Siempre está de moda hablar de las generaciones y analizar con gran angular los problemas y las oportunidades que tienen las generaciones y compararlas con otras. Existe infinita literatura al respecto, también estudios científicos (todo lo científica que pueda ser una ciencia social) y hasta definiciones de lo que es el himno de una generación o la película que define a una generación.
Como miembro fortuito de esta generación, se supone que podría contar mi punto de vista e indicar qué problemas veo que enfrentamos y con qué oportunidades contamos. Trato de hacer memoria para saber qué creaciones culturales de esta época podrían servir como definitorias de mi generación. Hago memoria y todo lo que encuentro es a Tejero en el Congreso. Cada semana nos meten por la tele a Tejero en el Congreso y soy incapaz de recordar algo que más que la reconstrucción de los recuerdos que pertenecen a una o dos generaciones anteriores. Como comprenderéis, me la sopla Tejero y sin embargo, no salimos de este bucle.
Sí, quizás eso ya indique algo sobre mi generación.
Trato de informarme en los textos de los científicos sociales para saber qué es lo que yo hacía tanto en mi infancia como hace cuatro años. Me entero de que mientras veía dibujos japoneses de darse hostias en la tele, la gente que en aquella época tenía veinte años murió de sobredosis. Bueno, hoy casi todo el mundo se sigue drogando pero al menos no lo hace en público. Sí, la droga sigue estando igual de prohibidísima y sí, casi todo el mundo se sigue drogando. Como nosotros no hemos visto morir a gente, no nos preocupa. Puede que que no nos preocupe lo que ignoramos sea un rasgo distintivo de mi generación. O bien puede que a esta idea haya que darle la vuelta ya que somos la primera generación que creció con una tecnología que no dividía, sino que unía. No sólo por el ocio que significaron las videoconsolas sino por la conectividad de internet y la democratización del teléfono personal. Así, puede que mi generación (en el mundo desarrollado, claro, al resto que le den) sea la primera que efectivamente crece criada en un ambiente tecnológico. Hay estudios que miden cuántos jóvenes lo primero y último que hacen en el día es mirar el móvil, ya sea por alguna red social o algún chat. Bien, pues por esto somos la primera generación que crece sin ignorar lo pequeño que es el mundo. Los primeros a quienes no hay que explicarnos qué diablos es la globalización. Es más, los primeros que no vemos la globalización como algo diferente a algo. En la universidad tuve una asignatura de libre elección sobre la globalización, en ella, muchos compañeros descubrieron que había una cosa llamada muro de Berlín. Era como si el profesor les hablara en chino.
Hay gente que cree que las protestas de Seattle significaron algo. La creación del movimiento antiglobalización como signo de nuestra generación nos iba a redimir. Iba a ser nuestro mayo del 68 o algo. Hoy mucha gente mayor vive muy bien a costa de esa nube de colores. ¿Qué fue de los que estaban en la calle recibiendo porrazos? Murieron en la guerra contra el terrorismo. Existe un cierto subgénero de libros y películas sobre la guerra contra el terrorismo. En España no nos enteramos bien porque seguimos a vueltas con Tejero y con Adolfo Suárez y con dominicales que explican un mundo que no debería existir. Un mundo que nos es ajeno y del que no formamos parte. Unos recuerdos que pertenecen a otros.
Dicen que nuestra generación es narcisista. Como si eso significara algo. Desde que a comienzos del XX, las leyes educativas y laborales se inventaron la adolescencia, todos los jóvenes de todas las generaciones han sido narcisistas. Por mucho que se insista en ello, no creo que el narcisismo sea un rasgo que nos distinga. Sí nos distingue la precariedad. Es un hecho que aparece antes de la actual crisis económica: somos una generación que tendrá menos oportunidades que la anterior. No por falta de ganas, sino porque todos los puestos en las esferas laboral, cultural, artística y política están copados por gente que también fue malcriada de niños. Las invisibles barreras de entrada pasan desapercibidas. Ah, pero en el pecado llevan su penitencia: nosotros no vamos a tener niños y ellos no tendrán pensiones, ni nadie que les empuje la silla de ruedas. Por el medio seguiremos nosotros, entre los hijos que no vamos a tener y los padres que no nos dejaron tenerlos. Mecachis. Y hay gente que le preocupa el famoso viejo nuevo fenómeno de la inmigración, gente que se toma muchas molestias para proteger nuestro modo de vida. Si lo siguen protegiendo tanto, si siguen construyendo muros, se asegurarán de que nadie les de la papilla cuando con 100 años arrastren sus cansados pies por infinitos pasillos de asilos con nombres guays como "El reposo del abeto" o "La orilla de la tranquilidad".
