Revista Cultura y Ocio
Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) es uno de los muchos directores y actores cinematográficos que antes o después han probado suerte en la literatura, bien sea combinándolo con esa primera ocupación, bien, como en el caso de Gutiérrez Aragón, de manera más radical: el director de películas tan notables como “Habla, mudita”, “Camada negra”; “Demonios en el Jardín” o “La Mitad del Cielo”, anunció en 2008, tras su presentación en el festival de Málaga de “Todos Estamos Invitados”, su retirada del mundo del cine y su inmediatamente posterior dedicación a la literatura, en la que debutó con una buena novela: “La Vida antes de Marzo”, ganadora del Premio Herralde. Cine y literatura son lenguajes diferentes, y no es extraño que el salto de una a otra disciplina se traduzca en una mayor presencia de rasgos que de forma apresurada o generalizando quizás demasiado podríamos considerar más propios de la otra: los juegos verbales o la búsqueda de convertir las escenas literarias en una recreación de las imágenes me parecen los ejemplos más claros, aceptando siempre que estamos ante dos artes que se influyen y contaminan- en el mejor sentido- de forma dialéctica. Esas posibles interferencias las resolvía bien Gutiérrez Aragón en la primera novela, y no parecen el lastre principal de “Gloria Mía”, si acaso una excesiva descompensación entre los dos ejes espaciales y temporales que en ella confluyen y la poca verosimilitud de algunos diálogos y situaciones: “Gloria mía” cuenta la historia de un hombre, José Centella, que sufre un absurdo accidente en Madrid, tratando de alcanzar unas gallinas que se encuentran detrás de una cerca. En esa ciudad vacía por las vacaciones Centella conoce a un hombre que le ayuda a solucionar la situación y comienza a relatarle su vida, en la que viaja desde un pequeño pueblo de Alicante al medio de la selva colombiana, en la que pasa a formar parte de la guerrilla y termina por volver a España para trabajar nada menos que como cobrador de morosos y alto ejecutivo de un grupo de comunicación. La novela pretende entre otras cosas ajustar cuentas con los sueños idealistas del pasado, con cualquier visión bucólica de los procesos revolucionarios sudamericanos sin dejar de criticar la vaciedad de la vida occidental, pero en mi opinión el encaje entre los dos escenarios y periodos de la vida de Centella no acaba de cuajar y algunos párrafos, por ejemplo la descripción de la vida en medio de la selva, las relaciones entre los guerrilleros, sus jefes y los habitantes de los pueblos por los que se desplazan, me ha parecido tan bien documentada como reiterativa, mientras que el humor de las situaciones, quizás uno de los rasgos más destacados de “Gloria mía”, apenas alcanza a mitigar el tono medio de una narración que no acaba de atraparnos y se queda en una divagación tan bien intencionada como previsible sobre los peligros del fanatismo, la inutilidad del impulso revolucionario o la manera en que aquellos que se sienten llamados a transformar el mundo terminan por reproducir los defectos que critican. Crítica: Tomás Rubial