Pekín sufrió tres grandes transformaciones en el último siglo. La primera fue cuando cayó el imperio manchú y con la república llegó la modernidad a Pekín arramblando con estilos de vida que habían subsistido durante siglos. La segunda fue cuando los comunistas entraron en Pekín, tras haber vencido en la guerra civil. Tal vez fuera la transformación menos traumática. Los pekineses pudieron vivirla como un mero cambio de una dinastía por otra, de una élite por otra, algo que había pasado varias veces en la Historia y que resultaba un poco fastidioso cuando ocurría, pero algo a lo que uno podía hacerse a fin de cuentas. La tercera y la mayor ha ocurrido con el crecimiento económico. Los viejos hutongs han sido arrasados para construir rascacielos anodinos como los de cualquier otra ciudad y los cielos azules de Pekín se han convertido en una cosa gris, cargada de partículas cancerígenas.
Lao She nació en 1899 y vivió las dos primeras de las transformaciones. Procedía de una familia manchú, que fueron quienes más sufrieron con la caída del imperio. Los manchúes habían conquistado China en el siglo XVII. De haber sido una élite militar lentamente fueron convirtiéndose en un grupo de mantenidos, que fueron olvidando sus virtudes marciales y fueron convirtiéndose en una clase de paniaguados cada vez más empobrecida. Además, nunca llegaron a integrarse realmente con la mayoría china, que siempre les vio como unos advenedizos. La caída de la dinastía manchú les hizo caer a lo más bajo de la escala social. Ya no podían ni alardear de su conexión con la dinastía reinante.
Algunos testimonios de los primeros años de la república acerca de los manchúes cuentan que “es de pública notoriedad que hay al menos 7.000 prostitutas clandestinas en la ciudad y que la mayor parte son manchúes. Se han visto casos de niñas y mujeres que se disfrazan de hombres y se cubren la cabeza para tirar de los carros por la noche. Casi todas las semanas hay suicidios por ahorcamiento o por ahogamiento. (…) la profesión más corriente de los manchúes pobres es la de empujar un carrito. Hay treinta mil carritos en esta ciudad y cada vehículo es tirado por dos hombres, uno de día y otro de noche. Así que hay sesenta mil personas que empujan un carrito ahora, pero el coolie medio alimenta a tres personas. ¡Pensad que esas bestias de carga humana son los descendientes directos de los que conquistaron China hace trescientos años!”
Lao She quedó huérfano a los dos años. Su padre, que era soldado, murió durante la rebelión de los Bóxer. O sea, que desde el principio Lao She sintió en su propia carne que el siglo XX iba a ser jodido para China. Su madre a duras penas logró sacar adelante a Lao She y a sus siete hermanos con su pensión de viuda y los pequeños trabajos que hacía. Por cierto que de los ocho hermanos sólo cinco llegaron a la edad adulta, casi un milagro dados los /tiempos y la pobreza en la que vivían. Otro milagro fue que lograra escolarizar a Lao She, que era el menor de todos ellos. Lao She diría más tarde que, aunque tuvo muchos profesores en el colegio, su verdadera maestra fue su madre que era analfabeta. Ella le enseñó a vivir y posiblemente le enseñase también que a veces simplemente vivir es muy jodido.
En 1914 ingresó en la Escuela Normal de Pekín. No es que la profesión de maestro le interesase especialmente, pero la escuela era gratuita y le ofrecía la perspectiva de poder colocarse después. Allí fue donde adquiriría el dominio del idioma y la literatura china que luego se reflejaría en su escritura.
Se puede decir que los mimbres con los que Lao She trabó su literatura fueron tres. El primero fue el Movimiento del Cuatro de Mayo, un movimiento estudiantil que estalló en 1919. Era un movimiento que desconfiaba tanto del pasado como de la supuesta modernidad que Occidente quería traer a China. Una cosa que trajo el Movimiento del Cuatro de Mayo fue el uso de la lengua popular en la literatura para hacerla más accesible a las masas. Esto se correspondía muy bien con la idiosincrasia de Lao She como escritor: era un escritor costumbrista, que prestaba mucha atención al detalle y estaba enamorado del dialecto pekinés.
El propio Lao She llegó a considerar que si se había hecho escritor había sido gracias al Movimiento del Cuatro de Mayo. Sin él, habría seguido siendo un oscuro profesor. Pero el Cuatro de Mayo trajo una nueva sensibilidad que se correspondía muy bien con la suya y su manera de ver el mundo. Al mismo tiempo el Movimiento le despertó la conciencia política y le hizo reflexionar sobre lo que significaba ser chino y la relación de su país con Occidente.
