Revista Cultura y Ocio

Francisco Pizarro

Por Enrique @asurza

Este artículo Francisco Pizarro aparecio primero en Historia de España.

Francisco Pizarro, conquistador español del siglo XVI que sometió el Imperio inca a la corona española y creó la primera colonia de este país en el territorio de lo que, tras su muerte, iba a ser virreinato del Perú. Las lógicas dificultades de comunicación entre las colonias y la metrópoli, y las crecientes necesidades económicas de ésta para financiar sus guerras en Europa supusieron para los primeros conquistadores un insólito grado de autonomía y una invitación explícita a la conquista de nuevos horizontes y riquezas; tanto como un foco permanente de conflictos entre la autoridad real y las propias iniciativas de los conquistadores, como las mismas andanzas de Pizarro vendrían a demostrar.

Datos de la vida de Francisco Pizarro

1470 – 1480 Nace en Trujillo.
1502 Parte hacia América.
1513 Descubre el Pacífico junto a Núñez de Balboa.
1524 Dirige la primera expedición al Perú.
1529 En Toledo concierta con Carlos V las capitulaciones sobre el territorio conquistado.
1533 El inca Atahualpa es ejecutado por los españoles.
1541 Muere asesinado en su palacio de Lima por partidarios de Diego de Almagro.

Tras las huellas del país de los incas

Francisco Pizarro, protagonista fundamental de la colonización de América durante la fase imperial de la monarquía española, nació en Trujillo (Cáceres) entre 1470 y 1480, sin que se haya podido determinar con precisión la fecha exacta. Hijo natural de Gonzalo Pizarro y de Teresa González, su padre se distinguió en Italia peleando a las órdenes del Gran Capitán, muriendo en el sitio de Amaya cuando era coronel de infantería.
Aunque las versiones acerca de su infancia son contradictorias —existiendo algunas leyendas fantásticas sobre su niñez—, todas las crónicas coinciden en señalar que Pizarro no recibió educación alguna y que sólo cuando las necesidades de su profesión militar le obligaron a ello aprendió a leer y escribir rudimentariamente. En 1502 partió a América, para marchar en 1509 desde Santo Domingo con Alonso de Ojeda a recorrer las costas de Tierra Firme, y asistir a la fundación de la colonia de San Sebastián en el golfo de Uraba. Allí fue nombrado por Ojeda, capitán y lugarteniente del lugar. Acompañó más tarde, en 1513, a Vasco Núñez de Balboa en el descubrimiento del mar del Sur (océano Pacífico), donde un cacique del archipiélago de las Perlas le facilitó las primeras noticias acerca de la existencia del Perú, y a las órdenes de Pedradas Dávila tomó parte en la conquista de Nombre de Dios y Panamá. Sin embargo, fue la conquista de ese rico y poderoso imperio del que tuvo noticias en la expedición de Vasco Núñez lo que le obsesionó durante aquellos primeros años, aguijoneando todavía más su ambición las nuevas traídas acerca del fabuloso Imperio de los incas por Pascual de Andagoya, al regreso de su viaje por el río San Juan.
En 1524 Francisco Pizarro, Diego de Almagro y Hernando de Luque firmaron un contrato en Panamá para emprender la exploración y conquista de esas míticas tierras del sur. Obtenido el correspondiente permiso del gobernador Pedradas Dávila, Pizarro se embarcó en un buque el 14 de noviembre de 1524, tomó tierra, después de una larga y penosa navegación, en el puerto del Hambre, en el de la Candelabria, y descubrió un pueblo que denominó Pueblo Quemado, donde tuvo que sostener varios combates con sus habitantes.
Reunidos de nuevo en Panamá, Almagro, Luque y Pizarro firmaron las bases de una segunda asociación, sujeta en esta ocasión a las condiciones impuestas por Pedradas. De acuerdo con las mismas, se nombró a Almagro como adjunto para contener y dirigir a Pizarro. Esta delicada medida, que no complació a este último, habría de sembrar la semilla del profundo odio surgido entre ambos conquistadores.