Otro rasgo que tal vez nos distinga sea algo que todavía no vemos: vamos a vivir en un mundo de viejos. En este tema Galicia, Castilla y León y Asturias van cinco minutos por delante: coges las esquelas de cualquier periódico y es muy normal ver a mucha gente que muere con 100 años. La esperanza de vida a los 65 años está entorno a los 20. Ojo, es una buena noticia vivir más. Vivir es superior a morir. Pero algo raro ocurre cuando vivimos más y no tenemos hijos. No sé, quizás alguien debería echarle un vistazo al tema. Más que nada para evitarnos aguantar 60 años más de relatos sobre la Transición y aniversarios estúpidos que no le importan a nadie. Bueno, y por el tema de las pensiones. Aunque la Seguridad Social es algo que mi generación sabe que no puede contar con ello. Nuestra Seguridad Social consistirá en asaltar casas de ancianos que viven solos.
El resto de cosas que se suelen decir sobre la generación Y son lugares comunes: estamos preocupados por el medioambiente, somos más tolera
ntes, queremos "algo más" que un sueldo, etc. Las típicas tonterías de relleno que cambian como cambian las preferencias temporales de cualquiera y que no aportan por lo tanto ningún rasgo distintivo.
Me resulta más interesante hablar de mi generación en el caso español. El gap que existe entre precarios y protegidos. La infinita capacidad de hipocresía de los jóvenes rebeldes. Y sobre todo, algo en lo que he insistido poco: la inmensa, infinita e infranqueable diferencia de perspectiva de quien ha crecido con tecnología y quien no. En 6º de EGB, el profesor de lengua se sorprendía de que existiera un programa en el ordenador que subrayara las palabras mal escritas. En 2º de BUP se podía escanear un artículo de un libro, pasarlo por un OCR y entregarlo tal cual. Te llevaba más tiempo hacer la portada del trabajo que el trabajo de veinte páginas en sí. Si hoy yo fuera profesor, como mínimo no aceptaría ni un trabajo que no fuera escrito a mano. Copiar van a copiar igual, pero al menos los chavales practicarían la escritura. Es más, como los datos están al alcance de todos, puede que me preocupara de dar más importancia a que los alumnos comentaran ideas propias. Bueno, si fuera profesor los alumnos solo tendrían cinco asignaturas: gramática, matemáticas, mecánica, historia del arte e ingeniería del software; pero esa es otra historia. Otro lugar en el que veo este gap es cuando renuevo el DNI: catorce fulanos ahí sentados que podrían ser sustituidos en 72 horas por un par de máquinas expendedoras. Y así con todo. Conserjes que apuntan visitas en libretas, kioscos en los que no puedes pagar con tarjeta, que la tarjeta sanitaria y el DNI sean cosas distintas... muchas cosas de este tipo que sólo se explican por la existencia de cuñados y una asfixiante aversión a la tecnología.
El otro día salió en el periódico un tipo de un observatorio de la Xunta o de algún negociado de esos donde enchufan cuñados en cantidades industriales, diciendo lo mucho que le preocupaba que hoy todos los chavales de 14 años sean unos borrachos sin remedio. Este es otro tema relacionado con el problema de las generaciones. Desde luego que la solución oficial pasa por crear observatorios y negociados, levantar "alternativas de ocio nocturno" (¿qué sentido tiene jugar al fútbol de noche?) y promover estilos de vida saludables (cosa que a un chaval se la suda). Con 12-14 años, los chavales podrían estar jugando a videojuegos de atropellar gente o viendo anime de robots gigantes dándose hostias. Los psicólogos, muy preocupados, recomendaron prohibir esas divertidas actividades y los chavales se dieron a la bebida. Como todo el mundo sabe, la bebida nace de los parques públicos, no se compra en tiendas de chinos o en supermercados de barrio. E incluso si alguien intuye que la bebida se compra en el súper de la esquina, basta una prohibición para que dejen de hacerlo. Bien, está claro que esto es inútil. Si quieres fomentar el consumo de algo entre la juventud, prohíbeselo. Siendo la droga y el alcohol partes fundamentales de la vida del adolescente, llama la atención el nivel de éxito de estos institutos de la juventud y de estas medidas absurdas. Un nivel de éxito comparable al de una comadreja operando una central nuclear.
Es que no hay ningún tipo de mensaje de esperanza. Hay mucha gente que cree que lanza un mensaje de esperanza y sin embargo tan solo vive del cuento. ¿De qué sirve toda la política hacia la juventud —desde prohibir botellones hasta impedir trabajar— cuando ésta se diseña por gente que es incapaz de comprender que el mundo ha cambiado? Es como lo del conjunto vacío. Atended en clase, que esto os servirá para cuando seáis mayores. Creedme cuando os digo que el conjunto vacío al 99,99% de la gente no le sirve para nada. Bueno, tal vez para definir una huelga estudiantil, pero poco más.
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