Revista Arte
Cuando Hannah Arendt comenzó a pensar sobre la historia se percató de que siempre estaba construida de relatos. Para entender cualquier hecho que ha ocurrido, pero especialmente cuando es doloroso, oscuro o irracional (como puede ser el caso de la II Guerra Mundial) necesitamos narrarlo, para digerirlo, juzgarlo de modo que podamos volver a recomponer, de alguna manera el mundo.
El film que se acaba de estrenar hace unas semanas acerca de su vida está dejando al público sin palabras. Los que la conocían se quedan impresionados de que la directora, Margarethe von Trotta, haya conseguido plasmar a la perfección tantos detalles de su vida. Por el contrario, los que se acercaron a las pantallas sin referencias suelen salir también sin respuestas.
Quizá lo más importante no es lo que muestra de su vida sino el dilema moral que presenta y la preguntas que plantea. La historia se centra en el juicio de Eichmann y la elaboración de su teoría sobre la banalidad del mal: se extendió la falta de reflexión acerca de lo que estaba ocurriendo y de lo que estaban llevando a cabo los propios ejecutores. Con ello, daba en el clavo, filosóficamente hablando, del problema. Si se trataba de entender, de comprender, había tocado hueso. Sólo que también tocó la fibra a los judíos que tomaron su postura como una traición. Lo más importante es caer en la cuenta de que la posibilidad de banalización del mal es propia de la condición humana. Por ello, vale la pena preguntarse hoy: ¿Hasta qué punto estamos ignorando nosotros las injusticias de nuestro tiempo? y, sobre todo, ¿qué estamos dispuestos a hacer?
Para los que les interese seguir ahondando cinematográficamente también son interesantes la película de El lector en la que se juzga a una guardiana de Auschwitz o Taking Sides, en la que se juzga al famoso director de orquesta Futwängler. Para los que les interese leer el artículo completo pueden hacerlo aquí.