Aunque para 2004 una cierta desilusión se hubiese implantado entre los afghanos, desilusión atizada por las muertes accidentales de civiles por parte de las fuerzas de la coalición, los afghanos votaron con entusiasmo en las elecciones de noviembre de 2004. La participación fue del 70%, a pesar de los intentos talibanes de amedrentar a los votantes y de crear violencia. Karzai obtuvo el 55’4% de los votos y ganó en 21 de las 34 provincias. Karzai logró tres veces más votos que el siguiente candidato en liza, el tayiko Yunus Oanuni. Karzai tenía muchas bazas para asegurarse la victoria: pertenecía a la mayoría pashtún; procedía de un linaje pro-monárquica, lo que le podía atraer simpatías de algunos sectores; no asustaba a las minorías; era visto como el hombre de Occidente, en un momento en que aún la imagen de los occidentales era positiva; y, finalmente, ¡qué coño, que organizar las elecciones desde el poder y ganarlas es siempre más sencillo!
EEUU había esperado que en su primer mandato como Presidente democrático, Karzai actuase con decisión y celeridad. La situación del país había mejorado desde 2002, pero la insurgencia talibán volvía a asomar la cabeza. Hacía falta un hombre enérgico y resolutivo y Karzai demostró que él no era ese hombre.
En este mandato de Karzai hubo muchas cosas que no funcionaron. Karzai no mostró ninguna disposición a poner coto a los señores de la guerra, que campaban por sus respetos en sus respectivas regiones. La libertad de los medios de comunicación disminuyó. Hubo la impresión de que Karzai no mostraba demasiado entusiasmo por la lucha contra el cultivo del opio. Karzai estimaba que por su parte Occidente no mostraba demasiado entusiasmo en reducir su demanda de heroína. Para entender la postura de Karzai hay que entender la importancia del cultivo del opio para muchos campesinos. Pedirles que abandonen un cultivo tan rentable a cambio de alternativas dudosas no es realista. Pedirles, además, que lo abandonen en el contexto de una guerra de baja intensidad es buscarse problemas. Unido a la cuestión del cultivo del opio estaba la de la corrupción rampante, que Karzai no trató de atajar. Una de las razones de su falta de entusiasmo tal vez sea que uno de los más sospechosos de corrupción es su propio hermano Ahmed Wali Karzai, que preside el Consejo Provisional de Kandahar. A Ahmed Wali se le acusa de haber amasado una inmensa fortuna con el tráfico de opio.
La historia del hermanísimo de Karzai me recuerda a la del hermanísimo de Ngo Dinh Diem, Ngo Dinh Nhu. Nhu se hizo con el control de las redes de la droga en Raigón y las utilizó no sólo para enriquecerse, sino para utilizarlas como un elemento parapoliciaco para reprimir a la oposición. Y ya puestos a hablar de hermanísimos asiáticos, también podríamos recordar a Lon Non, el hermanísimo del dictador camboyano Lon Nol, que con su corrupción y manipulaciones acabó siendo un dolor de cabeza mayor para los estadounidenses que los khmeres rojos. En fin, que EEUU debería apoyar sólo a hombres fuertes que fueran hijos únicos.
Otro paralelismo con Ngo Dinh Diem fue la negativa de éste a dejarse aconsejar por sus aliados norteamericanos, a pesar de que eran quienes estaban financiándole la guerra. Ngo Dinh Diem no deseaba convertirse en una marioneta de EEUU, aunque hay intervino más la tozudez que el cálculo político, que hubiera debido indicarle que si uno no tiene la sartén por el mango, mejor que no se ponga chulo.
Durante el primer mandato democrático de Karzai los desencuentros con sus aliados de la OTAN han sido múltiples, aunque por motivos distintos a los que tuvo en su día Diem. A partir de 2005 los occidentales empezaron a hacerse menos simpáticos para la población afghana. No ayuda mucho a crearse buena imagen el que de vez en cuando tus aviones se equivoquen y les lancen pepinazos a civiles inocentes que pasaban por allí. Las cosas estaban tan calientes que en mayo de 2006 se produjeron disturbios en Kabul tras un accidente de tráfico con víctimas en el que estuvo envuelto un convoy militar norteamericano. La historia terminó con balazos y protestas de hasta 2.000 personas ante el palacio presidencial y el parlamento. No sólo es que Karzai hubiese entendido que tenía que distanciarse de los occidentales si quería seguir siendo popular entre sus compatriotas. También habían surgido verdaderas discrepancias entre los occidentales y Karzai sobre cómo se tenían que hacer las cosas. Karzai pensaba que Occidente no le estaba dedicando suficientes recursos; según afirmó: si Occidente destinase todo el dinero despilfarrado en la Guerra de Iraq a Afghanistán, el país “estaría en el cielo en menos de un año”. La historia reciente afghana permite dudar de esta afirmación así se le destinase todo el oro del mundo. No obstante algo de razón tenía: se hubieran debido destinar más recursos a la reconstrucción del país, sobre todo inmediatamente después de la caída del régimen talibán. Los occidentales, por su parte, se preguntaban lo que hacía Karzai con el dinero que le daban y hablaban de corrupción. También tenían algo de razón. Otro punto de desencuentro era la lucha contra los talibanes. Hasta ahora ni el Ejército ni la policía afghanos han mostrado estar a la altura de la misión. Lo grave es que las tropas de la OTAN a menudo han mostrado poca consideración por los sentimientos de los civiles y han mostrado un cierto descuido a la hora de lanzar pepinazos, que se han llevado por delante a civiles inocentes.
