Revista Cultura y Ocio
Celebrar quince años de discos, canciones y amigos no es cosa de todos los días. Florencia Ruiz lleva ese tiempo grabando discos y compartiendo melodías con sus compañeros de andanzas, de la vida, de la música. Con ellos y, principalmente, con ella, su gran compañera, podremos encontrarnos mañana 25 de octubre en el Centro Cultural Caras y Caretas (Sarmiento 2037, Capital). La celebración se titula así, “Quince años de música”, y los amigos (anoten que son varios: Mono Fontana, Ariel Minimal, Andrés Beeuwsaert, Alejandro Franov, Julián Gándara, Elizabeth Ridolfi, Flopa Lestani, Rosario Bléfari, Jerónimo Izarrualde, Juan Fracchi, Agustín Balbo, Marcelo Lupis, Ignacio Margiotta y Eduardo González Ahumada) irán marchando para acompañar una velada que suponemos extensa y emotiva.
La reciente salida de MA, el disco pensado para editarse en Japón como retrospectiva de su carrera; la última gira por el país oriental, que incluyó la experiencia de llevar a Julián, su hijo de dos años; la música como construcción y en el curso de la vida cotidiana; lo que se verá en el show de mañana… De todo eso hablamos con Florencia, natural, sincera, profunda, misteriosa. Como su música.
¿Cómo es armar un show repasando todo lo hecho en tantos años?
Un show así implica muchos costados a los cuales nunca miré, es nuevo para mí. Por ejemplo, necesitás un asistente, es importante porque son muchos músicos y la idea es que el show vaya. Hay distintos sets, la idea es intercalar y no permitirte caer en un pantano, y eso implica que esté todo ordenado. Para mí el show es indivisible a contar una historia: todos los que van a venir aparecen en ella. Es lindo que vengan a compartir, es algo de la amistad que me resulta muy sanador. Entonces el show tiene que tener eso de poner primera y darle... Se va a grabar, para tenerlo.
¿Con planes de edición?
Por ahora, para tenerlo. Sacamos un disco en vivo en Japón, eso ya está. Yo quería que fuera en vivo de verdad, sin retocar, entonces les dije “bueno, si quieren sacarlo es así, déjenlo así”. Si en la foto estamos despeinados, estamos despeinados (risas).
Además, la formación que armaste para la gira era distinta a la que tenés acá.
Nada que ver. Para mí es otra música, la canción es la misma pero la música es otra. En ese sentido es interesante; además tener un disco editado en Tokio tiene su valor.
No deja de ser una rareza, aunque para vos tocar en Japón ya sea casi una costumbre. De hecho, MA lo armaste para los japoneses ¿cierto?
Sí, el disco en realidad lo hice para los japoneses pero después surgió que saliera acá también, fue iniciativa de [Carlos] Villavicencio y yo dije “bueno, dale, vamos a hacerlo”. Resultó una buena decisión. Creo que está bueno arrancar por ahí, viste cuando decís “quisiera empezar a escuchar a Fulanito, ¿cómo hago?”. Son siete discos ya… Puede que escuches Luz de la noche, el último, pensando que quizá se acerca más a lo que hago en la actualidad. Pero escuchar todo el otro costado también está bueno. En MA cada canción representa un año, entonces escribí algo sobre ese año, sobre esa canción o sobre la grabación; y por qué elegí cada canción. Igual en el show no vamos a tocar el disco entero, elegimos otras canciones y tengo una banda que se adapta a lo que está grabado.
¿Cambiaron los miembros de la banda o son los mismos que te venían acompañando?
Está Jerónimo Izarrualde en batería, que fue quien grabó en Luz de la noche; y trajo a su compañero guitarrista, Agustín Balbo (tocan en la Orquesta Los Amigos del Chango). Después siguen Juan Fracchi en bajo y contrabajo y Eduardo González Ahumada en teclados. Y todos los invitados. Vienen Andrés Beeuwsaert, con quien haremos los temas de piano; Alejandro Franov, con quien haremos los temas más volados y climáticos... Y bueno, con el Mono Fontana y sus músicas del más allá (risas), haré un set. También viene un compañero de años, Julián Gándara, un cellista que hace mucho toca con Charly García; con él compartimos toda una época de limbo, de Mayor a Luz de la noche. Hay algunas canciones que tienen coros, que son de Rosario [Bléfari] y Flopa; viene [Marcelo] Lupis, claro… Él vino a Japón pero ahora se dio que al elegir el repertorio necesitaba un guitarrista, entonces había que encontrar otro sonido. Y Agustín es bastante más chico pero tenemos muchas cosas en común (siempre había tocado con Nacho [Margiotta], que va a estar también). Y bueno, Julián [Semprini] -el baterista- no podía venir porque tenía otro show, así que convoqué a Jerónimo y él trajo a Agustín: estoy muy contenta con la banda, empieza el ensayo y se me dibuja una sonrisa. Esta vez quiero sacar los arreglos tal como están en las grabaciones.
