica, salida de esa factoría de genios catódicos que es la BBC. Aplaudida, copiada, adaptada a otros formatos (pero nunca superada),Sí, ministro contó con la aprobación del público, y lo hizo porque a la calidad de los guiones y al talento de los intérpretes sumaba un factor esencial: Jay y Lynn pensaban que el espectador no era tonto, que podía seguir la trama de los episodios, y que aunque se le escaparan algunos tecnicismos no tenía problema para entender el fondo de la narración, con sus giros y sus gags. Huelga decir que acertaron de pleno.
Al montón de aciertos hay que añadir un reparto tan rematadamente bien compenetrado que cuesta imaginar alternativas. Paul Eddington es el atolondrado Jim Hacker, tan lleno de buenas intenciones como atrapado en la maquinaria ministerial. Sus ideas son nobles, incluso sensatas, pero su torpeza lo humaniza, revela que tras cada dirigente hay un ser humano con sus debilidades, sus meteduras de pata, sus flaquezas y sus incapacidades. La serie es muy audaz, porque de todos los personajes que presenta es precisamente el ministro, tan idealizado, tan fotogénico, y tan lejano en las esferas del poder, quien se nos revela más humano, más cerca de nosotros. Nigel Hawthorne es Sir Humphrey, inteligente y flemático, britishpor excelencia, y la quintaesencia del cinismo. Su atractivo es su capacidad de ir un paso por delante de los demás, siempre con una réplica ingeniosa a punto, aunque a veces Hacker logre desarmarlo. Hawthorne pertenece a la escuela de los grandes actores británicos, y muchos reconocen que sólo la suerte impidió que se celebrara su talento hasta muy tarde, en el lapso que media entre esta serie y La locura del rey Jorge (1994), por la que fue nominado al Oscar. Y para completar la terna, Derek Fowlds como el secretario Bernard Woolley, experto en soltar inconveniencias en el peor momento posible, así como en mantener la equidistancia entre Hacker y Sir Humphrey.
Sí, ministro tiene una brillante continuación que, como no podía ser de otra manera, narra los progresos de Hacker hasta poder oír aquello de Sí, primer ministro (1986-1988). El político ha llegado a lo más alto, pero eso no lo inmuniza de todos sus males. La secuela sigue la estructura y el espíritu de la primera, formando un solo bloque consistente y casi inigualable en la historia de la comedia televisiva… Al menos, hasta hace poco. Como si recogiera el testigo de Jay y Lynn, Armando Iannuccise centra en las tribulaciones de un ministerio en The thick of it (2005). Una vez más, ministros peripatéticos, funcionarios de paciencia infinita y un director de orquesta encargado de ponerlos a todos en solfa. Sir Humphrey encuentra su relevo en Malcolm Tucker, hiperactivo y malhablado, temible e implacable. No querrías cruzarte en su camino ni loco. La BBC da de nuevo en el clavo. Son únicos.
Nuevos tiempos, nuevos modos. Iannucci se permite la palabrota constante, el comentario chabacano y la falta de modales. La banalización de la política viene de la mano de unos personajes ridículos, incompetentes y pelotas. Si el gobierno es como un manicomio, los locos han tomado el control, y no hay quien los pare. La cúspide de la serie es el largometraje In theLoop (2009), donde Iannucci pone al terrorífico Tucker y a su pandilla en medio de la gestión de la guerra de Irak. El colofón es brillante, porque sólo personajes como los que presenta podrían liderarnos de manera entusiasta hasta el despropósito de esa guerra. Nominación al Oscar de por medio, la película fue una de las comedias del año.