Hacía un tiempo que no escribía nada sobre los “libertarians” pero es que me llama la atención como además de defender ideas totalmente nefastas para el liberalismo, no pocos libertarian intentan usurpar el nombre de George Washington, como si el primer presidente de EEUU hubiése sido un aliado natural de ellos. Nada más lejos de la realidad. Aquí van los hechos para que no os dejéis engañar por esos charlatanes profesionales que viven de una historia inventada.
Cinco años después de que Washington haya decidido estar al mando de las fuerzas contra la corona británica, él pensaba que la guerra estaba al borde del fracaso así como las 13 colonias.
Los Artículos confederados, que supuestamente unían a las 13 colonias antes de ratificar la Constitución federal actual, eran en su esencia un fracaso total. El Congreso, bajo estos artículos, NO podía cobrar impuestos directamente a los individuos ni legislar sobre sus acciones. Con razón no pocos libertarian añoran volver a esa época pre-constitucional y caótica. Los delegados al Congreso tenían poca autoridad para ejercer sus propios juicios legislativos, ya que debían sus sueldos a los gobiernos de sus estados respectivos y podían ser suspendidos en cualquier momento. Una de las cosas particularees que más irritaba al héroe general Washington era que los artículos no daban poder al Congreso para tener unas FFAA en condiciones ni mucho menos darles beneficios materiales. Absolutamente todo dependía de la voluntad de los distintos estados, sin que el Congreso federal pudiera hacer nada por su cuenta.
Washington escribió esto en 1780: “A no ser que el Congreso hable con un tono más decisivo, a no ser que tengan poderes de GUERRA (énfasis mío), nuestra causa está perdida.
La Guerra por la independencia le enseño al primer presidente americano el valor de tener un gobierno central FUERTE. Esto no se limitaba simplemente a tener unas tropas en condiciones. Tal y como le escribió Washington a su joven ayudante, el héroe Alexander Hamilton, “a no ser que el Congreso tenga poderes para todos los propósitos generales, la sangre que hemos derramado en el curso de una guerra de ocho años no servirá de nada.
Problemas nacionales, soluciones nacionales
Los académicos expertos en la historia americana afirman sin complejos que precisamente esta preocupación por tener un gobierno central demasiado débil fue lo que motivó la convención constitucional para escribir la gran Constitución americana. Cuando los autores de la Constitución se reuniones en Filaldefia, con Washington dirigiendo las conferencias, adoptaron una resolución declarando que los poderes federales deberían ser amplios. El Congreso, según la visión de los padres de la patria, debía tener la capacidad para legislar “en todos los casos de interés general para la unión, y en aquellos asuntos en los que un estado es incompetente, o en los que la armonía de los EEUU pueda peligrar por el ejercicio de legislación individual”.
Los autores entendieron, por supuesto, que habría problemas a los que toda la nación se tenía que enfrentar y que estos problemas exigen tener un gobierno PODEROSO para poder solucionar estos problemas. Aunque los padres fundadores no habrían podido jamás imaginarse como los avances tecnológicos pudieron unir a esta nación en una gran comunidad, tuvieron la increíble visión e inteligencia para crear un gobierno central lo suficientemente poderoso para poder enfrentarse a los problemas que iban a surgir en una nación interconectada y con empresas multinacionales.
Para poner en marcha esta resolución, un comité de la convención constitucional creó un borrador con una lista de poderes que el Congreso federal debía tener; la nacionalidad y dirigir las fuerzas armadas, entre otros. Sin lugar a dudas, de todos estos poderes, el más significativo es la autoridad congresional para “REGULAR EL COMERCIO ENTRE LOS DISTINTOS ESTADOS”, así dándoles el poder para regular la economía de la nación y tener el poder para cobrar impuestos y gastar el dinero del contribuyente con la intención de “reforzar la defensa común y el bienestar general de los EEUU”. Surgen los trenes, los coches, las autopistas, los teléfonos, el internet. Esto ha provocado más y más regulaciones, pero emanan lógicamente de la Constitución americana de 1787.
Dos facciones
Ya he hablado aquí en numerosas ocasiones del gran choque ideológico entre los “hamiltonianos” y los “jefersonianos”. Aquí nosotros soms hamiltonianos: creemos en un gobierno federal fuerte, defendemos la existencia y creación de un banco central, tener tropas federales y un país activamente involucrado en la política exterior. Al contrario de esta visión, están los jefersonianos, los antepasados de los actuales “libertarians”. Jefferson pensaba que el principal objetivo de la Constitución era limitar el poder federal y en consecuencia debe ser interpretada estrechamente para limitar la capacidad del Congreso.
