Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com
La primera vez que los vi estaba sola con los niños. El Kalvo, como siempre, de viaje. Los tres paseábamos sin rumbo y al verlos me dio tal mal rollo que volví pitando a casa. Su presencia, más que transmitirme seguridad me produjo angustia.
Hace meses que están por toda la ciudad y, aunque los veo a diario, no consigo acostumbrarme. Son soldados del ejército. Patrullan las calles en grupos de tres. Van vestidos con el clásico uniforme verde de camuflaje. La boina, en la cabeza. Imposible no fijarse en los chalecos antibalas y las metralletas que llevan colgadas al hombro.
A Terremoto le llaman mucho la atención. Siempre que pasan a nuestro lado me pregunta por ellos. ¿Por qué están aquí?
Es verdad que Tánger es una ciudad tranquila. Segura. Al menos a mí me lo parece. Aquí hay robos, como en todas partes, pero pocos. Los cacos se lo piensan dos veces antes de cometer una fechoría. No sólo temen a la policía, sino a los propios ciudadanos que, a veces, se toman la justicia por su mano. Eso es lo que dice la gente y esto que sigue es lo que yo misma presencié.
Nueve de la mañana. Barrio de Iberia. Un día cualquiera de entre semana. Año 2012.
Terremoto y yo vamos camino de la guardería. Nos quedan quince o veinte metros para llegar. De repente, pasan a mi lado, corriendo como locos un par de chavales. Me aparto como puedo por miedo a que me tiren al suelo. Otros dos hombres los vienen siguiendo. Frente a nosotros, de pie en la puerta, el segurata de la guarde. Atento a lo que sucede. Se prepara y cuando los chicos pasan por delante se tira encima de ellos. Entonces se produce una escena que, todavía hoy al recordarla, me estremece. Los dos perseguidores y el segurata empiezan a pegarles. Patadas, puñetazos,… Giro la cabeza. No quiero mirar. Grabados en mi cabeza quedan los ruidos de los golpes, los gritos de dolor. En ese momento, por la calle circula un Petit Taxi. El conductor pone el freno de mano. Sale del coche y se suma al trío justiciero. Soy cobarde. No me meto. Simplemente entro en la guardería e intento que alguien llame a la policía. Luego, el segurata me pone al corriente. Son ladrones, me dice, han robado un teléfono móvil.
Volviendo a los soldados y a la pregunta de ¿por qué están aquí? Una mujer española —que parece tener información de la que yo no dispongo— me dice que en Marruecos hay amenaza de atentado terrorista. No lo entiendo. Pero si este es un país musulmán.
Busco información. En Internet encuentro lo siguiente:
Desde el pasado mes de octubre el gobierno de Marruecos ha puesto en marcha un dispositivo de alerta —bautizado con el nombre de HADAR que en árabe significa precaución —con el fin de reforzar los lugares estratégicos y turísticos del país. De ahí, la presencia de los solados.
El motivo: Las amenazas que, desde la red, han vertido sobre el país algunos combatientes de origen marroquí desde Siria e Irak. Acusan al gobierno de colaborar con la alianza internacional contra el Estado Islámico. Le amenazan con atentar en Rabat y le advierten de su intención de instalar el Califato en Marruecos.
Y es que el país alauita controla y persigue a los simpatizantes de El Estado Islámico o a los yihadistas radicales con mano dura. Aún y así, o precisamente por ello, unos 1.500 marroquíes han marchado a Siria e Irak para combatir en sus filas. De esos, se tiene constancia que, al menos, 120 han retornado a Marruecos.
Dejo de buscar. Hay muchas más cosas. Casi prefiero no saberlas…