Revista Cine
No había visto Fat City hasta ahora, lo que me resulta incomprensible porque muchas de las películas de John Huston están entre mis favoritas: Vidas rebeldes, El tesoro de Sierra Madre, El halcón maltés, El hombre que pudo reinar, La jungla de asfalto, Los que no perdonan, La reina de África, La noche de la iguana, El juez de la horca, Dublineses... Huston incluso consiguió que yo viera una película de fútbol: Evasión o victoria, donde fue capaz de juntar a Stallone, Pelé, Max Von Sydow y Michael Caine.Fat City es un retrato muy amargo sobre los perdedores. En este caso, sobre tipos que un día fueron estrellas del boxeo y hoy sólo son borrachos solitarios. Stacy Keach está extraordinario en su papel de fracasado que casi vive en las tabernas y anhela otra oportunidad, muy en la línea de los personajes de Charles Bukowski. Hay dos secuencias magistrales y a la vez dolorosas: una en la que Keach intenta cocinar para él y su nueva compañera, una alcohólica, y acaban discutiendo por cualquier cosa, y el boxeador trata de tomarse la situación con calma, pero termina destrozado de los nervios; y otra en la que, tras ganar un combate, Keach sale del edificio rodeado de su entrenador, de sus colegas y de quienes acuden a felicitarlo, mientras, un minuto después, el oponente al que ha derrotado sale solo, sin nadie que acuda a apoyarlo, y las luces del local se van apagando antes de abandonar el local; los ganadores tienen amigos, los perdedores no tienen a nadie, parece decirnos Huston en esta secuencia.En el otro extremo está el personaje de Jeff Bridges: joven, con mujer e hijo, un futuro y varios combates ganados en el ring. Es el opuesto a Keach, y también es lo que fue Keach de joven. Cuando se juntan en la barra de un bar sabemos lo que sabía Huston: que hoy el ganador disfruta de todo, pero quizá mañana podría convertirse en su colega, al que los fracasos y el divorcio convirtieron en un hombre que va "de desastre en desastre". Fat City, por cierto, no queda muy lejos de lo que ha hecho Juan Velázquez en la novela Hombres sin suerte, de la que he colgado un fragmento esta mañana.