Hamilton, al contrario, entendía que la Constitución servía para darle poderes al gobierno federal y así éste pueda enfrentarse a los retos que no podía solucionar antes de la Constitución.
Es obvio que George Washington optó por la visión hamiltoniana y por eso firmó la ley que creaba el primer banco central en América, muy al pesar de los “libertarian” y los acólitos de Jefferson.
Una guerra constante
En el siglo XIX tardío, el juez del Supremo Stephen Field era el líder en EEUU de los movimientos “libertarian” de la época. Afirmaba sin cortarse un pelo que la decisión de Washington aliándose con Hamilton por encima de Jefferson era el pecado original de América. Stephen Field lideró una insurgencia libertariana dentro del Tribunal Supremo estadounidense aún cuando, qué “sorpresa”, votó a favor de mantener las leyes de segregación racial forzosa y leyes con nombres tan extravagantes como la “Ley de exclusión de chinos”. Hizo campaña para ser presidente, denunciando los “males” que él decía tenían su origen en Alexander Hamilton. “La antigua constitución americana”, afirmaba Fields en uno de sus panfletos libertarian, “ha sido enterrada por debajo de interpretaciones liberales de congresos republicanos-federalistas, arrebatando poderes y centralizándolo todo”.
Aunque por suerte Field nunca llegó a ser un candidato viable para la presidencia, vivió para ser testigo de que sus ideas radicales, libertarianas, fueron aceptadas por una mayoría en el tribunal supremo de su época.
Después de ser nombrado juez del Tribunal Supremo, Fuller, un discípulo de Fields, se destapó como otro defensor del partido de Jefferson. En tan solo un año, el Tribunal de Melville Fuller declaró inconstitucional el impuesto sobre la renta y dejó que un monopolio nacional sobre el azucar, de una empresa, tenga impunidad total contra las leyes anti-monopolios del Congreso. El juez Fuller también presidió sobre la odiosa decisión de Lochner, que anuló numerosas leyes protegiendo a los empleados de empresarios rapaces y abusivos. Vamos, que el tipo era un héroe de los libertarianos, tanto los antiguos como los actuales, que afirman estúpidamente, ignorantemente, temerosamente, que no existen monopolios fuera del gobierno y no tienen problema alguno con la tiranía, mientras ésta sea “privada”.
Zombie Constitutionalism
Las visiones jefersonianas/madisonianas de la Constitución americana surgen constantemente. A pesar de que esas ideas han sido derrotadas una y otra vez, surgen de vez en cuando en la historia, como aquellos demonios necrófagos que salen en las películas de terror nocturnas y en repetidas ocasiones sacan sus cabezas de la tumba y arrastran los pies tras ser ejecutados y enterrados repetidamente.
La lucha perpetua del hamiltonianismo y el jefersonianismo no ha acabado y sería un error tratar esto como una broma. Los “argumentos” contra la ley sanitaria de Obama, por ejemplo, el “Obamacare”, son tan ridículas a la luz del precedente constitucional y los poderes legítimos del Congreso que es increíble que existan personas que se crean a los demagogos “libertarian”. ¿No me lo crees? Nada más y nada menos entonces que la autoridad del juez Laurence Silberman, un conservador famoso e importante en EEUU, que recibió la medalla presidencial de libertad gracias al Presidente George W. Bush. Silberman afirmó que “los argumentos contra la ley sanitaria de Obama no se sostienen si miramos el texto constitucional ni tampoco según los precedentes del tribunal supremo”.
Tiene su raíz en el critero anti-gobierno que George Washington RECHAZÓ en 1791.
La visión jefersoniana/madisoniana de la Constitución es una visión que declararía como inconstitucional no solo el “Obamacare” sino también la Seguridad Social y las pensiones federales. Es una visión totalmente incompatible con una nación moderna que debe responder con creatividad a problemas complejos que surgen en una economía tan pujante como esta.
Tampoco es la visión que estuvo detrás de la Const. americana ni mucho menos la visión de George Washington. Si el “Tea Party” entendiera la historia real y supiera leer un poquito, lamentarían que George Washington fue el primer presidente de este país. Pero al igual que los peperos radicales en España, el Tea Party americano no existe para pensar, sino para servir como “frente” contra el gobierno elegido democráticamente. No son democráticos, son unos iluminados y en el peor de los casos, unos terroristas en potencia.