Revista Cultura y Ocio

Gottfried Benn, el torrente inevitable de la Patria

Por Eduardogavin
Gottfried Benn, el torrente inevitable de la Patria
Es fácil encontrar hoy antifascistas. Nada hay más fácil, y mi profesión médica me lo ha enseñado, que diagnosticar después de saber el diagnóstico. Más tentador es, a la luz de los hechos, corregir las pruebas y conjeturas que los demás hicieron con esfuerzo.Es muy fácil juzgar en el 2011 a los fascistas de los años 30. Teniendo en cuenta el tiempo pasado y la información, sesgada o no, que nos pasaron.Gottfried Benn, sin embargo, fue embaucado, como tantos otros por la política de su tiempo. Médico cirujano de profesión, veterano de la Gran Guerra y sobre todo poeta, se había criado en un ambiente familiar propio de una familia cuyo padre era pastor protestante. El esfuerzo, el estudio y el arte formaron parte de su educación, como era habitual en las familias de clase media alta centroeuropeas de esa época. Lo bello de sus poemas es que siguen, trazando perfectamente, su biografía. Lo mismo que sucedió con la política.Aún antes de la que sería su trauma, la Primera Guerra Mundial, publica su primer libro, "Morgue", uno de los libros de poemas más oscuros que se han escrito y que resulta de obligada lectura para cualquier poeta y, por supuesto, para cualquier médico, puesto que cuenta detalladamente su formación médica, el bisturí en la carne, el pus, la muerte, el horror que todo aquello provoca al más hecho de los profesionales, mientras tenga una mínima sensibilidad e inteligencia."Morgue" le proporcionará la fama que nunca le abandonará, una fama restringida a los círculos culturales berlineses del expresionismo y futurismo, entrando en contacto con toda la potente intelectualidad de vanguardia berlinesa de la época. La Gran Guerra Europea lo aleja de los cafés berlineses hacia el frente y las trincheras embarradas, el gas mostaza y la masacre repugnante que el fin de los imperios causó entre el 14 y el 18. Su estilo expresionista continuaría, pasando por una época de ensayo e interés por la política. La derrota en la guerra, la pobreza, la fragmentación de su país, la amenaza del comunismo, al tiempo que aumentan su ya de por sí ferviente pesimismo, le llevan a un acercamiento al Partido Nacionalsocialista de los Obreros Alemanes, mostrando públicamente su apoyo al que sería el primer gobierno de Hitler. Es el momento en el que sus colegas y amigos emigran masivamente a Francia y Estados Unidos. Uno de ellos, Klaus Mann, le exige pública explicación. Y ahí, Benn se condena,  cuando dice "Si mi patria escoge éste camino, quién soy yo para abandonarlo?". A partir de ahí, un breve noviazgo con el nuevo régimen que durá apenas tres años cuando su expresionismo se considera "arte degenerado y judaizante" y es condenado al ostracismo literario, obligándole al regreso en pleno a la Wehrmacht, con quien combatirá hasta el final, a pesar de su rechazo, siempre parcial por el sistema político que lleva a la patria al desastre. Durante la guerra había perdido, nuevamente a algunos familiares. Pero el golpe definitivo a su esperanza vital es la muerte de su esposa. Ante la llegada de los rusos a Berlín, decide evacuarla a la provincia. Semanas, después, sin noticias de Gottfried y ante las noticias de las violaciones que los soldados aliados y rusos practican, ella se suicida por envenenamiento. Tras la derrota, sus posiciones le pasan factura nuevamente, pues pasa a ser un autor prohibido por las autoridades americanas. Finalmente, consigue publicar en Suiza, volviendo nuevamente a ese círculo de vanguardia que siempre le reivindicó, hasta su muerte en 1956.Es necesario leer su obra con distancia y detenimiento. Con pasión poética y con vocación médica. La obra constante y dura de un ser triste y pesimista, un buen hombre y un patriota que, error tras error, fue condenando su memoria entre los amantes del buen pensamiento, tan detestados por el autor de este blog. 
Metropolitano (1913)
Aguaceros suaves. Flor temprana. Llega
del bosque un aire a pieles cálidas.
Se alza el enjambre púrpura.
Asciende la gran sangre.
Ella, desconocida, viene a través de toda esa primavera.
El pie, la media, ahí, sí, pero concluye y se cierra
lejos, inalcanzable. Sollozo sobre el umbral.
Florecer tibio. Humedades ajenas.
¡Oh, cómo derrocha su boca el aire tibio¡
Tú, cerebro de rosas, sangre de mares, media luz en las alturas,
tú, bancal terrenal, cómo fluye fresco de tus
caderas el hálito que te envuelve al caminar.
Oscuridad: ahora vive bajo su vestido:
sólo animal blanco. Despreocupado; mudo aroma.
Un pobre perro cerebral. Sobrecargado con Dios.
¡Estoy tan harto de esta frente mía! Oh, si un andamio
de espádices la desprendiera suavemente
y se hinchara y retemblara y goteara con ella.
Tan desprendido. Tan cansado. Quiero caminar.
Anémicos los caminos. Canciones en los jardines.
Sombras, diluvio. Dicha lejana. ir muriendo
hacia el profundo azul liberador del mar.

ApéndiceTodo está pulcro y preparado para el corte.
Los cuchillos humean. El abdomen marcado.
Bajo paños blancos hay algo que gime.
"Señor profesor, todo está listo."
La primera incisión. Como si el pan se rebanara.
"¡Pinzas!" Algo púrpura brota.
Más profundo. Los músculos: húmedos, brillantes, frescos.
¿Hay un ramo de rosas sobre la mesa?
¿Es pus lo que salta?
¿Habrán cortado el intestino?
"Doctor, si se para contra la luz,
ni el diablo puede ver el diafragma.
Anestesia, no puedo operar,
el hombre se va de paseo con su estómago."
Silencio, pesado, húmedo. En el vacío
tintinea una tijera en el suelo.
Y la enfermera angelical
ofrece algodones esterilizados.
"¡No puedo encontrar nada en esta porquería!"
"Sangre se oscurece. ¡Quíteme la mascarilla!"
"Pero—Dios del cielo—querido,
¡apriete mis esos talones!"
Todo deforme. ¡Por fin: aquí está!
"¡El hierro candente, enfermera!" Un siseo.
Por esta vez tuviste suerte, hijo mío.
La cosa estaba a punto de perforarse.
"¿Ve usted la pequeña mancha verde?
Tres horas y el estómago se llenaba de mierda."
Vientre cerrado, Piel cosida. "¡Esparadrapos, acá!
Buenos días señores."
La sala se vacía.
Furiosa castañea y rechina con las mejillas
la muerte se escurre a la barraca de los cancerosos.

Sólo dos cosas A través de mil formas transido
-nosotros, tú, yo- sólo sé
que en todas hemos sentido
la eterna cuestión: -¿Para qué?
Pregunta pueril que no oíste,
pues sólo tarde supiste
que dado te fue padecer
-o razón, o locura, o mito-
tu estigma fatal: el deber.
Del árbol, la nieve y el mar
nacer y morir es el sino;
dos cosas habrán de quedar:
la nada y mi propio destino.


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