Esto es lo que queda del mayor centro comercial de Bangkok, que además era uno de los más bonitos.
En abril de 2009 coloqué un par de entradas sobre la situación política thailandesa. Visto lo visto, trece meses y unos 100 muertos después vuelvo a hablar de la política thailandesa.
Para mí, a lo que estamos asistiendo en Thailandia es al final de un sistema, sin que se sepa todavía qué es lo que le va a reemplazar. El sistema actual echó a andar tras la II Guerra Mundial. Las élites aristocráticas, cuyo poder había disminuido durante la dictadura parafascista de Phibun Songkhram, recuperaron las riendas. El sistema que concibieron se basaría en dos pilares, el Ejército y la Monarquía. La Monarquía restaurada sería muchas cosas: un símbolo del país, un referente moral, un poder arbitral, la encarnación de la Historia del pueblo thailandés... Si Thailandia hubiese sido una baraja de póker, la Monarquía habría sido el comodín. El Ejército tenía un papel menos glamouroso: salvaguardar al sistema de las posibles amenazas. El Ejército cumplió su papel a la perfección en 1973, 1976 y 1992, cuando protestas de la clase media bangkokiana parecía que podían llevar a Thailandia hacia una democracia más auténtica.
Desde comienzos de los 70 la sociedad thailandesa empezó a cambiar y el cambio se afianzó claramente en los 80. Thailandia se urbanizó y se industrializó. El turismo puso a Thailandia un poco a regañadientes en contacto con otras culturas. Surgieron nuevas fortunas basadas en el sector inmobiliario, en el cultivo moderno del arroz y en las finanzas. A la antigua aristocracia, una parte de la cual había sabido reconvertirse en empresaria, se le unieron los descendientes de familias de origen chino que hicieron dinero a base de esfuerzo y habilidad. El pastel era grande y las nuevas fortunas encontraron su hueco bajo el sol.
El sistema político funcionaba en la primera mitad de los 90 de la siguiente manera: la vida política giraba en torno a unas pocas figuras que habían creado redes clientelares importantes y que de un plumazo podían llevarse treinta diputados de un partido a otro y amenazar la estabilidad del gobierno. Un político tanto valía como cuantos diputados tuviese bajo su égida. Y un diputado valía tanto como sus posibilidades de éxito en su distrito. Las provincias, donde vivía un campesinado sometido y poco educado políticamente, cuyos votos eran comprados por el cacique local, eran quienes ponían a los gobiernos en virtud de su mayor peso demográfico. Lo anterior no valía para Bangkok donde se había formado una clase media más ilustrada y más informada, que era la que quitaba a los gobiernos a base de protestas. Los gobiernos eran inestables y estaban al albur de los caprichos de los pequeños partidos, a los que siempre había estar atrayéndose a base de prebendas. El sistema era disfuncional y corrupto, pero funcionaba a su manera.
La crisis económica de 1997 hizo pensar a muchos que había que reformar el sistema político. Se pensó en un modelo de gobiernos fuertes y partidos políticos sólidos. No se previó entonces que el gobierno fuerte que vendría sería el de Thaksin Shinawatra y el partido político sólido el Thai Rak Thai, que fagocitaría a todos los demás partidos, salvo al Partido Demócrata y al Chart Thai.
Thaksin fue la primera amenaza seria al sistema establecido en 1946, desde las manifestaciones de estudiantes izquierdistas de 1976. Thaksin es una especie de monstruo de Frankestein de la política: tiene los ideales del singapureño Lee Kuan Yew, el histrionismo de Berlusconi, la honestidad de un concejal de urbanismo de un ayuntamiento español, la ambición de Esperanza Aguirre y una cabeza que es el sueño de todo caricato. Thaksin no quiso jugar al juego de componendas tradicional de la política thailandesa, en el que se esperaba que el Primer Ministro diese a cada uno su tajada y no menease demasiado el barco en el que iban las élites. Thaksin quiso hacerse con todos los resortes del Estado y también con todas las tajadas. En el proceso pisó muchos callos e hizo algo imperdonable: no prestó el debido respeto al Rey.
A la larga, lo más significativo que hizo Thaksin fue despertar la conciencia política del campesinado del norte y del noreste. El 70% de la población de Thailandia es rural. En el noreste, la región más pobre del país vive en torno al 30% de la población total. Tradicionalmente los campesinos de está area han sido menospreciados por las élites bangkokianas. Cuando eran tomados en consideración, era para convertirlos en objetos de la caridad de las élites. Thaksin estableció una serie de programas para ayudarlos desde una óptica de Estado del Bienestar e hizo de ellos sujetos políticos. Thaksin no hizo esto por mera caridad. Estaba simplemente desarrollando unos lazos clientelares más modernos y efectivos que los que los políticos tradicionales solían establecer a base de repartir sobrecitos con dinero en víspera de elecciones.
