Revista Cultura y Ocio
Berna González Harbour Verano en rojo
Era cierto que Alejandro Sánchez Gandarillas, Álex, era un chico de diecisiete años deportista, guapo y sin novia; hasta ahí la descripción recogida en la denuncia de la desaparición coincida con la realidad. Pero de ahí a pensar que no se andaba con líos iba un trecho. —Bueno, me vas a entender, la familia no nos dijo… no era la clase de historias que uno incluye en la denuncia. Pero hay tela —había dicho Carlos a María— y yo te lo cuento todo. Carlos Fuentes era un viejo comisario que, después de muchas solicitudes y de años de negativas, había logrado el anisado traslado a Santander. Un infarto de miocardio también había tenido algo que ver. «¡A la buena vida! Ahora a vaguear», habían bromeado todos en su fiesta de despedida. Adiós a la dureza de Madrid, de los colgados, de la vigilancia antiterrorista constante, de la tensión con las mafias de la droga, de los inmigrantes, las redes de prostitución. De todo ello había en Cantabria, pero en dosis muy pequeñas y, sobre todo, sin la presión que imprimía la política a toda actuación policial. Si un ministro necesitaba exhibir resultados, era en Madrid; si un director general quería mejorar estadísticas, pensaba en Madrid; si un periódico señalaba defectos, era en Madrid. Por eso la vida para un comisario de policía en Cantabria transcurría con suficiente trabajo, pero, había que reconocerlo, sin demasiada tensión. Y se había alegrado mucho de recibir la llamada de María, una joven al a que había acogido con desgana había ya muchos años y que pronto, sin que él se diera cuenta de cuándo ni cómo, empezó a absorber como una máquina todo lo que le pudo enseñar.