Imperio Incaico
Imperio Incaico

En tierras peruanas

Los asociados compraron dos buques y dos canoas, caballos, armas y municiones, y llevando consigo a un experto piloto llamado Bartolomé Ruiz, Pizarro y Almagro partieron de Panamá rumbo al sur. Después de llegar hasta las proximidades del río San Juan (Colombia), límite de la anterior expedición, donde los españoles asaltaron un pueblo recogiendo algo de oro y provisiones, Almagro volvió a Panamá para alistar a más gente con el oro recogido. Y mientras Pizarro se establecía en la orilla del río esperando su regreso, Bartolomé Ruiz siguió adelante y exploró la costa hasta llegar cerca de Tumbes (ya en Perú); allí se encontró con un grupo de pobladores que llevaban valiosos tejidos y objetos de oro y plata, y que le hicieron grandes ponderaciones de los tesoros que escondía su territorio, especialmente Cuzco, la capital. Reunidos de nuevo los tres aventureros, reemprendieron la navegación; a la altura de la pequeña isla de Gallo (Ecuador), la expedición se interrumpió de nuevo durante un lapso de tiempo aún mayor: las provisiones de refuerzo traídas por Almagro desde Panamá eran insuficientes para llevar a cabo la conquista del territorio, y los tripulantes habían comenzado a dar muestras de agotamiento ante la constante lucha contra el clima, los nativos y el terreno. Después de una violenta discusión —que a punto estuvo de acabar en duelo—, Almagro se separó de Pizarro para volver a Panamá una vez más. El gobernador panameño, sin embargo, no atendió en esta ocasión a sus súplicas, accediendo tan sólo a enviar dos barcos para recoger a los expedicionarios.
Cuando estos llegaron a la isla del Gallo, el entusiasmo entre los hombres de Pizarro fue general. De acuerdo con las crónicas de la época, el navegante español, conciente de su desesperada situación y temiendo quedarse solo, trazó con la espada una línea en el suelo, y señalando hacia el sur, exclamó a sus hombres: «Camaradas y amigos, éste es el camino de las penalidades, pero por él se va a Perú, a ser ricos». Y mientras apuntaba hacia la dirección opuesta, concluyó: «Por allí vais al descanso, a Panamá, pero a ser pobres. Escoged». Sólo trece héroes atravesaron la raya para unirse a Pizarro. Con ellos se dirigió en una balsa a la isla de Gorgona (Ecuador), en la que permaneció con sus fieles seguidores durante siete meses. El piloto Ruiz les procuró entonces provisiones y les comunicó la orden expresa del gobernador de que en el plazo de seis meses fueran a Panamá a darle cuenta de lo que hubiesen descubierto, fuera lo que fuera. Pizarro decidió aprovechar ese plazo, y embarcado de nuevo con el piloto Ruiz y once de sus hombres, puso una vez más proa al sur. Después de recoger algunos pobladores locales en Tumbes, y de visitar dicha ciudad, prosiguió su viaje doblando el cabo Blanco y fondeó en el puerto de Paita, donde fue recibido, al igual que en Tumbes, con gran curiosidad y cordialidad. Superada la punta de Aguja y alcanzado el puerto de Santa, después de haber recorrido más de doscientas leguas de costa peruana, los compañeros de Pizarro le convencieron de la necesidad de regresar a Panamá, siendo evidente la inviabilidad de la conquista de un país tan grande por parte de tan pocos hombres.
Ya en Panamá, los tres asociados no encontraron apoyo alguno en el gobernador Pedro de los Ríos, ampliamente desbordado por la magnitud del descubrimiento; se acordó entonces que Pizarro viajara a España, para acudir personalmente ante el rey Carlos V. Después de convenir con sus compañeros de aventuras que pediría la gobernación de la nueva tierra para él, el adelantamiento para Almagro, el obispado para Luque, el alguacilazgo mayor para Ruiz y otras mercedes para quienes siguieron a su lado, Pizarro partió hacia España en la primavera de 1528.

