Alan Smithee (junto a sus variantes Allen Smithee y Alan Smythee) es un seudónimo al que recurren los realizadores estadounidenses cuando repudian los trabajos que deberían llevar su firma. Dicho de otro modo, cuando se niegan a figurar en los créditos de las películas. Esta denominación fue acuñada por el Sindicato de Directores de EE.UU. en 1968 y se ha venido utilizando de forma habitual como vía para expresar insatisfacción ante el resultado final de una producción cinematográfica. Ric Roman Waugh, responsable de “Greenland: El último refugio”, tuvo ya que usar el nefasto apodo cuando, tras filmar “Exit” en 1996, decidió que nadie le vinculase con ese largometraje. Más tarde se especializó en el género de acción desproporcionada con resultados irregulares, aunque con repercusión suficiente como para querer apuntarse el mérito (o demérito) obtenido. Cintas como “El mensajero”, con Dwayne Johnson y “Objetivo: Washington D.C.”, con Gerard Butler, dan buena muestra de la clase de cineasta que representa. Apuesta por una grandilocuencia vacía basada en ingentes inversiones sin sentido en efectos especiales y en un desenfreno de explosiones y calamidades sin sustancia. En mi opinión, prácticamente toda su filmografía debería ocultarse tras un Alan Smithee.
“Greenland: El último refugio” no sólo se construye sobre una trama totalmente exprimida, sino que se presenta sin originalidad alguna, considerando que le basta con un espectáculo visual a cargo de imágenes impactantes aderezadas con un drama forzado y de intensidad cambiante. Es en sí misma otra catástrofe dentro del denominado “cine de catástrofes” nacido en los años setenta y representado por un reguero de títulos centrados en terremotos, incendios y tragedias aéreas que recalaron en todas las carteleras del mundo.
Se acerca a la Tierra un gran asteroide cuya trayectoria provocará el irremediable impacto contra nuestro planeta, aniquilando así todo rastro de vida. Entre los diversos Gobiernos se realiza un sorteo para elegir a los afortunados llamados a sobrevivir en refugios secretos, sin poder evitar que se desate un caos a nivel internacional. Un matrimonio a punto de separarse se afana en garantizar la seguridad de su hijo y la suya propia emprendiendo un arriesgado viaje que les enfrentará a los peligros más terribles de la naturaleza, hasta lograr alcanzar el ansiado búnker subterráneo.
No voy a cuestionar los méritos técnicos de algunas secuencias, pero sí su incapacidad para construir la narración y ocultar las carencias del guion. Además, la orgía de efectos visuales y sonoros tampoco contribuye al disfrute de un film cuya oferta está ya más que vista. Gerard Butler, actor fetiche de Ric Roman Waugh que participará también en su próximo proyecto (“Kandahar”, sobre las misiones de la CIA en Afganistán) protagoniza la cinta. Con sobrada experiencia en el género catastrófico (encabezó el reparto de otro horror titulado “Geostorm”), acumula en su haber ejemplos similares, como el de “Objetivo: La Casa Blanca” y sus secuelas. Intérprete bastante limitado, ha cosechado igualmente resultados decepcionantes en su paso por la comedia (“La cruda realidad”, “Un buen partido”, “Exposados). Únicamente se salva en “RocknRolla” y “Un ciudadano ejemplar”.
Le acompañan Scott Glenn (“El silencio de los corderos”, “La caza del Octubre Rojo”, “Llamaradas”) y Morena Baccarin (“Deadpool” y, sobre todo, las televisivas “Homeland”, “The Good Wife”, “El mentalista”, “The O.C.” o “V”).
Trailer del filme
https://youtu.be/vz-gdEL_ae8