Marilyn Monroe no fue ni será- por más que se pretenda - una figura controvertida. Los ríos de tinta que muchas (demasiadas) veces se han desbordado, non han hecho más que acumular en torno a la actriz un catálogo de tópicos débilmente sustentados por rumores y detalles, muchas veces escabrosos, aportados por personajes de dudosa solvencia y credibilidad que, casi siempre, esconden tras de sí un interés económico. Las causas de su muerte, una penosa infancia, la ausencia permanente de un referente paterno y su desesperada búsqueda, las supuestas relaciones con los hermanos Kennedy, los maltratos físicos y psicológicos del héroe nacional Joe DiMaggio, los somníferos, los publicitados retrasos en los rodajes o, simplemente, su retahíla de ingeniosas y picantes frases para una era en la que reinaba el saber estar de Audrey Hepburn o Grace Kelly, han contribuido a ocultar muchos aspectos de Marilyn Monroe o, mejor dicho, no han permitido conocer a Norma Jeane. Marilyn, títere siempre manejado peligrosamente (por Natasha Lyttes, por la Fox, por Milton Greene, por los Strasberg, por Miller...), huía de fiestas y saraos, presa de su perenne inseguridad a mostrarse en público. En su etapa neoyorquina, cuando tomaba clases en el Actor´s Studio, disfrutó del anonimato. Acostumbraba a disfrazarse para pasear por las calles de Manhattan como una ciudadana más. Durante este tiempo, 1955, Marilyn se había empeñado en recuperar a Norma Jeane, dejando atrás las candilejas y los flashes y buscando en su interior las respuestas sobre su verdadera identidad. Incluso, cuando hablaba de Marilyn, lo hacía en tercera persona, separando muy meridianamente a ambas personas. Quizás esta dicotomía, esta continua lucha interna entre Norma y Marilyn, estuvo presente hasta el final de sus días. Pero Norma Jeane sabía sacarle partido a Marilyn Monroe cuando las circunstancias lo exigían. No, no sólo a través de favores sexuales, sino tomando plena consciencia de la atención que despertaba y de la importancia de su personaje. En noviembre de 1954 los clubs nocturnos de Hollywood no aceptaban la presencia de artistas negros. Cuando Norma Jeane se enteró de que a su idolatrada Ella Fitzgerald no le dejaban cantar en el Mocambo, Marilyn (no Norma) telefoneó de inmediato al propietario para decirle que si contrataban a Ella la Monroe asistiría en primera fila a todas y cada una de las actuaciones de la gran diva del jazz, asegurando también que la prensa se mostraría encantada. El propietario aceptó, Ella cantó, Marilyn no faltó ni un solo día y Norma Jeane se colocó, muy discretamente, al frente de la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos hasta el último día de su vida. Con la fama llegó el precio: el sometimiento. Si Marilyn ya era de por sí un producto manufacturado y dirigido por la Fox, a medida que los ingresos que generaba (no para ella, evidentemente, incluso su oscura profesora de interpretación, Natasha Lyttes, cobraba más) subían como la espuma, se tejía en torno a ella una suerte de maraña compuesta por oscuros hilos. Eran muchos los intereses creados y las bocas que alimentar. Marilyn fue convertida con descaro y alevosía y sin piedad en un mero objeto de deseo generador de suculentos dividendos que, bajo ningún concepto, debía desaparecer.Norma Jeane estaba aprendiendo a dominar a Marilyn en la época en que falleció. Todo apunta a que tenía planes nuevos para su vida, nuevos retos, renovadas ilusiones. En la última e inacabada película Something´s got to give (George Cukor, 1962), que hoy podemos disfrutar en un montaje póstumo, vemos a una Marilyn madura, más sólida. Incluso en esas famosas imágenes en las que ella se baña desnuda en la piscina, casi puede verse una felicidad de verdad.
Nunca lo sabremos, pero quizás, en el último momento, mientras sujetaba el teléfono, pensó en su madre, la cortadora de negativos de la RKO que le hizo adorar a Jean Harlow.Quizás, en el último momento, pensó que lo había logrado, que había conseguido ser como la Harlow y que, como ella, se iba joven y guapa.Quizás, aquella noche, Norma se agarró con todas sus fuerzas a la vida mientras Marilyn la arrastraba hacia la muerte. Quizás murió desconociendo que ya era inmortal.
Fuera como fuese, Marilyn no murió aquella noche, y hoy celebramos su cumpleaños como si siguiera aquí.