Revista Arquitectura

Giovanni Papini (Florencia, 1881-1956)

Por Luiscercos

Giovanni Papini (Florencia, 1881-1956)

Giovanni Papini (Florencia, 1881-1956) ¿Se puede disfrutar con la obra de un personaje detestable? ¿se puede separar el cuerpo del alma?¿se puede separar el arte del artista?
No son cuestiones nuevas. Platón ya nos habló de cosas así. El sábado pasado conocí parte de la obra de un escritor y poeta excepcional. Mágicas frases, hermoso estilo, pensamientos con los que me identifiqué desde el primer momento:
El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad. 
La ira es como el fuego; no se puede apagar sino al primer chispazo. Después es tarde. 
Empecé a sumergirme en sus cuentos, relatos breves, y el escritor me fue cautivando. Quise saber algo más de él. Con internet es fácil, basta con escribir su nombre en el buscador.
Pragmático convencido (solo es verdadero aquello que funciona): No estoy de acuerdo Papini, no estoy de acuerdo.
Fascista convencido, dedicó uno de sus libros a Benito Mussolini: "A el Duce, amigo de la poesía y de los poetas": ese no era el lado correcto, Papini, ese no era el lado correcto.
Racista, apoyó las leyes de discriminación racial que se aprobaron en la Italia prebélica de 1938. Pero Papini, ¿cómo eres tan detestable?
Empezando bien, ¿por qué tu vida derivó hacia posiciones tan incomprensibles?¿cómo es posible que escribas como los ángeles y pienses como el diablo? ¿por qué Papini?
Todo hombre paga su victoria con múltiples derrotas, su riqueza con múltiples quiebras, su grandeza con muchas pequeñeces. 
Ser fascista, racista y antisemita no son pequeñeces, ..., algo me impide ya acercarme a tu obra sin prejuicios, pero seguiré leyendo tus cuentos. Quizá encuentre en muchos de ellos, síntomas de arrepentimiento.
Vagué por la ciudad hasta la noche, y miraba a la cara de todos los que encontraba para reconocerme, y todos me miraban mal, y nadie era yo. Fui a casa de aquellos que habían estado conmigo en aquella maldita fiesta de las máscaras blancas. Pero uno estaba fuera; otro no me dejó entrar; el tercero me trató mal; el cuarto quería llamar a la Policía para que volvieran a llevarme al hospital; el quinto me dio la dirección de un médico; el sexto me aconsejó el uso del agua fría; el séptimo me hizo un gran recibimiento, pero no quiso ni oír hablar de mi pena; el octavo negó que hubiera estado en el baile; el noveno admitió que había estado, pero no se acordaba de nada; el décimo estaba enfermo y no hizo otra cosa que desahogarse conmigo sobre la inutilidad de los purgantes; el undécimo se acordaba perfectamente de la fiesta y me dijo que estaba en la sala cuando vio caer como muerta a una máscara, pero no sabía otra cosa sino que aquel desvanecido no era él; el duodécimo palideció cuando le hablé del baile y sacó la bolsa ofreciéndome dinero; el decimotercero.. (fragmento, El hombre que se ha perdido a sí mismo)

Luis Cercós 

Santiago, Chile

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