Revista Historia

Hannibal

Por Nesbana

 

Hannibal se ha despedido por el momento en avión, como ya vimos en una de las adaptaciones cinematográficas, pero esta vez con dos manos enteras. Su despedida vuelve a iniciar la trama que los productores se encargaron de construir a base de lecturas y de guiños a las películas que cosecharon relativos éxitos hace unos años; se renueva su aventura dejando a los espectadores asombrados ante tal despliegue de sangre, maldad y destrucción.

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Es una serie cuidada hasta el más mínimo detalle que, posiblemente sin estar a la altura de otras muchas, alza su voz para reivindicar un lugar en la palestra. Todo está pensado: la banda sono
ra, cada escena de asesinato –una suerte de poemas visuales–, los platos cocinados que juegan con nuestros sentidos y nos interpelan, la excelsa vestimenta de nuestro caníbal, los finísimos diálogos que, más allá de arrancar gritos violentos, susurran insinuaciones. Todo es simbólico y todo tiene su función: desde los dibujos de Hannibal, hasta los persistentes ciervos que pueblan cada uno de los capítulos. Es una serie eminentemente experiencial, que nos reclama a cada momento para hacernos parte de ella y que nos aleja –no muy lejos– cuando nos vemos obligados a contemplar escenas terroríficas. Confieso que me ha pasado en muchas ocasiones con esta serie lo mismo que me ha ocurrido con ciertos cuentos de Borges; el barroquismo, la lentitud y la complejidad de la trama hacen que la atención pueda desviarse y, sobre todo, que la frontera entre lo real y lo irreal se disipe.

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Will Graham evoluciona en esta segunda temporada de una forma magistral, en una progresiva liberación de la influencia de Hannibal; y su personaje me recuerda, en cierto modo, a Goliadkin, aquel funcionario de Dostoyevski que ve desdoblada su personalidad ante la alienación que sufre. El detective, por un lado se deleita junto a Hannibal en una artimaña policial de la que nunca conocemos con certeza su veracidad, y por otro, desea acabar con Hannibal, destrozarlo con sus manos. Graham extrae de ese desdoblamiento personal lo mejor de él para acabar en una situación aún indeterminada. La influencia de un hombre con sus diálogos y su penetración psicológica se revisten de un gran contenido simbólico que seduce los ojos del espectador, con mucha más delicadez que las películas del mismo Hannibal. Veremos si continúa la serie y volvemos a asistir a tan placenteros banquetes.


Hannibal

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