Revista Bares y Restaurantes
Esta semana se ha inaugurado en Murcia la tercerafiesta de la cerveza Oktoberfest, y aprovechando la ocasión, un grupo de amigosnos hemos acercado a ver qué es eso de lo que los alemanes y más concretamentelos bávaros están tan orgullosos. Llamadme ignorante o como dijo el señor delcomentario de la Sidrería Navarra, poco viajado. Y no le falta razón, pero quequede claro que no es por falta de interés sino de oportunidad. Pero lasensación que me dio es que viene a ser como nuestro bando de le huerta pero entecnología alemana. Reservamos mesa a las 10 y nos advirtieron que sinos retrasábamos más de diez minutos, perderíamos la reserva. Muy lógico, sonalemanes y tienen esas cosas muy claras, pero cuando llegamos, con puntualidadgermana pensando que estaría nuestra mesa limpia de polvo y paja, o de cervezasy restos de salchichas del turno anterior como anunciaban, nos sorprendió verdos colas en la entrada de la carpa, una de reservas y otra sin reservas. Hastacierto punto normal. Van a estar diez días y han de sacar el máximorendimiento. Lo que no me pareció tan normal, es que pasada la hora de nuestrareserva y estando esperando para entrar, fuera pasando gente sin reserva antesque nosotros. Lo que también es cierto, es que la cola era larga pero corríamuy deprisa, y en apenas diez minutos un simpático camarero hispano-germano,más concretamente de Caravaca o Cehegín nos acompañó a la mesa ataviado con unlederhose, el típico traje masculino bávaro, de esos hechos en Shanghái, quebien podía ser Bávaro que del Tirol con una etiqueta con el germánico nombre deGonza. Las camareras iban con el respectivo femenino, el dimdl cuyo erotismo distabamuchísimo del de la rubia del cartel anunciador de la fiesta. La mesa era laúltima, fuera de la carpa y sin visión del escenario donde se anunciaba músicaen directo. Y esto acabó siendo una ventaja, al no tener allí el agobio deestar rodeado en un espacio mínimo. Nada distinto a las barracas en Fiestas dePrimavera.Como he dicho, no soy muy viajado y aún no hetenido la oportunidad de viajar a Alemania, pero he visto reportajes y allá porel año 1992 fui a la Expo de Sevilla, donde cené en el pabellón alemán. Por loque no me extrañó lo más mínimo la disposición de las mesas. Mesascorridas, unas junto a otras y con bancos sin respaldo. Creo que hace unassemanas hice un comentario que venía a decir que nunca reservaría a sabiendasen un sitio con bancos sin respaldo, cosa que se encargó el señor García-E enrecordármelo. Por su insolencia fue condenado a trinchar la carne, eso sí, coninstrumental perfectamente esterilizado. Pero si la propia ParisHilton se vistió con el tradicional dimdl y se fue a la Oktoberfest a esosbancos tan incómodos. No voy a ser yo más.El simpático camarero que nos ubicó y en unperfecto murciano nos recomendó que pedir y tomó nota de las bebidas. Los delos refrescos de siempre, una sin, para quien por circunstancias gestantes nopodía beber. Y el resto cerveza con alcohol. Las mujeres, jarra pequeña.Nosotros, que somos leones, grande, de litro. De la marca Paulaner, la oferta era, cerveza negra, quenadie pidió, cerveza de cebada los más conservadores y turbia de trigo los queestábamos por algo distinto. Para meterse entre pecho y espalda un litro decerveza y no terminar mal, tienen platos típicos alemanes. Pero nada desofisticación, las morcillas, longanizas y zarangollo de aquí, son sus codillosy costillas de cerdo o los cinco tipos distintos de sus wurst (salchichas) ypara que no digan que todo es carne, el típico Chucrut (repollo agrio) quenadie tuvo el valor o las ganas de probar. Si tomamos el codillo, abundantepara individual y escaso para compartir, las salchichas, las costillas, quecuando quisimos repetir se habían terminado y un pollo asado casi imposible dedividir.Lo que iban trayendo, era de elaboración bastantesimple, pero bueno. Lo malo era como lo traían. Sobre un plato de cartón y concubiertos de plástico. Plateados que daban el pego, pero de plástico. Supongoque la idea es que la gente pida un menú individual, pero aun así, partir elcostillar con un cuchillo tan blando, no fue tarea fácil. Murieron variostenedores en el intento.Por comodidad y seguridad, cuando sirvió el últimoplato de comida y sin previa petición trajo la cuenta. Una costumbre de malgusto que personalmente considero odiosa. Será por agilidad, pero es feísimo. Nonos dieron la opción a probar los postres. Y eso que ya le habíamos echado elojo a la Salva Negra. Ni siquiera un café, que digo yo que allí también tendránsu cafelito de puchero con anisette. Aunque peor fue lo que vino después. Unpseudo-segurata vestido de calle, en la salida iba palpando los bolsos paraevitar el hurto de las jarras de cerveza. ¡Lo nunca visto! ¿Qué opinión tienende sus clientes?En resumen, fue una buena velada, sin sorpresas,donde sabíamos a dónde íbamos y a lo que íbamos. Aunque creo que tienenbastante por mejorar en muchos aspectos, que es una buena idea como iniciacióna la Oktoberfest y que espero que sean muchas más las ediciones y cuenten congente con tanto ánimo como el camarero que nos atendió. La fiesta se celebra en el Jardín de La Fama de Murcia y el teléfono de reserva es el 627 23 00 32