La tercera oleada de referéndums no vinculantes llevada a cabo en Catalunya por los que proponen un futuro "soberanista" para el país -un modo eufemístico de referirse a la independencia mediante el secesionismo-, se ha saldado con un duro correctivo para sus promotores. Si en la oleada de diciembre la participación fue del 27% y en la de febrero del 21%, en ésta se ha situado apenas en el 20%.
Lo que convierte en desastre de gran magnitud la consulta celebrada este domingo es que a ella estaban convocados 1.300.000 catalanes residentes en municipios y comarcas de arraigada tradición nacionalista. Poblaciones como Valls, Reus, Manresa, Olot y Figueras, más Lleida y Girona, las dos capitales de provincia más proclives al nacionalismo catalán, han arrojado resultados de participación realmente paupérrimos a pesar del esfuerzo propagandístico movilizador desplegado por los promotores, y de la implicación (si bien a última hora) de los principales dirigentes de CiU (salvo el líder, Artur Mas) y de ERC (con Joan Puigcercós tirando del carro).
Un repaso a las principales poblaciones cuyo censo electoral estaba llamado ayer a las urnas en este proceso no vinculante, da idea del correctivo recibido por los secesionistas: En Girona ("capital" nacionalista alternativa a Barcelona) votó el 21,20%, en Reus el 14,70%, en Figueres y Banyoles (bastiones de ERC), el 15 % y el 8% respectivamente. En Granollers el 17%. En Martorell, el 12,90%. En Manresa, el 18,50%. En Vilanova i la Geltrú, el 15%, En Olot, el 26,50%. En Vic (histórica capital de la "Catalunya catalana" montaraz y carlista), el 43%. En Sant Cugat del Vallés (santuario de CiU y la mayor ciudad gobernada por esta coalición), el 25%. En Lleida, sólo el 8,20% del censo, y en El Vendrell el 8,90%. Lo dicho, un desastre sin paliativos.
Ni la proximidad de los comicios autómicos catalanes, ni el bloqueo de la derecha política y judicial al Estatut, ni el desgaste del Tripartito, han servido para movilizar en esta apuesta no ya al electorado catalán en su conjunto sino ni siquiera, y eso es infinitamente más grave para los organizadores, al propio electorado nacionalista catalán. Porque el número de votantes que se acercaron a las urnas en ciudades como Girona, Figueres, Lleida o Manresa, muestra a las claras que fueron miles y miles los nacionalistas que no se tomaron en serio la consulta.
En teoría, en la primavera del año próximo debería celebrarse la cuarta oleada, en la que los llamados a votar seríamos los residentes en Barcelona, su connurbación urbana y el Área matropolitana de la capital catalana; es decir los dos tercios aproximadamente del censo poblacional catalán, y precisamente la parte del país más refractaria a los planteamientos secesionistas. Con los resultados obtenidos hasta ahora por el "soberanismo", dudo que sean tan inconscientes como para celebrar esa consulta, porque si en Olot, feudo nacionalista, sólo han conseguido llevar a las urnas a uno de cada cuatro ciudadanos, imaginen lo que ocurrirá por ejemplo en Hospitalet del Llobregat, Badalona, Santa Coloma o la misma Barcelona.
El por qué de este fracaso radica en dos niveles distintos de motivos: uno tiene que ver con factores externos a los convocantes y el otro, directamente con ellos mismos. El principal factor externo es la crisis económica y el paro en las capas populares; la gente no está para tonterías, tierne problemas reales muy acuciantes. También, el descrédito general de la política y la sensación de que el "nacionalismo identitario" (ideológico) en Europa es un producto con fecha de caducidad sobrepasada, una vez superada la crisis europea de los años noventa (su última oportunidad). En lo que se refiere a factores internos que han coadyudado al descalabro, hay que citar lo magmático y fragmentado del movimiento independentista catalán, del que forman parte probablemente más siglas políticas que personas físicas. Por otra parte el mundo del inependentismo extraparlamentario está dirigido por personalidades de tercera fila y sin relieve social, enfrentados además a los aparatos de los partidos parlamentarios nacionalistas, que fingen dar apoyo al movimiento pero que en realidad intentan ahogarlo para que nos les dispute el electorado.
En esas condiciones el futuro del secesionismo en Catalunya pinta muy negro, y probablemente 2014 (la fecha que Carod-Rovira y un sector de ERC han elegido para jugarlo todo en el soberanismo, aprovechando la conmemoración del sitio de Barcelona de 1714), será el canto del cisne del movimiento. A partir de ahí se abre un gran interrogante en el que nada es descartable, ni siquiera el que los sectores más jóvenes, más frustrados y más fascistas intenten relanzar el terrorismo como modo de intervención política.