Los trece de la Isla del Gallo
Los trece de la Isla del Gallo

Las capitulaciones de Toledo

Superadas algunas dificultades, Carlos V concertó la capitulación y asiento en Toledo con el conquistador. El documento fue firmado el 26 de julio de 1529 y le daba a Pizarro la dignidad de caballero de Santiago así como el nombramiento de capitán general y gobernador de doscientas leguas de costa en la Nueva Castilla (nombre con que se bautizó el nuevo territorio). Obtuvo además el título de adelantado y alguacil mayor de aquellas tierras, dignidades prometidas a Almagro y Ruiz, concediéndose a los que se quedaron en Panamá distinciones y títulos notablemente inferiores. Grande fue el disgusto de Almagro al enterarse del contenido de las capitulaciones, aunque la reconciliación entre ambos se hizo posible rápidamente gracias a la intervención de Luque y al gesto de Pizarro, que renunció al cargo de adelantado, y que prometió no pedir para sí ni para sus hermanos Juan, Gonzalo o Hernando merced alguna hasta que Almagro hubiese logrado una gobernación que comenzase donde acabara la suya.
Aclarado ese extremo, la tercera expedición al Perú partió en enero de 1531; la formaban tres navíos y unos 150 soldados españoles, panameños y nicaragüenses. A partir de la bahía de San Mateo (situada a unas cien leguas al norte de Tumbes), los hombres de Pizarro emprendieron la marcha por tierra a lo largo de la costa, seguidos desde el mar por los buques. En el pueblo de Coaqui, situado entre altas montañas, encontraron víveres en abundancia y un buen montón de oro y de plata, lo que permitió a Pizarro mandar a Panamá y Nicaragua los tres barcos con 20.000 castellanos en oro, que estimularan a nuevos aventureros deseosos de botín. Después de recibir un navío de refuerzo mandado por Alonso de Riquelme, la expedición llegó a Puerto Viejo, muy cerca de Tumbes y ya casi en territorio peruano. Con la ayuda del refuerzo de Sebastián Balcázar y Juan Fernández, Pizarro conquistó la isla de Puna, donde cayeron prisioneros 600 hombres y mujeres de Tumbes. Ello provocó un grave enfrentamiento con los habitantes de esa ciudad, que siempre se habían mostrado hospitalarios hacia los españoles, obteniendo los españoles una nueva victoria.
Reemprendida la marcha en mayo de 1532, los conquistadores avanzaron hasta la cuenca del río Paechos y descubrieron el puerto de Paita, el mejor de la costa, donde establecieron la colonia de San Miguel, primera fundación española en el Perú. Allí recibió Pizarro por primera vez a los mensajeros de Huáscar, inca del Imperio del Tahuantinsuyo.

