Rafael Reig
Todo está perdonado
Fueron la primera generación española que creció con la televisión puesta. Vieron el Alunizaje, se sabían los anuncios de detergentes, las marcas de ropa, las sintonías de los programas. Confiaban en que les comprendiéramos. Esperaban eso de nosotros. Una justificación, quizá. A medida que fueron creciendo llegarían a exigirlo: nos pedirían explicaciones. Mientras tanto, imitaban la voz de Alfonso Sánchez y la del doctor Félix Rodríguez de la fuente, con nuestro amigo, el abejaruco, y aprendían en la pantalla a expresar con demasiados aspavientos emociones improvisadas. Había que intentar compadecerles. Al fin y al cabo, su idea de naturalidad estaba basada en actores de tercera y, para dar forma a su visión del mundo, tenían que echar mano de lo poco que estaba a su alcance: los argumentos previsibles de los telefilmes, los documentales de la segunda cadena y esos testimonios humanos siempre tan sobrecogedores.