Durante los últimos meses del gobierno de Thaksin se formó una alianza curiosa entre sus enemigos. Por un lado estaban los grupos democráticos que veían con horror las violaciones contra los Derechos Humanos cometidas por Thaksin en su lucha contra la droga y contra la insurgencia en el sur, cómo iba amordazando a la prensa libre y cómo iba subvirtiendo el Estado de Derecho y haciéndose con el control de todas las instituciones. Por otro lado estaban los ultraconservadores, aquéllos que querían que nada cambiase y que veían que Thaksin estaba poniendo en peligro el sistema basado en la alianza entre la Monarquía y las élites tradicionales. Eran grupos muy disparejos, pero el enemigo a batir era tan fuerte, que se produjo una alianza coyuntural.
Viendo que Thaksin no dimitía por las buenas, en septiembre de 2006 el Ejército le hizo dimitir por las malas: dio un golpe de estado. La fórmula del golpe de estado para deshacerse de un Primer Ministro molesto que ponía en riesgo al sistema se había dado en el pasado con óptimos resultados: un golpe de estado acabó en 1947 con el gobierno de Pridi Phanomyong, que había resultado demasiado izquierdista para el gusto de la élite, otro terminó en 1957 con el gobierno de Phibun Songkhram, que de dictador parafascista se había reconvertido en Primer Ministro monárquico, pero aún así resultaba molesto... Siguiendo los ejemplos del pasado, los golpistas pudieron pensar que con el golpe Thaksin saldría por el desaguadero de la Historia por la misma cloaca por la que habían salido varios de sus ilustres predecesores. Se equivocaron. No tuvieron en cuenta tres datos que hacían que Thaksin fuese diferente: 1) Su inmenso ego, equivalente al de toda la población de Buenos Aires un día de triunfo de la selección argentina de fútbol; 2) Su inmensa fortuna, del mismo tamaño que su ego, que le proporciona los medios para seguir tocando las narices desde el exilio; 3) A diferencia de otros primeros ministros, cuyo poder procedía de la élite y las componendas políticas, Thaksin había desarrollado una base de apoyo social propia, que no dependía de las élites bangkokianas.
El gobierno puesto por los militares elaboró una nueva constitución en 2007 cuyo objetivo era impedir en el futuro los Primeros Ministros fuertes, o sea lo contrario de lo que había procurado la constitución de 1997. De alguna manera se quería pretender que los años de Thaksin (2001-2006) no habían existido y volver al sistema según había funcionado hasta 1997. La victoria de los thaksinistas en las elecciones de diciembre de 2007 mostraron que la sociedad thailandesa había cambiado y que las fuerzas que Thaksin había despertado se negaban a volver a sus escondites.
Las élites mostraron su mal perder. Todo el año 2008 lo pasaron intentando derribar al gobierno pro-thaksinista que había llegado al poder mediante las urnas. En el acoso y derribo utilizaron dos herramientas principales: los tribunales, que examinaron las leyes con lupa para ver cómo podían inhabilitar a los primeros ministros pro-thaksinistas y disolver al Partido del Poder Popular, que había sucedido al disuelto Thai Rak Thai, y las protestas callejeras de los camisas amarillas del PAD (la Alianza del Pueblo para la Democracia). Al cabo de doce meses, dos Primeros Ministros y tres partidos disueltos, lograron sus objetivos: el 14 de diciembre de 2008 el Parlamento votó a Abhisit Vejjajiva, líder del Partido Demócrata, como Primer Ministro.
Abhisit es un tecnócrata, formado en Inglaterra, que se siente más cómodo tomando té con pastas que comiendo ensalada de papaya verde con campesinos de Isarn. Viéndole con su cara de buen chico, metido en el avispero de la política thailandesa, dan ganas de preguntarle "¿qué hace un chico como tú en un sitio como éste?" Desde el principio Abhisit se reveló como un Primer Ministro débil que había heredado una situación envenenada. Había llegado al poder de manera discutible, después de haber perdido las elecciones de 2007. Llegó al poder gracias al apoyo de los ultranacionalistas y ultraconservadores del PAD, a los que poco le une aparte del miedo compartido a Thaksin. En el seno de su propio partido tiene a personas como su Ministro de Asuntos Exteriores Kasit Piromya, que es uno de los líderes del PAD, o al Vice-Primer Ministro Suthep Thaugsuban, envuelto en varios escándalos y también simpatizando del PAD. Al no tener mayoría absoluta en el Parlamento tuvo que buscar apoyos tan incómodos como el del chaquetero Newin Chidchob, que hasta antesdeayer era amiguito de Thaksin y que no está seguro de si honestidad se escribe con hache o sin ella, porque es una palabra que utiliza muy poco. Y, para colmo, empezó a gobernar con el aliento de los militares en el cogote. El Comandante en Jefe del Ejército, el General Anupong Paochinda, ya le había dicho a su predecesor a comienzos de diciembre de 2008: "Yo que tú, dimitiría." Con todos estos antecedentes, no me extraña que en las fotos que le he visto desde que le hicieron Primer Ministro Abhisit salga como con cara de acojone. No es para menos.
Para que se vea que no exagero, ésta es la carita que se le ha quedado al Primer Ministro Abhisit después de año y medio de gobierno.