Por Juan Meseguer (Aceprensa).
Frente a los cansinos reportajes que se dedican a lamentar el insaciable narcisismo de la 'Generación Yo' (los nacidos después de 1982), su adicción a las pantallas o su necesidad permanente de estar conectados con otros, es posible dar la vuelta a la tortilla e intentar sacar virtudes de sus puntos débiles.
El ideal de autenticidad, por ejemplo, puede ser un revulsivo para favorecer el pensamiento crítico o la valentía para manifestar lo que uno piensa al margen de la corrección política; el boom de las relaciones virtuales puede llevarse al terreno de la vida real para fomentar la preocupación por los demás, etc.
Pensar por libre
Los padres quieren que sus hijos se porten bien, pero ¿qué significa eso exactamente? Los niños y los adolescentes pueden salir airosos cuando se plantea un conflicto entre decisiones del tipo 'haz el bien' y 'evita el mal'. Quien más, quien menos intuye que eso de fastidiar a su hermana adolescente no debe de estar muy bien.
Sin embargo, la cosa se complica ante dilemas que exigen elegir entre 'hacer el bien' y... 'hacer el bien'. En su libro Good Kids, Tough Choices: How Parents Can Help Their Children Do the Right Thing (Jossey-Bass, San Francisco, 2010), Rusworth Kidder –escritor e investigador del Institute for Global Ethics– identifica cuatro paradigmas de este tipo de conflictos: verdad frente a lealtad; necesidades individuales frente a necesidades colectivas; decisiones a largo plazo frente a decisiones a corto plazo; y justicia frente a compasión.
Un ejemplo del primer paradigma es el caso del adolescente que se plantea qué hacer cuando un amigo le pide que guarde un secreto que puede perjudicar a otros. ¿Debe ceder el 'valor de la palabra dada' ante aquella otra lección que aprendió de pequeño: 'Di siempre la verdad'?
Para unos padres acostumbrados a educar a contracorriente a sus hijos, la aparición de un nuevo libro como el de Kidder puede ser un motivo de alegría, de preocupación... o simplemente de hastío. Alguno pondría pensar: 'Si vas a decirnos que todo es más complicado de lo que imaginábamos, podías haberte ahorrado el trabajo'.
Pero Kidder no viene a asustar a nadie. Su objetivo es dirigir la atención y los esfuerzos de los padres hacia lo que él considera esencial: más que decir a los hijos lo que han de hacer en cada caso, los padres deberían enseñarles a razonar éticamente.
A su juicio, la clave es sustituir los mandatos ligados a la casuística (que tanto desgastan al que los da y al que los recibe) por conversaciones pausadas donde los niños vayan aprendiendo a pensar por su cuenta. Así, poco a poco, irán adquiriendo un estilo de pensamiento prudencial. Lo que, a la larga, contribuye a que los hijos maduren y ganen en independencia frente al último comentario que le dejan en su red social.