En palabras del propio Lao She: “El Cuatro de Mayo fue un movimiento literario. El chino hablado se había convertido en una herramienta de expresión.Ello rompió las cadenas impuestas a los intelectuales- las cadenas del chino clásico. Sin embargo, el uso del chino hablado no puede resolver el problema. Sin nuevas ideas, sin nuevos sentimientos, la literatura se pasa de moda y se estanca, aunque utilice el chino hablado. La gente puede crear nuevos contenidos y formas para la literatura sólo con las herramientas de un espíritu y una expresión nuevos. El Cuatro de Mayo me dio un espíritu nuevo y un lenguaje literario. Gracias al Cuatro de Mayo me hice escritor, aunque no uno destacado.”
El segundo mimbre con el que Lao She elaboró su literatura fue Dickens. Entre 1924 y 1929 vivió en Londres, donde fue lector de chino en la Escuela de Estudios Orientales. Para mejorar su inglés se sumergió en la lectura de los clásicos ingleses y el que más le influyó fue Dickens, con quien descubrió una afinidad especial. Ambos se centran en las vicisitudes de los desfavorecidos y miran la miseria humana con compasión y simpatía. Ambos tienen un buen ojo para las peculiaridades de los personajes, para describir los rasgos idiosincrásicos que nos definen como individuos. La gran diferencia entre ambos es que Lao She tiende al pesimismo. La miseria se resuelve en derrota, en un mero sobrevivir en el mejor de los casos. Falta esa especie de optimismo inquebrantable que parece animar a Dickens.
El tercer mimbre de su literatura es Pekín y la gente de sus barrios populares. Lao She siempre se unió muy unido a su ciudad natal y al estilo de vida en los hutongs, que ha destruido el desarrollo de los últimos años.
La editorial francesa Gallimard ha recogido varios de sus cuentos pekineses de los años 30 y los ha publicado bajo el nombre “Gens de Pekín” en la colección Folio. Sólo comentaré los cuentos que más me gustaron.
El primer cuento, “La lanza de la muerte”, casi desde el inicio transmite la sensación de decadencia y derrota: “La antigua agencia de guardianes de Sha Zilong, se había convertido en un vulgar albergue.” En el cuento, el maestro de artes marciales Sha Zilong decide no transmitir a nadie lo que sabe, dejar que su arte muera con él. Lao She no lo especifica, pero uno intuye que el maestro sabe que la sociedad en la que creció y que hubiera podido apreciar su arte, está agonizando. Ya no tiene sentido que su arte sobreviva en un mundo nuevo que lo comprenderá.
En “Una vieja casa”, un dependiente, orgulloso de la tienda en la que trabaja, se resiste a las innovaciones. Cree que la nobleza de su tienda consiste en no cambiar. La tienda terminará absorbida por su rival que sí que ha sabido ajustarse al signo de los tiempos.
“Historia de mi vida”, el cuento más largo del libro, es la autobiografía de un hombre al que los vientos de la Historia se han llevado por delante. Comienza contando que teniendo cierta disposición para el estudio, aspiraba a convertirse en funcionario. A los 15 años sus padres pensaron en otro destino para él y le pusieron de aprendiz para que aprendiera a confeccionar las ofrendas de papel que se hacen a los difuntos. Así vivió unos años, pero el negocio comenzó a decaer. El protagonista comenta algo que podrían comentar casi todos los personajes de Lao She: “Habíamos entrado de repente en una época de grandes cambios y nuestras pequeñas innovaciones no eran ya de ninguna utilidad: estábamos completamente superados por el curso de los acontecimientos y no podíamos nada al respecto.” Si primero tuvo que renunciar a sus sueños de convertirse en funcionario, ahora descubre que su profesión está muriendo y le condena a la miseria. Sin conexiones que le permitieran ingresar en la administración, opta por ingresar la policía. Para un pobre sin contactos es eso o tirar de un carrito. Su vida como policía, que ocupa las restantes ochenta páginas del cuento es el relato de una humillación, algo para lo que su vida precedente le había preparado de sobra.
“El aficionado a la ópera” es el cuento de una ambición frustrada. Xiao Chen es un joven empleado aficionado a la ópera con cierto talento natural. Su éxito en una representación de aficionados de su empresa le hace soñar con triunfar como profesional y tirará todo por la borda en la consecución de ese sueño.
“La luna creciente” es el relato de una mujer abandonada con una hija que tiene que acabar dedicándose a la prostitución para sobrevivir. Años después, su hija seguirá el mismo camino.
Como se ve, los cuentos de Lao She no dejan lugar a los sueños. La vida es dura y jodida, sobre todo si te ha tocado abajo de la escala social. Pero es lo único que tenemos.