Del año 1907 recuperamos unas palabras a modo de felicitación para las madres de hoy; de todos los rincones y latitudes del mundo que nos lee. Sincero reconocimiento cargado de gratitud que regalamos en textos antiguos; tanto como el amor de la madre a sus hijos, que viene de lejos y perdura por los siglos de los siglos.
Bajo el título "La mujer en la familia. La hija-La esposa-La madre, por la condesa de A*", sus autores: Juan Bautista Enseñat y Nicanor Vazquez, ofrecen un manual de enseñanza para la mujer en todas las etapas de su vida.
Elegimos el capítulo segundo, que habla de las madres, y lo ilustramos con el precioso cuadro del maestro Joaquín Sorolla titulado "La Madre". Se trata de una reproducción publicada en la revista La Esfera de abril de 1915.
LA MADRENo es madre aquella que impidecon interés el amor.FRAY GABRIEL TÉLLEZ.
"Al nacer, la naturaleza nos confía, no á los cuidados de un maestro, sino al amor y á las caricias de una madre que reúne en torno de nuestra cuna las formas más graciosas y los sonidos más armoniosos, pues la dulce voz de la mujer adquiere aún mayor dulzura para la infancia.
Todo lo que hay de encantador en la tierra, la naturaleza lo prodiga á nuestra primera edad: el regazo de una madre para mecernos, su dulce mirada para guiarnos y su ternura para instruirnos.
La madre, la maestra natural, la educadora por excelencia, se identifica con el niño por el corazón, por la gracia, por la hermosura y hasta por la ligereza de espíritu. En esa estrecha unión, la paciencia responde á la curiosidad y la dulzura á la petulancia, sin que la ignorancia tropiece con el pedantismo: diríase que ambas razones crecen juntas, de tal modo el amor suaviza la superioridad de la madre; esa frivolidad misma, esa inclinación al placer, esa afición á lo maravilloso, que inconsideradamente censuran muchos en las mujeres, es una armonía más entre la madre y el niño; y en la distribución que ha hecho de la ternura, de la paciencia y de la vigilancia, la naturaleza indica á quién pretende confiar nuestra debilidad.
En general, no se tiene bastante en cuenta que los niños no entienden más que lo que ven, ni comprenden más que lo que sienten; en ellos, el sentimiento precede siempre á la inteligencia; por eso quien les enseña á ver y despierta su ternura es quien ejerce las mejores influencias en su alma.
La virtud no solamente se enseña, sino que también se inspira, y en esa inspiración brilla sobre todo el talento de las mujeres.
Éstas nos hacen querer lo que desean, y así identifican nuestra voluntad con la suya.
El mejor pedagogo ¿hará algo que no pueda hacerlo una mujer? ¿Quién, mejor que una madre, puede enseñarnos á preferir el honor á la fortuna, á amar al prójimo, á socorrer á los desgraciados, á elevar nuestra alma hasta el manantial de lo bello y de lo infinito? Un maestro vulgar aconseja y moraliza: lo que una madre ofrece á nuestra memoria, lo graba al mismo tiempo en nuestro corazón; ésta nos hace amar lo que logra infundir en nuestro conocimiento ó en nuestra fe, y por vía del amor nos conduce a la virtud.
Para un maestro, el niño es un ignorante á quien se trata de instruir; para una madre, es un alma que se trata de formar. El cuidado de educar á la infancia pertenece á las madres, y si los hombres lo han usurpado, ha sido porque confundían la educación con la instrucción, cosas esencialmente distintas, que importa separar, pues la instrucción puede interrumpirse y pasar sin ningún peligro de unas manos á otras, mientras que la educación no puede abandonarse después de empezada, sin exponerse á que el niño caiga en las divagaciones del error ó en la indiferencia de la verdad.
«El corazón de una madre, ha dicho Mantegazza, es el único capital del sentimiento que nunca quiebra, y con el cual se puede contar siempre y en todo tiempo con toda seguridad.»
«La madre, después de haber dado la vida física á la propia criatura, comparte con ésta la vida moral, plantando en ella los primeros gérmenes de la educación religiosa, moral é intelectual.»
«Muchas maravillas hay en el universo, dice Bersot; pero la obra maestra de la creación es el corazón materno.»
«¡Feliz el hombre que devuelve á su madre los contentos y las caricias qué de ella ha recibido! ¡Ojalá pueda un día sostener la vejez de aquella que sostuvo sus primeros pasos!»
Tierna madre, no te asusten las graves funciones de preceptora. Este título no implica estudios pedantescos ni austeros deberes. Bastan tus derechos, tus fuerzas y tu soberanía para guiar á la infancia por el camino de la virtud y del amor hacia la conquista de la paz del mundo, del orden de las familias y del honor del género humano."
¡Feliz día, Mamá!
© 2015 Eduardo Valero García - HUM 015-001 DMADRE
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