Todo un trabajo…
Se trabaja mucho desde la construcción porque lo más difícil es construir, siempre. Una casa te la tiro abajo en dos horas, pero hacerla lleva dos años. Lo que decía de los pianos: yo quería tener un momento con piano porque siempre suelo encontrar en ese dúo de piano y voz un algo, un clima. Y el Mono no es eso, tampoco lo es Ale y tampoco era Edu. Y sí es Beeuwsaert. Y lo lindo es que ellos están recontentos de que haya cuatro pianistas.
Entienden que es una necesidad. Porque cualquiera de los cuatro, desde lo técnico, podría tocar lo que se va a tocar. Pero cada uno tiene su estilo.
Claro, técnicamente cualquiera lo podría hacer. Ahí está el asunto: a veces uno tiene algo para dar y otra cosa no le sale. Tiene que estar la persona justa, eso es la música: la diversidad. Que todos tenemos un lugar pero donde está nuestro lugar. El conflicto es cuando queremos abarcarlos todos. Necesito que haya una camaradería y una predisposición afectiva muy fuerte con la música. Quise que esté Julián para hacer honor a la historia nuestra y a su vez porque sé que con él suena tu canción y sabés que al tipo le encanta y está ahí. Cuando querés hacer sonar una música se necesita todo un laburo y una interacción. Creo en eso.
Y en tu música se nota que no se puede tocar cualquier cosa, hay aire…
Creo que recién ahora, después de quince años, entendí un poco cómo es armar un grupo. En mi caso no quiero que se generen conflictos, y ése es un defecto muy grande porque capaz termino diciendo “bueno, dejalo que haga el solo” y en el tema equis no había un solo. Estuve revisando mis discos y casi no hay solos. En Luz... dejé para el final las guitarras, quería que toque Ariel [Minimal] entonces le dije “dejame que armemos todo el disco y después vos hacés lo tuyo, que es solear y dejar tu huella donde la canción lo reclame”. Tocó en tres canciones y su aporte es tremendo. Ahora, si quiero tocar esas canciones necesito que haya un guitarrista: Agustín empieza a hacer el solo de “El futuro, flor” y yo tengo ganas de llorar porque es tremendo verlo ahí, “wahhhhh” (imita un sonido de guitarra eléctrica).
¡Llorar para bien, aclaremos! (Risas).
Para bien, de emoción por lo que suena eso, que no es lo mismo que un solo de cualquier otro instrumento. Ese tema es pesado y tiene que ver con una resignación: “qué vas a hacer, así va a ser el futuro, sabelo”. Estaba muy bajoneada, me fui a laburar y me puse el guardapolvo, cosa que nunca en mi vida hacía... “Yo no puedo ver tanta soledad/ tanta indiferencia” ¿entendés? Me dije que si yo no podía hacer algo grande por el futuro iba a empezar por lo micro, aportando mi granito de arena.
¿Creés que ese pensamiento se traslada a tu música?
Mirá, espero que sí, de corazón. Armando MA escuché entero Correr, que es mi disco más personal porque lo hice en casa, con mis tiempos y muchos invitados. Y me dije “fa, qué bueno que está entrar en esos mundos”. Viendo los invitados, noté que todos siguen siendo amigos. Y lo llamé a Migue [Mr. Miguelius] y le dije “che, quiero que vengas a tocar”. Y me dijo “no, no quiero ir a tocar ¡quiero ir a escuchar!”. Me emocionó esa situación de estar, de compartir, de aportar como sea. Eso es lo que considero valioso, y creo que algo de eso puede quedar. Por eso me cuesta cambiar de banda; pero tengo que pensar en la música, en el fondo es lo más sagrado. Yo quiero estar en la música. Quizá me trastornó un poco la experiencia japonesa, de tantos días y tanto laburo.
¿Esta última fue la gira más larga que hiciste allá?
Sí, cincuenta días, un solo día libre. ¡Y el niño! (Risas). Pero se portó muy bien, la verdad que la-rom-pió. Tuvo un par de escenas al final de la gira: se ponía la mochila y me decía “bueno, mamá, ¿cómo puedo hacer para ir a mi jardín?” (Risas). Y yo le decía “no, hijo, hoy no va a poder ser, hay que esperar”. “¡¿Pero cuándo?! ¡Me tomo el avión!” (Más risas). Así que el próximo año iremos menos días. Ya armaron la gira, viste cómo son ellos...
