Con la edad, aparte de apreciar el vino tinto (con la progresiva y lamentable tendencia a que cada vez te gustan más caros) se relativizan muchas cosas, entre las cuales se encuentra en descubrir en los EEUU valores insospechados: los cada vez más imprescindibles aquí mandatos de ocho años (que -JM dixit- son costumbre y no ley) y una vitalidad cultural que genera premios como los Pulitzer.
Todas las comparaciones son odiosas, pero hacerlo entre los que dan Aquí (les recuerdo que el Planeta es el mejor dotado) y Allí es desolador: no me acuerdo de ninguno reciente, tal vez se lo hayan dado incluso a Boris Izaguirre. Pero tres de los mejores libros que he leído estos años son Pulitzer: La carretera (2007), La maravillosa vida breve de Oscar Wao (2008) y este difícilmente clasificable Gilead (2005).
Gilead no es una novela convencional. Es una larga carta que el reverendo John Ames, pastor en el remoto pueblo del mismo nombre en Iowa, escribe a su hijo de siete años cuando siente que su fin se acerca. Un texto extraordinariamente hermoso, que aúna una escritura soberbia con unas profundas reflexiones sobre la vida, el amor de un padre y la muerte.
Pero no se asusten: leer la obra, construida con un verdadero sentido poético, es en sí un enorme placer, aunque lo hagamos -o sobre todo si lo hacemos- poco a poco. Hay tanta belleza y tanto amor a la vida que, a la postre , y a pesar de estar puesto en la boca de un pastor y lleno de citas bíblicas parece un texto para ateos.
Al sol, los cabellos de un niño tienen una luz trémula. Hay en ellos los colores del arco iris, rayos suaves y delicados de los mismos colores que se ven a veces en el rocío. Están en los pétalos de las flores y están en la piel de un niño. Tú tienes el cabello liso y oscuro y la piel muy clara. Supongo que no eres más guapo que la mayoría; sólo eres un niño bien parecido, un poco delgado, aseado y de buenos modales. Todo eso está bien, pero la razón por la que te quiero es por tu existencia, sobre todo. La existencia me parece ahora lo más extraordinario que haya imaginado nunca. Estoy a punto de escenificar la perdurabilidad. En un instante,en un centelleo de la mirada.