Herzog leyó en alguna parte la historia de este peruano gringo, de este esclavista salvaje, Carlos Fermín Fitzcarrald, y en esa historia leyó que Fitzcarrald había llevado un barco a través de la selva, sobre montañas y bordeando desfiladeros, obligando a los indios a cargarlo, y le pareció que era una historia alucinada y oprobiosa y que era uno de los símbolos más potentes que él había encontrado en su vida de la inhumanidad del capital, del capital, del capital, de la locura del oro en el mundo capitalista, porque mezclaba el delirio por el dinero con el heroísmo de los grandes soñadores, de los grandes emprendedores, los grandes pioneros, y cómo ese delirio, combinado con la voluntad de hierro que produce la locura, pero que también produce del capital, se confundían en la historia de Fitzcarrald y sus esclavos indios, que era una historia de barbarie absoluta pero conservaba algo, como la orla, como el brillo, como el relumbrón épico de las gestas que se emprenden desafiando lo imposible, dice Raymunda, y por eso decidió hacer una película que contara esa historia.
(Vivir abajo, de Gustavo Faverón Patriau, Candaya, 2019).