Para aumentar el riesgo de embolia global voy a enseñaros las portadas de algunos de los recetarios viejunos más simbólicos y bizarros. Ya os indiqué cómo reconocer el viejunismo culinario con ejemplos
Si queréis comenzar una colección diógenes como la mía, deberéis empezar por frecuentar sitios de mala nota como las librerías de viejo y los puestos de mercadillo. Está estrictamente prohibido pagar más de 3 euros por cualquier ejemplar de menos de 100 páginas, y envido hasta los 10 (y ya me estoy pasando) en el caso de magnas obras profusamente ilustradas y con un peso capaz de aplastarte el pie.
Cuantas más fotos mejor, que es lo que mola. Y en color, porque lógicamente las ilustraciones en blanco y negro no nos dejan apreciar el festival fosforescente de los rabanitos o las cestitas de limón. En lo alto del ránking de coleccionables están los recetarios que regalaba la Caja de Ahorros Católica con la apertura de una cuenta, el Vademécum AMC que daban a las madres con la batería de cocina y la serie de "Biblioteca del ama de casa" de G. Bernard de Ferrer.
wow
Después de mucho investigar ahora sé que la G era de Genoveva, traductora y escritora que montó un emporio gastroviejuno con libros de todos los temas habidos y por haber. Algunos de ellos con portadas tan lóquers como éstas:
Lo mejor es que los libros salieron tal cual en la década de los 40, y sin ningún sonrojo les cambiaron la portada por una más yeyé en los 60, sin modificar nada del interior. No me digáis que no os entran ganas de pinchar una lechuga iceberg con banderillas.
La perfecta ama de casa moderna (moderna de entonces, entendámonos) tenía multitud de recetarios a su disposición para poblar nuestros sueños de pesadillas, y se empezaba a preocupar por guardar la línea comiendo solamente gelatina y leche desnatada Pascual.
Después de pasar siglos comiendo tocino y chorizos llegó la manía de la cocina ligera, con ejemplares tan geniales como éste que recopilaba recetas de ensaladas, platos fríos y parrilladas. O lo que es lo mismo, todo lo que metía tu madre en la nevera portátil cuando ibais de excursión al río con cangrejeras y gorras de promoción "Pinturas López".
Otro clásico es la colección "Comer bien", que lo mismo incluye un especial para aterrorizar a tus invitados con pasteles de embutido que una espeluznante guía para perpetrar platos improvisados. De esta serie yo tengo unos cuantos y admito que el de repostería es ya un clásico familiar.
Cualquier recetario anterior a 1990 que incluya en su título palabras como "moderna", "actual" o "futura" es digno de estudio. Atención a las modernísimas cascadas de langostinos y a la futurista perola de alubias.
Entre mis preferidos están los libros viejunos que regalaban las marcas después de pasarte un año recortando códigos de barras. Mención especial se merece el recetario de Tulipán de 1988 que aún puede verse (¡y descargarse!) de su web, una obra chiripitifláutica que merecerá post propio algún día.
Directamente tristes son estos dos especímenes: "Gastronomía madrileña", con una foto sacada a la virulé y el manual práctico del rodríguez que se quedaba en casa mientras la parienta y los niños se iban al pueblo.
Mis preferidas sin duda son las siguientes dos obras del feísmo culinario patrio. No hay palabras para describir "Érase una vez el mundo mágico del duende Thermomix", un recorrido lisérgico por las cocinas regionales de España acompañado por el dichoso duende thermomixero. Sin duda una criatura aberrante salida de una mente enferma, cuyo interior pudimos ver gracias a las fotos de una poseedora.
Guat de fak
Y en lo alto del olimpo de los dioses viejunos está "Los 100 platos universales de la cocina vasca". La portada es bastante inofensiva, pero el interior, lleno de recetas de maestros de la cocina como Arzak, nos enseña el potencial asesino de la cocina viejuna de los 80. A él dedicaremos un post próximamente porque no tiene desperdicio ninguno, ay.¡Perlas! ¡Langostas con brochetas de limones esculpidos! ¡Huevos cocidos con flores de zanahoria!