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Ella se concentró en la blancura borrosa del techo.
Ignoraría la situación tanto como pudiera. No entendía muy bien cómo había llegado hasta ahí; la secuencia de eventos que la habían traído a esa cama se perdía en algún momento de la noche pasada. No tenía idea de por qué había actuado así, y no sabía si quería saber. Pensó en otra cama, en quien dormía en ella, confiado y ajeno, y nuevamente se estremeció de frío.
La mano le abarcó un pecho, y ella – instintivamente - se arqueó para llenarla. “Por esto,” se dijo. “Era inevitable.” Despacio, insegura, bajó la mirada hasta la mata de cabello oscuro que se apoyaba contra ella, sin sorprenderse demasiado por la corriente de deseo que le hormigueó bajo la piel. Su amante la miró, le sonrió y volvió a concentrarse en sus caricias. Tenía las manos muy calientes.
Lo apartó de sí. “Esto no está bien.”
Él se detuvo por un segundo tan corto, la mano congelada en medio de su juego, que ella razonó que solamente había imaginado la pausa.
“No me importa,” le contestó, encogiéndose de hombros.
Luego cambió de posición, se estiró a su lado y la acercó a su pecho. Ella se resistió por un momento, pero se relajó contra él ante el abrazo paciente.
“Nunca había hecho algo así antes…”
“¿Estás arrepentida?” Su aliento cálido le cosquilleó en el rostro y ella luchó contra el espasmo súbito y violento - ¿de frío? - que provocó. El hombre sonrió ante esa reacción involuntaria. “¿No podés simplemente disfrutarlo?”
Con un destello malicioso en sus ojos claros, deslizó un dedo inquieto y abrasante por su piel helada, trazando su camino de un pezón al otro, y luego hacia abajo, hasta finalmente perderse bajo las sábanas.
A ella se le escapó un resignado suspiro de placer.
Envalentonado por su respuesta, su boca buscó la de ella, y la mujer celebró haberse decidido a dar ese último paso, por las razones que fueran. Intuitivamente reconociendo su victoria, él profundizó el beso. Jugó con sus labios, recorriéndolos, la invadió y se dejó invadir, a la vez provocador y cautivo. Luego se alejó, dejándole la boca vacía, los ojos oscuros de pasión y la piel otra vez fría.
“¿No te alcanza con esto? ¿No es suficiente razón?”
El silencio se hizo espeso, difícil de respirar, mientras él esperaba su respuesta. Parecía tan masculino y fuerte, y sin embargo, no demasiado escondida bajo el deseo que mostraban sus ojos, había vulnerabilidad pura en su expectativa.
La mujer se dio por vencida. Asintiendo, se acercó y se arrellanó contra su forma caliente y segura. Sintió un nuevo estremecimiento, pero estaba bien... ya no tenía frío.
Eso era lo que la asustaba más.
EriSada
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