Los Goya 2012 han pillado al cine español en una tensa espera: el gremio parece contener la respiración ante un giro político que suponga una mejoría de resultados, y apuesta todo su (escaso en estos tiempos) crédito a los últimos y agónicos avances de la Ley Sinde. La Academia todavía no se ha recuperado de la repentina dimisión de Alex de la Iglesia, acompañada de un importante cambio de discurso respecto a la actitud y el posicionamiento del sector cinematográfico en el tema de las descargas. Un viraje que a mí me parece, cuanto menos, sincero, coherente y tolerante con las realidades tecnosociales actuales; aunque quizá fue el hecho de admitir equivocaciones graves, propias y ajenas, lo que a una amplia mayoría le resultó intolerable. En una entrevista reciente, el presidente saliente confirma, con una mezcla de impotencia y tristeza, la situación del cine español, y su diagnóstico no puede ser más certero: «El cine es como la sociedad, solo que visto a través de un espejo grotesco. Una de las cosas que más me entristecen es que alguien con un interés concreto económico y político haya enturbiado la relación entre cine y público».
Los tristemente cierto es que las instituciones oficiales del cine español siguen enrocadas en su postura inmovilista, incluso envalentonadas a raíz de los tímidos avances en legislación censora, arbitraria y de mantenimiento de arcaicos monopolios de explotación (que no dudan en denunciar cuando se trata de disparar contras las distribuidoras estadounidenses). La clásica doble moral empresarial: protestar y augurar desastres terribles cuando la legislación no les otorga ventajismos por decreto, pero cuando esa misma legislación les beneficia descaradamente presumen de las bondades de la libertad de mercado.
El verdadero problema es el que señala De la Iglesia: el público, históricamente distante respecto al cine español, se aleja todavía más ante la pataleta infantil de un gremio que echa la culpa de sus malos resultados a que no pasamos por taquilla todo lo que ellos necesitan, independientemente de los filmes que se estrenan. Como si la calidad se diera por supuesta en el cine español, ir a verlo consistiera ante todo un acto de militancia patriótica y ellos fueran unos artistas de mérito indiscutible. Y encima creen que ese público que deserta de las salas lo hace porque prefiere descargar películas... españolas. Señoras y señores académicos, con todos mis respetos, les diré dos cosas: 1) el público no va a ver cine español porque no le atrae (salvo unos pocos títulos de calidad) y no porque esté deseando que les expliquen las mismas historias banales y comerciales de los estadounidenses (hay suficientes ejemplos de historias a contracorriente que triunfan por su contenido, no por su nacionalidad), y esa es una elección ante la que no cabe recurso. 2) Perseguir una actividad privada sin ánimo de lucro del potencial espectador con un falso argumento legal/cultural/apocalíptico es un grave error estratégico. Cerrar las actuales webs de enlaces no conseguirá detener las descargas (basta un sencillo script de redireccionamiento; los de la RIAA ya hicieron el ridículo antes), ni logrará que la recaudación remonte, ni devolverá el público a las salas. El modelo de explotación basado en el estreno exclusivo en salas no está acabado, pero sí ha tocado techo, y es necesario aceptar que los nuevos usos sociales demandan nuevos canales de consumo cinematográfico.
Filmin, Yodecido, Wuaki, Youzee, Voddler son videoclubes online a la carta que se están abriendo paso a pesar de la marginación legal que sufren, ofreciendo únicamente títulos antiguos porque los estrenos les están vetados. Iniciativas serias y con futuro que esperan agazapadas a que el gobierno cambie de una maldita vez la definición del artículo 4.a de la Ley 55/2007, de 28 de diciembre, del Cine que dice que una película cinematográfica es «toda obra audiovisual, fijada en cualquier medio o soporte, en cuya elaboración quede definida la labor de creación, producción, montaje y posproducción y que esté destinada, en primer término, a su explotación comercial en salas de cine» (las negritas las añado yo). Es hora de acabar con una obsoleta norma legal que sigue asumiendo que el cine sólo se ve en las salas, protegiendo un único modelo de negocio, que funciona por inercia y que quiere mantener a toda costa su posición de privilegio. Las películas se deben estrenar en el canal que cada distribuidora decida y que sea el público el que sancione los diversos modelos de explotación. Los editores, en cambio, han aprendido del batacazo de las discográficas y se han lanzado a copiar el modelo iTunes para el libro electrónico: un hardware que se vende con acceso preferencial al catálogo de la editorial, protegido por formatos exclusivos (esa protección al final resultó un fracaso y Apple tuvo que retirarla, pero eso ya es otra historia). Lo importante es que el gremio cinematográfico acepte de una vez que existen alternativas de negocio y que la tecnología digital ha cambiado las reglas en las ahora que se encuentran tan cómodos.
A diferencia del año anterior, parece que la cosa está entre cuatro nombres (Almodóvar, Gil, Urbizu y Zambrano), aunque sus filmes no ha tenido un gran recorrido comercial en salas. Será por eso que me he dispersado tanto con la radiación de fondo... Personalmente me decanto por No habrá paz para los malvados: por formato, género, momento creativo de su director y actriz secundaria.
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