¿Y cómo llevás eso de saber que todos los años girás por Japón?
Eso me gusta, porque ahora ya sé que el año que viene ese mes no estoy. El tiempo pasa muy rápido, entonces te vas organizando. Este año toqué veintidós veces allá, más otras tres o cuatro veces para prensa y cosas así. Y después, las clases que tuve que dar... Acá no lo hago ni en cinco años (risas).
¿Cómo funcionaba lo de las clases?
Daba clases en jardines de infantes, con Tomohiro [Yahiro, el músico japonés que integra Dos Orientales junto a Hugo Fattoruso] de traductor y con la música de idioma universal: nenes chiquitos con la cabeza así, abierta. Me venía bien porque lo llevaba a Julián a las escuelas… Para los nenes él era un E.T.
¿La reacción de él cuál era?
Tomohiro me acompañó a parir, entonces para él es natural, todo el tiempo vienen amigos japoneses acá y él está acostumbrado. Su primera gracia fue hacer “cara de chino” (risas). Tendría seis meses, le preguntamos “¿cómo tiene la cara Tomohiro?” y cerró los ojos (más risas). Después no la hizo más, porque no es que lo hacía como burla, Julián ya tiene naturalizado el hecho de las razas. Aparte te morís de la risa porque le preguntás “¿y esto quién te lo dio?” y te contesta “unos amigos míos japoneses” (risas).
Lo de las escuelas estuvo bueno, fuimos a una escuela rara: estaba llena de piletas, fuentones, bañaderas, unas pelopincho. Y los pibes se sacaban la ropa, se metían. ¡Ellos mismos se secaban y se cambiaban al salir! Nenes de tres años, ponele. Me daba un poco de miedo y él estaba agarrado de las piernas al principio, pero lo mandé a jugar.
Más allá de tu miedo, tenías que sacarle esa inseguridad a él.
Claro. Son escuelas libres que quieren criar a sus hijos de otra manera, eso lo banco. Aparte, después no lo vi más: ya estaba en una salita con una nena que tenía una caja llena de alimentos de plástico y Julián le decía “ahora pasame la lechuga”. ¡Y la nenita se la pasaba! (Risas). No sé cómo hacían para comunicarse.
Increíble. Sabés que vas a seguir yendo, y que vas a ir con él por mucho tiempo.
Espero que sí y espero cada vez ir mejor de lo que fui. Primero, íntimamente: con mayor poder de decisión y con ganas de estar más en contacto con un plan copado japonés. Por eso quería ir a dar clases en un jardín, ver cómo era, que Julián fuera y absorbiera un poco de esa situación. Sobre todo porque las escuelas a las que fuimos eran budistas y él va al Mariano Boedo.
Pensándolo, creo que ahí es donde pisé muchas veces el palito: yo necesito que la música sea algo para compartir y a veces la música no es algo para compartir. Ahí está el verdadero secreto.
¿Y qué es la música, una necesidad personal?
La música es una necesidad; pero te lo digo desde el punto de vista de la dedicación. A partir de todo este racconto de cosas sí te digo que en todos estos años en los cuales me decidí a hacer música y a grabar no tuve nunca el tiempo necesario para mi música, para mi obra. Porque hice muchas cosas, les dediqué mi tiempo a otras actividades que me resultan muy importantes. Y creo que algo de eso hay que aprender: yo fui madre y me dediqué a mi hijo porque el tiempo pasa rápido. Bebé va a ser sólo una vez y pasear por la plaza, cantarle una canción y jugar con él… Es ahora.
Igualmente todo eso va a repercutir, va a estar en tu música.
Sí, aunque hay cosas que no puedo ni quiero hacer porque prefiero estar en casa jugando. Formar una familia es una decisión, y tenés que tener la heladera llena, la torta, la ropa ordenada, la casa bien… Ahí está el asunto: cómo uno quiere vivir. Si salgo a la calle y una vecina me pide que la ayude con algo no le voy a decir “señora, lo lamento, se me ocurrió una idea y tengo que ir a grabar” (risas). No: la voy a ayudar. Yo quiero vivir para mi música pero siento que la música debe nutrirse de una vida copada, luminosa a todo nivel. De hecho (mira el reloj)… vamos a buscar a Julián, sino van a decir “la madre rockera que no viene a buscar a su hijo” (risas finales).
[Publicado en indieHearts el 24 de octubre de 2014. Fotos de Victoria Schwindt]