Karzai y la Administración Bush eran como un matrimonio mal avenido que no se divorcia por los niños y la hipoteca. Se necesitaban mutuamente. Karzai no hubiera podido pasarse sin las fuerzas de la OTAN. La Administración Bush, por su parte, en sus últimas boqueadas y después de las críticas que le llovían por lo mal que lo había hecho en Iraq, no podía permitirse el lujo de que le dijeran que también la había cagado en Afghanistán y que había puesto al hombre equivocado.
La Administración Obama, que no tenía que justificarse de nada, hizo saber desde los primeros momentos que Karzai no le convencía. Se le criticó sobre todo por no haber conseguido mejorar la situación de seguridad y por la corrupción. Richard Hollbroke, el Representante Especial para Afghanistán y Pakistán, llegó a declarar que el Gobierno afghano era débil y corrupto. EEUU hizo llegar a Karzai el mensaje que aprovechase las elecciones previstas para 2009 para no presentarse y dejarle elegantemente el lugar a otro.
Karzai respondió que vale, que bueno, que ya veremos. Organizó las elecciones en agosto de 2009 y en la primera vuelta resultó el candidato más votado, con el 49’67% de los votos. En segundo lugar quedó el ex-Ministro de Asuntos Exteriores Abdullah Abdullah, con el 30’50% de los votos. A diferencia de las elecciones de 2004, las de 2009 fueron cualquier cosa menos limpias: hubo intimidaciones, urnas rellenas, colegios electorales fantasmas e intervenciones discutibles de la Comisión Electoral Independiente. Asimismo, debido a las condiciones de seguridad no hubo observadores electorales independientes. La segunda vuelta de las elecciones hubiera debido celebrarse en noviembre, pero Abdullah Abdullah se retiró, aduciendo que no se daban las condiciones de transparencia suficientes.
Consciente de que se estaba volviendo tan popular como un brote de salmonella en la cocina de un restaurante, durante todo el proceso electoral Karzai trató de modificar su imagen ante el electorado. Los cambios que introdujo fue: distanciarse de los occidentales; acentuar las credenciales islámicas del régimen y tender la mano a aquellos talibanes que renunciasen a la violencia.
La designación de su nuevo gobierno tuvo elementos de farsa. De los 19 miembros designados que presentó ante el Parlamento el 19 de diciembre de 2009, 17 fueron rechazados, alegando que los había escogido por cualquier cosa menos por su competencia. Un diputado llegó a afirmar que las razones de la elección de esas personas habían sido “la etnia o el soborno o el dinero”. Seamos realistas, ¿cuánta gente llega al Gobierno en la mayor parte de los países por simples razones de competencia? Karzai tuvo que buscar a otras 17 personas que fueran un poco más competentes que las anteriores y aun así, 10 de los 17 que había escogido para la segunda vuelta le fueron rechazados. El Parlamento inició sus vacaciones parlamentarias de invierno, dejándole a Karzai con un gobierno a medio formar. Uno diría que le han perdido el respeto.
En este contexto, sorprende un poco que la Administración Obama le invitase el pasado mayo a la Casa Blanca y le diera una de esas acogidas que sólo se dan a los aliados más íntimos, a pesar de que seis meses antes el “New York Times” hubiera filtrado telegramas del Embajador norteamericano en Kabul, en los que decía que Karzai no era un aliado estratégico de fiar y que estaba escaqueándose de asumir las responsabilidades que le corresponderían.
Tal vez en este giro de la Administración Obama haya influido el recuerdo de lo que ocurrió con Ngo Dinh Diem. A Diem lo había encumbrado y apoyado a muerte la Administración republicana de Eisenhower. Cuando la Administración demócrata de Kennedy llegó al poder, pensó que lo que tenía entre las manos era un líder desprestigiado y corrupto y que lo mejor que podía hacer era deshacerse de él. La Casa Blanca promovió el golpe de estado que acabó (no sólo políticamente, sino también físicamente) con Diem en 1963. A la larga EEUU descubrió que lo que sucedió a Diem fue mucho peor que el propio Diem: golpes de estado, luchas entre generales y corrupción para dar y tomar. Muchos acabaron preguntándose si al deshacerse de Diem no le habrían hecho un favor a los comunistas. Puede que la Administración Obama esté intentando no caer en el mismo error.
Un chiste para terminar. Karzai está teniendo una discusión con su hermano Ahmed Wali por las actividades de éste en el Consejo Provisional de Kandahar. Ahmed Wali le replica: “Un momento Hamid. Yo sólo estoy arruinando Kandahar. Tú estás arruinando Afghanistán.”