Editorial Candaya. 190 páginas. 1ª edición de
2015
En más de una ocasión, los
editores de Candaya –Paco y Olga- me han mandado sus libros para que yo los comente en el blog;
así que habíamos conversado a través de internet, pero nunca nos habíamos visto
en persona hasta el diciembre pasado, cuando vinieron a Madrid para la presentación
de Familias
de cereal, la primera obra de Tomás
Sánchez Bellocchio (Buenos Aires, 1981). La presentación fue el sábado 12
de diciembre en la librería La Buena Vida,
por la que hacía tiempo que no pasaba (desde la última vez que estuve allí se
habían mudado a la acera de enfrente de la calle de Vergara). Paco y Olga
estuvieron mandando emails a sus contactos de Madrid porque sentían “miedo a la
librería vacía”. La verdad es que aquello me pareció muy simpático y me
apeteció pasarme para saludarles. Me ofrecieron también el envío del libro,
pero ya que iba a La Buena Vida, donde sabía que vendían mi novela Los
insignes, me apeteció comprarlo y poder así apoyarles.
Lo cierto que en La Buena Vida
aquel sábado acudieron muchas personas y ese “miedo a la librería vacía” resultó
infundado. La presentación corrió a cargo de Juan Carlos Márquez, y resultó
bastante amena.
Me he puesto con Familias de cereal en febrero de 2016.
El debut narrativo de Sánchez Bellocchio es un libro compuesto por doce
relatos, escritos durante un periodo largo de su vida, como explicó el autor en
la presentación.
El primer relato se titula
precisamente Familias de cereal, y me acerqué a él pensando que debía estar
escrito con un fuerte componente autobiográfico, ya que el narrador evoca un
momento de su vida –los trece años- en el que recibe de sus padres el regalo de
una videocámara y se obsesiona con convertirse en publicista, que es la
profesión de Sánchez Bellocchio en la vida real. Por supuesto, mi suposición
(basada en los intereses de narrador y autor) no deja de ser subjetiva. Nos
encontramos aquí con uno de los relatos más largos del conjunto (26 páginas),
que comienza con pulso firme: el niño de trece años analiza los anuncios que
ve, crea los suyos propios con sus vecinos, asiste a las cada vez más
frecuentes peleas de sus padres… y en un momento dado empieza a grabarlos y
estos se comportan de modo extraño ante la cámara. Cuando años después le
relate aquellos sucesos a un psicólogo, éste reaccionará así: “En una sesión,
mi psicólogo usó dos veces la palabra inverosímil.” (pág. 30). Considero que en
esta mirada del psicólogo sobre lo contado se encuentra una de las claves del
relato y en general podría guardar la clave poética para interpretar los
cuentos escritos por Sánchez Bellocchio para componer este libro. El escritor Jorge Carrión apunta en una cita de la
contraportada que Sánchez Bellocchio “pertenece por méritos propios a la
tradición del gran cuento realista contemporáneo del Río de la Plata.”, y entre
los escritores que considera inscritos en esta línea realista cita a Samanta Schweblin, de la que comenté,
el año pasado, su libro Pájaros en la boca. Cuando leí este
libro no me pareció que Schweblin fuese una escritora realista, sino que de
forma sutil jugaba con los límites entre el cuento fantástico y el realista,
creando un territorio lleno de extrañeza. En un contexto realista, los
personajes a veces se comportaban de modo inverosímil, y aquí precisamente, en
ese territorio lleno de extrañeza es donde Sánchez Bellocchio ha decidido
moverse. Antonio Jiménez Morato, en
el prólogo de La hora de los monos de Federico
Falco, otro gran libro de relatos de la nueva generación de escritores
argentinos, apuntaba en la misma dirección. Escribe en este prólogo Jiménez
Morato, hablando de la posible filiación de Falco con el realismo: “Hay algo en
estos textos que late bajo esa aparente reproducción de lo real, algo que
subyace bajo la tersa superficie del relato que obliga a cuestionarse esa idea
de que se trata de un cuento cómodamente realista.” Creo que esto es lo que
puede ocurrir al leer los cuentos de Sánchez Bellocchio, que, dentro de una
construcción de apariencia realista, está jugando con el concepto de
verosimilitud, y la lógica que siguen sus personajes es, en muchos casos, una
lógica que marca el propio texto. Y esta diferencia entre el realismo
costumbrista y este nuevo realismo, que puede ser tomado por una nueva
evolución del cuento fantástico, me parece muy interesante y significativa en
este caso.
Así que terminé Familias de cereal (en cuento, no el
libro) un tanto desconcentrado por la propuesta. El segundo cuento Historia
de la caca es uno de los más cortos y de los más flojos del conjunto.
Como en el anterior, asistimos aquí a los miedos de un adolescente frente al
mundo. Los adolescentes son en gran parte los protagonistas de estas historias
de aprendizaje y extrañeza ante el mundo.