Carlos V
Carlos V

La crisis del Imperio inca

En el transcurso de la conquista del Perú, los españoles habrían de sacar un gran partido de la profunda crisis que azotaba en ese momento al Imperio inca, sumido en una cruenta guerra civil entre los dos hijos del último gran emperador Huayna Cápac (los hermanastros Huáscar y Atahualpa), durante la cual el primero fue derrotado y muerto por el segundo.
Durante más de treinta años, Huayna Cápac había desarrollado una política expansiva que había conducido al Imperio inca a su máxima extensión. Pero a pesar de su buena organización y su amplia red de centros administrativos dispuestos en radio a partir de la capital, Cuzco, el territorio había adquirido tal superficie que su administración se había hecho dificultosa.
Muerto Huayna Cápac en 1530, fue elegido como sucesor su hijo Huáscar, a cuya coronación en Cuzco asistieron todos los grandes jefes, a excepción de su hermanastro Atahualpa. Ello desencadenó una serie de enfrentamientos entre ambos, el posterior apresamiento de Atahualpa en la fortaleza de Tumipampa y, finalmente, la guerra civil abierta, tras la evasión del aspirante a la corona. A partir de ese momento, Atahualpa reunió a un poderoso ejército, comandado por los famosos generales Rumiñahui, Quisquís y Calcuchima. Con ellos empezó a cosechar importantes victorias sobre las tropas de su adversario.
El inca Huáscar aún no había sido hecho prisionero cuando sus enviados pidieron el apoyo de Pizarro para desprender al usurpador Atahualpa del trono. El conquistador español comprendió en seguida que una intervención inmediata en el conflicto habría de
reportarle enormes beneficios, de modo que el 24 de septiembre de 1532, al frente de cien infantes y seguido de su hermano emprendió la marcha hacia los Andes Después de recibir una primera embajada de Atahualpa, que le invitaba a ir a su encuentro en Cajamarca, prosiguió la marcha por sendas estrechas y pendientes, hasta llegar a las afueras del pueblo, desde donde envió a Hernando de Soto y a su propio hermano a una visita de reconocimiento al lugar. Acompañados de 35 jinetes, y tras saludar a Atahualpa en nombre del aventurero castellano, éstos pudieron comprobar alarmados que el Inca contaba con un ejército de más de 30.000 hombres.
La noche del 15 de noviembre de 1532 Pizarro distribuyó estratégicamente a sus pocos soldados, escondiéndolos en diversos puntos de la plaza de Cajamarca. Y tras concertar una cita con el monarca, a la que éste acudió acompañado de una rica comitiva, envió al padre Valverde, el capellán del ejército español, quien le leyó el requerimiento de sumisión a la soberanía de los reyes de la metrópoli y a la religión católica. Atahualpa, que arrojó la Biblia al suelo reclamando enérgicamente todo cuanto los españoles le habían arrebatado, sufrió el repentino ataque de las tropas de Pizarro, cayendo prisionero.
Consciente de la ambición de riqueza de los conquistadores, Atahualpa les prometió grandes cantidades de oro a cambio de su libertad; aceptada la proposición por el caudillo español, el inca mandó emisarios a recoger el oro prometido, y con ellos la orden de matar a su hermano Huáscar, que había conservado hasta entonces como prisionero por temor a que los españoles le pusiesen de nuevo en el trono. Acusado del asesinato su hermano, Atahualpa fue ejecutado en Cajamarca el 29 de agosto de 1533, siendo sustituido por otro de sus hermanos, Manco Huallpa.
A la muerte de Atahualpa siguió en el país una época de desgobierno, rebelándose varios caciques, contra los que marcharon Hernando de Soto y Pizarro. El propio Manco Huallpa logró salir de Cuzco, donde se encontraba poco menos que prisionero, y tras sublevar al país provocó una cruenta y masiva batalla, que causó la muerte de Juan Pizarro, hermano de Francisco, y que a punto estuvo de quitarle la vida a Hernando, que llegó a ser sitiado en Cuzco por más de 10.000 indígenas. Los españoles siguieron estableciendo colonias en el interior del país. Tras tomar sucesivamente Jauja, Cuzco (el 15 de noviembre de 1533) y Quito, entraron el 18 de enero de 1535 en la pequeña aldea de Lima, que fue llamada la Ciudad de los Reyes en un principio, y elegida más tarde como capital del reino.

Las disputas internas

Conquistado Trujillo poco después que Lima, a Pizarro le sorprendió la noticia de que Almagro había querido encargarse del gobierno de Cuzco, por entender que se encontraba dentro de su jurisdicción. Pizarro evitó la disputa de la ciudad con su antiguo asociado, enviándolo a la conquista de Chile con la promesa de compartir con él el gobierno del Perú si el viaje resultara infructuoso.
Sin embargo, poco después, su hermano Hernando, que había partido a España a entregar el quinto real (participación de la corona castellana sobre los inmensos botines obtenidos durante las conquistas), regresó con el título de marqués para Pizarro y con el de adelantado para Almagro, a quien se le concedían doscientas leguas al sur del territorio atribuido a Pizarro. Ello decidió definitivamente al nuevo adelantado a tomar Cuzco, donde apresó además al propio Hernando.
El religioso Francisco de Bobadilla fue designado como árbitro para resolver las diferencias entre Pizarro y Almagro. Tras solicitar que una comisión le informase acerca de la latitud a que se encontraba el pueblo de Santiago, resolvió que el segundo permaneciera al mando de Cuzco y que Hernando fuera puesto en libertad. En cuanto éste se vio libre, tomó las armas, y apoderándose de Almagro durante la batalla de Salinas (1538) lo condenó a la pena capital, ejecutándolo poco después.
Los pobladores locales no dudaron en aprovecharse de las disputas surgidas entre sus enemigos, y el rey Manco, así como otros caciques, levantaron poderosos ejércitos en diversos puntos del país: Villac-Umu dirigió un ejército en Condesuyos. Tita hizo otro tanto en el país de las coyas y el cacique de Pocona se enfrentó a Hernando Pizarro con 30.000 nativos. Todo ello decidió a la corte española a enviar a Cristóbal Vaca de Castro al Perú, con plenos poderes para intentar poner remedio a la difícil solución, desembarcando éste en Panamá el 14 de enero de 1541. Desgraciadamente, la medida había sido adoptada demasiado tarde, y Vaca de Castro no llegó al Perú a tiempo de impedir que el 26 de junio de ese año un grupo de almagristas, dirigidos por Diego de Almagro, hijo del fallecido, se introdujeran en el palacio de Pizarro en Lima, dándole muerte. Sus restos fueron enterrados aquella misma noche en la capilla de Lima, donde se conservan también los restos de los virreyes.
De sus relaciones íntimas con una hija de Atahualpa tuvo una hija y un hijo. El hijo no llegó a la edad viril y la hija se casó con su tío Hernando.

