Se frotan las manos, y con razón, los aficionados de la Ópera de Flandes, al ver a su futuro director musical dirigir una partitura como Lohengrin y comprobar que el foso sube enteros, adquiere profundidad y relieve, y es capaz de tirar de un coro que, cuando se siente inspirado, es capaz de cuajar grandes noches. Todo eso ocurrió en este estreno wagneriano, apertura de una temporada que será la última de su actual director artístico, Aviel Cahn. En septiembre llega un nuevo equipo artístico con el belga Jan Vandenhouwe a la cabeza y el maestro argentino Alejo Pérez al frente de la parte musical.
Lo dejó entrever en su Debussy del pasado febrero y lo confirmó con este Wagner de gran altura, hondo en los pasajes más líricos y atento a los detalles armónicos y a las dinámicas. El coro se contagió y en todo momento sonó muy sólido y empastado, especialmente en el acto segundo, quizá lo mejor de la noche. Allí se sumaron la excepcional Ortrud de Iréne Theorin y el Telramund de Craig Colclough, que terminaron protagonizaron un dúo de gran intensidad y dramatismo.
También de lo mejor de la noche fue el rey Heinrich de Goran Jurić, una voz profunda, con empaque y volumen. El dúo protagonista, sin embargo, no estuvo del todo perfecto. El tenor Zoran Todorovich asienta un timbre adecuado para el papel de Lohgengrin sobre ciertas destemplanzas y carencia de volumen que le resta personalidad y redondez. La soprano Liene Kinča es una gran actriz y posee un centro solvente que se vuelve inestable en los agudos y tirante en los graves. Tampoco le ayuda a colocación trasera de la voz, unida a cierto uso discutible de la gola.
La propuesta escénica de David Alden peca de esquemática y de un simbolismo algo simple. La intención se queda en el programa de mano, donde vemos que la escena debería hacernos reflexionar sobre una Amberes de posguerra, escenario de atrocidades, y un personaje, el de Lohengrin, que se asemeja a los grandes líderes que vinieron después. La ópera se abre en el centro de una gran ciudad cuyos edificios se asientan sobre una base inestable, en diagonal, como en los cuadros de Robert Delaunay. Elsa sale de una mazmorra subterránea, del techo cuelgan tres grandes altavoces y en el ambiente flota un aire deguerra y revolución consumada. Lohengrin llega enfundado en un traje blanco y sombrero Panamá, como si viniera de latitudes más templadas. El frío de la escena se mantiene en el acto segundo, que transcurre en el interior oscuro de los edificios. El acto tercero, el más extraño y sorprendente, comienza en la estancia del tálamo nupcial de los protagonistas, que preside una reproducción del lienzo "La llegada de Lohengrin a Amberes" de August von Heckel, que cuelga en las estancias del castillo de Neuschwanstein, en Baviera. Los cambios de escena a telón cerrado tampoco ayudaron a la fluidez narrativa de la historia.
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Seguir leyendo en Ópera Actual...Fotos: © Annemie Augustijns / Opera Ballet Vlaanderen
Publicado por Felipe Santos
Felipe Santos (Barcelona, 1970) es periodista. Escribe sobre música, teatro y literatura para varias publicaciones culturales. Gran parte de sus colaboraciones pueden encontrarse en el blog "El último remolino". Ver todas las entradas de Felipe Santos