El tercero, Animales del imperio,
parece un homenaje a Borges, o a Bolaño tras leer a Borges. En él se
reproducen las páginas del diario de un padre muerto, leídas por sus hijos.
Unas páginas repletas de locuras y pequeñas narraciones de corte fantástico.
Este cuento me gusta bastante más que el anterior.
Familias de cereal empieza a conquistarme de forma real a partir
del cuarto cuento, Disco rígido. En él, un técnico de computadoras de diecisiete
años visita la casa de unos vecinos: el padre quiere que le revise el ordenador
de su hijo muerto, un ordenador en el que se pasa las horas rastreando los
lugares de internet que visitó su hijo. Este cuento tiene una base más realista
que otros del conjunto, y su sutil melancolía me ha recordado a Chéjov, o a Carver (el Chéjov norteamericano).
El siguiente, Interrupción
del servicio, me ha gustado mucho también. En él, una madre y un hijo
van a visitar la casa de su empleada doméstica de la que no saben nada desde
hace días. Aquí de nuevo, asistimos a una sutil ruptura con la verosimilitud
narrativa y con el concepto de realismo puro.
Hacedor de dinero, es junto con Historia
de la caca, el otro de los dos cuentos que me ha gustado menos. Es un
relato muy estático, con una persona adinerada que reflexiona sobre su vida en
su lecho de muerte. Teniendo en cuenta la madurez y sutileza de otras historias
que se recogen en este libro, diría que es uno de los cuentos más antiguos (o
más inmaduros) de los que aquí se muestran.
El siguiente, sin embargo, Cuatro
lunas, sobre los esfuerzos de una familia de gordos por adelgazar me ha
parecido muy bueno. Muy significativo también dentro del conjunto: a Sánchez
Bellocchio le interesan las relaciones que se establecen dentro de la familia
–en muchos casos, desde el punto de vista de los hijos adolescentes- y son las
suyas unas narraciones de interiores: de dormitorios, comedores, baños… La
ciudad de Buenos Aires es nombrada en algún relato, pero no aparecer aquí el
reflejo costumbrista de lo que ocurre en sus calles o barrios. Los exteriores
no parecen ser de interés como objeto narrado en esta literatura de familias
con relaciones enfermizas, donde la enfermedad o la vejez cobran, en muchos
casos, fuerza de símbolos.
Mitad de un hermano,
sobre la relación entre dos medio hermanos que se sacan bastantes años, es un
cuento hermoso y cruel.
Fidelidad de los perros
me ha gustado, pero su final me parece en exceso melodramático.
Ciudad de cartón sobre un
chico que recoge cartones en la calle, invitado por una familia del barrio
donde está trabajando a cenar no acaba de ser un cuento realista y me gusta por
la sutil fantasía que crea. Y si éste no es un cuento realista menos lo es La
chica del norte, donde uno de sus personajes lleva a una chica atada
con una correa, un cuento que se adentra ya en el expresionismo.
La nube y las muertas,
con 32 páginas es el cuento más largo del libro y también mi favorito. Un
adolescente apático empieza a ganar algo de dinero enseñando a su abuela y sus
amigas octogenarias cómo funciona internet. En este cuento se usa algún
elemento de la política argentina, ya que las historias de las octogenarias nos
acaban llevando hasta la época de la revolución Libertadora, que acabo con el gobierno de Perón. Aquí, con su número
mayor de páginas, el autor se sirve de algún elemento constructivo de los que
hasta ahora había prescindido, como dar un peso narrativo o simbólico a la
lluvia que cae sobre la ciudad. Si en los otros cuentos, el lenguaje era
preciso y rítmico, aquí se vuelve algo más poético y evocador. Y quizás, aunque
Sánchez Bellocchio apuntó en la presentación del libro que no le gustan las novelas
con muchas digresiones, La nube y las
muertes sí que apunte a la posibilidad de escribir novelas en el futuro.
En resumen, Tomás Sánchez
Bellocchio se suma con fuerza, gracias a Familias
de cereal, a la nueva generación de cuentistas argentinos, como Samantha
Schweblin o Federico Falco, ya que ha escrito un conjunto de relatos
convincentes, con algunos de ellos realmente destacables, y explorando ese
territorio híbrido entre el realismo y el cuento fantástico que juega a romper
los límites de la verosimilitud narrativa.
En una entrevista reciente le
preguntaban al cuentista español Óscar Esquivias
por un autor que acabase de descubrir y contestó lo siguiente: «Tomás Sánchez
Beollocchio.Su
primer libro, Familias de cereal
(Candaya, 2015) me ha encantado. Alguno de sus cuentos me habría gustado
escribirlo yo.» Que un cuentista tan destacado como Esquivias diga esto
de Familias de cereal me parece
altamente significativo.