Revista Cocina
De nuestro viaje por Vietnam y Camboya, Hanoi es nuestra primera parada. Al estar asentada sobre un meandro del río Rojo y por debajo del nivel del mar, desde el avión parece estar inundada, ya en tierra comprobamos que no es así.
Una fina lluvia nos recibe, y no es para menos puesto que la visitamos en pleno monzón. No será esto impedimento para lanzarnos a la calle a conocerla. Dejamos el equipaje en el hotel, una ducha rápida que alivie las más de 13 horas de vuelo y en marcha.
Casi al lado del hotel se encuentra la Pagoda del Embajador. Cuando nosotros llegamos somos los únicos turistas. Un poco más allá, a dos manzanas, la Prisión de Hoa Lo. Tristemente famosa por sus torturas, tanto en la época colonial francesa como durante la guerra del Vietnam.
Tras la visita a la prisión seguimos la ruta que nos habíamos marcado. Tan sólo han pasado dos horas desde que llegamos a Hanoi pero ya hemos aprendido a cruzar la calle, basta con dejarse llevar lentamente y enredarse entre el enjambre de motos que circulan en todas direcciones.
En los alrededores de la Catedral de San José, un poco más tarde, deja de llover y el calor es bochornoso, momento ideal para comer algo y probar las cervezas vietnamitas.
Entramos en el Lotus Blanc Café, tiene una carta extensa y nos ha parecido una buena opción para tomar algo rápido. Unos Noodles con ternera y verduras y unos Rollitos rellenos de carne de cangrejo son suficientes. En menos de un par de horas tenemos concertada una visita por los alrededores del Mercado Dong Xuan, en el centro de la ciudad vieja para conocer de primera mano las especialidades de la Street Food Vietnamita, la comida callejera.
A la hora acordada, todos estamos en el punto de encuentro. Cuatro australianos y nosotros, formamos el grupo. Urban Adventures nos guía.
Comenzamos probando una mini-baguette crujiente, deliciosa y rabiosamente picante, rellena de un paté realizado con carne, setas, ajo y un ingrediente secreto que hace que nos bebamos la botellita de agua de un sólo trago.
Con este primer bocado ya vamos a tono para perdernos por las estrechas callejuelas, donde se venden pescados, peces vivos, estos últimos son más caros que los primeros, almejas, caracoles, gambas, ranas, trozos de carne, de grasa, casquería varia ... aquí todo se come, incluso algún producto animal que ni acierto a saber qué es, ni encuentro una traducción a nuestro idioma, y el guía sólo habla inglés.
Pasada esta experiencia, había que conocerlo todo, nos encontramos en medio de una calle, rodeados por un sinfín de motos, escuchando el ruido infernal de sus bocinas, las cuáles usan a modo de código de circulación. Las bocinas de las motos se convertirán en la banda sonora que escuchemos durante nuestra estancia en Hanoi. Nos detenemos ante unas mujeres que venden fruta y flores. Probamos el Ojo del Dragón, que es similar al lichi y al que le encuentro cierto parecido, por sabor y textura, con la uva.
Apenas son las 7 de la tarde pero comienza a anochecer. Ahora nos dirigimos hacia unas calles del barrio viejo todavía más concurridas que las anteriores, todas ellas salpicadas de pequeños comercios y locales de comida.
En Hanoi la gente no cocina en casa, se come en la calle. De ahí la expansión de la "Street Food", de la comida de la calle, y de ver gente comiendo a cualquier hora.
En un local nos llama la atención una especie de crêpes/rollitos rellenos de gambas deshidratadas, setas, verduras y huevos, cuya masa está hecha a partir de arroz. Luego hay que aderezarlos con una salsa agridulce o picante, según nuestras preferencias.
Los pruebo pero no me atrevo a añadirle ninguna salsa, mi paladar todavía mantiene el recuerdo de la mini-baguette del inicio del Street Food Tour, y no me fío de nada. Y tras un bocado: ¡Están ricos estos rollitos, muy sabrosos!
No puedo decir lo mismo de unos trozos de ... "algo marrón", que por textura me recuerda a las salchichas Frankfurt, aunque algo más duro y de un sabor que no acierto a clasificar.
Proseguimos con nuestro tour gastro-callejero. Llega el turno de irnos de barbacoa.
En la esquina más transitada de todo el barrio y tomando asiento en unos diminutos taburetes, más apropiados para niños de guardería que para personas que superen el metro y medio de estatura, llevamos a cabo nuestra última aventura gastronómica. Sobre otro taburete a modo de mesa, disponen un hornillo, sobre él una bandeja con diferentes pinchos de carne, verduras y pan rebozado en miel.
La escena hay que vivirla para comprenderla por que es difícil de imaginar una vez estás fuera de ella. Y es que me resulta muy complicado describir la situación, allí, con el tráfico, las bocinas, el bochorno, el calor del hornillo, sentados en aquellos taburetes sin espacio para movernos. Sin saber donde meter la mochila, la cámara de fotos o el móvil. ¡Ufff! es en estos momentos donde pienso que debía haber "pasado" de hacer fotos, pero el pensamiento sólo me dura un segundo, luego soy la que más disfruta reviviendo cada uno de los detalles gracias a ellas.
Llegan las brochetas, el pan, las bebidas, ya no me quedan manos libres. Nos miramos preguntándonos cómo lo vamos a hacer, y seguimos haciendo equilibrios para no caernos de aquellos diminutos taburetes. Por momentos pensaba que en uno de nuestros torpes movimientos la bandeja y el hornillo iban a salir volando por los aires.
Afortunadamente, no pasó nada de eso y acabámos disfrutando de la situación. De ahí nos fuimos a por el postre, una especie de macedonia de frutas con leche de coco y leche condensada. Por mi parte no quise tentar a la suerte, demasiado cóctel gastronómico tratándose del primer día. Quienes lo probaron coincidieron en que estaba rico.
Finalizamos el Street Food Tour tomando un té en una terraza a cuatro pisos de altura. Allí, el sonido de las bocinas quedaba más amortiguado, por fin un poco de paz. Las vistas eran espectaculares, sobre el Lago HoAn Kiem. Al fondo el edificio de Correos y el hotel Metropole de la época colonial francesa, uno de los más antiguos de la ciudad.
No ha estado mal para ser nuestro primer día en Hanoi. Mañana más.