Muerte de Francisco Pizarro
Muerte de Francisco Pizarro

La última dinastía inca

Entre las diversas guerras que sufrió el Perú tras la muerte de Pizarro, tal vez la más cruenta fue la que se inició tras el alzamiento de Gonzalo, hermano de Francisco, a raíz de la llegada en 1543 de Blasco Núñez de Vela, primer virrey del Perú nombrado por Carlos V. Núñez de Vela fue derrotado por el ejército de Pizarro y ejecutado en Añaquito en 1546. Las constantes disensiones entre los propios conquistadores no impidieron, a pesar de todo, la consolidación del dominio español sobre las nuevas tierras.
Los sucesores de la dinastía inca se refugiaron en las montañas de la sierra de Vilacabamba, enfrentándose esporádicamente a los invasores. En mayo de 1572 Túpac Amaru, el último emperador inca, fue ejecutado en Cuzco por orden del nuevo virrey Francisco de Toledo, que acabó de esa manera con la esperanza de resurrección de los antiguos habitantes del país.
Eliminado el único foco potencial de rebelión, Lima se convirtió en el centro neurálgico del poder español sobre América del Sur y en sede de un virreinato cuya vasta jurisdicción se extendió sobre todo el territorio conquistado en Sudamérica, a excepción de Venezuela. La ciudad aumentó rápidamente su riqueza, albergando muy pronto a una poderosa clase aristocrática.
A pesar de que los pobladores locales fueron cruelmente explotados y obligados a trabajar en las minas bajo condiciones infrahumanas, sólo una rebelión popular hizo tambalear al gobierno español antes del proceso de independencia del siglo XIX. La revuelta, que a poco estuvo de alcanzar el éxito, fue dirigida por un cacique que se hacía llamar Túpac Amaru II, comenzó en 1780 y fue sofocada en 1782. Túpac Amaru II y miles de sus seguidores fueron torturados y ejecutados como escarmiento y medio de disuasión para las futuras generaciones de indígenas.

Los rasgos de la colonización española en América

Conviene destacar a Pizarro como nítida personificación de muchas de las características que distinguieron a la colonización española en América. Ésta fue llevada a cabo por individuos representantes del escalafón social más bajo, y Pizarro fue en efecto, durante mucho tiempo, un hombre sin educación escolar alguna. La mayoría de las conquistas efectuadas en el transcurso de la fase imperial de la monarquía española fueron el fruto de una iniciativa personal, sólo posteriormente respaldada por el poder del Estado. En ese sentido, Pizarro estuvo desamparado mientras duró la mayor parte de su epopeya, llegando a doblegar al inca Atahualpa con la ayuda de un centenar de hombres. La corona española nunca le prestó su apoyo antes de comprobar fehacientemente la consistencia de sus descubrimientos.
Pizarro, al igual que Hernán Cortés en la conquista de México, se benefició de una situación de discordia interna, y se aprovechó de la profunda crisis que atravesaba el Imperio inca a su llegada al Perú, sacando un gran partido del factor sorpresa.

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