
En realidad me gusta la lluvia en cualquier sitio ("Si estuvieras en una tormenta en un velero en medio del Atlántico no te gustaría tanto". Ya, y si tú tuvieras que asfaltar carreteras en Córdoba en agosto no dirías "ay que rico el solecito y el verano"), sé que no le pasa a todo el mundo pero que tampoco estoy sola en esto. Para mí la lluvia es casi como un filtro de instagram, todo me parece más bonito y soy capaz de imaginar vidas acogedoras para toda la gente que me rodea. Por supuesto, este superpoder es tan imaginario y falso como un filtro pero mientras veo la vida a través de la lluvia me siento más optimista.
En el autobús, mi compañera de asiento mira por la ventana las gotas resbalando por el cristal, los coches parados, la estación de Atocha al fondo. Apenas me fijo en ella, solo la siento a mi lado pero creo para ella una vida en la que va pensando en el te que se va a tomar cuando llegue a su lugar de trabajo, encienda el ordenador y se ponga a ordenar sus papeles. Pasará allí toda su jornada, rellenando formularios, atendiendo llamadas, preparando informes mientras de vez en cuando mira por la ventana y ve que sigue lloviendo. Piensa en cuando llegue a casa, ya de noche, y al entrar por la puerta encienda la luz que para ella es casa y se tumbará en el sofá pensando que ha sido un buen día. Es todo imaginario y completamente falso y hay una parte de mi que intenta desmontarme esa fantasía pero no le dejo. Me gusta disfrutar de este superpoder de imaginar vidas bonitas cuando llueve.
Me bajo en Cibeles para caminar un rato. Me cruzo con peatones, todos abrigados. Unos con paraguas, otros no, un chino altísimo y muy guapo lleva gorra y encima la capucha de la sudadera. No es un look que le favorezca a pesar de lo guapo que es, pero es un look que él sabe que se puede poner porque es muy guapo. Cuando llueve la gente piensa en la ropa que lleva. Si llueve, antes de poner un pie en la calle, tienes que pensar: ¿llevo botas? ¿zapatillas? ¿paraguas? ¿este abrigo o el otro impermeable? Alguien que no sea como yo, adorador de la lluvia, puede pensar que eso mata la espontaneidad pero yo creo que la espontaneidad está muy sobrevalorada y que reflexionar sobre lo que llevas puesto siempre te lleva a ir más elegante. Con lluvia todos somos más interesantes y vamos mejor vestidos. El filtro de lluvia embellece pero también esconde. Cuando llueve en Madrid se ve menos la miseria, la basura, las obras absurdas, el gris de las nubes favorece a los edificios que resultan más acogedores, más entendibles, mejores. La lluvia, eso sí, no hace milagros y las espantosas meninas que han crecido como una especie invasiva, relucen con sus colores brillantes y su presencia aplastante por toda la ciudad. Me juego una mano a que las meninas del horror surgieron de la mente de alguien a quien sus padres animaron a ser espontáneo, original y creativo.
Me gusta la lluvia, me gusta tanto que hasta Madrid me enamora un poco en días en los que, como hoy, amanece todo nublado y sé que seguirá así todo el día. Me gusta la lluvia del presente y me anima la perspectiva de la la lluvia futura, es como paladear con anticipación una cita que sabes que irá bien. («Si lloviera días no te gustaría tanto», ya y si midiera dos metros quizás hubiera sido pívot de la selección).
Cuando llueve la vida me da menos pereza. No puedo explicarlo mejor.