Revista Sociedad

Hay veces que es mejor no tener una patria (I)

Por Tiburciosamsa


Imaginémonos algunos titulares de prensa que harían que nos rascásemos la cabeza y nos preguntásemos si no estaríamos ante una inocentada: 1) La ex-vicepresidenta del Gobierno María Teresa Fernández de la Vega reconoce que la pensión que recibe es una exageración y renuncia a cobrarla mientras haya un paro de dos dígitos en España; 2) Residentes en Japón emigran a Corea del Norte atraídos por su gran calidad de vida; 3) El ex-Presidente norteamericano Bush se declara muy arrepentido de haber mentido para justificar la invasión de Iraq y entrega toda su fortuna a una fundación de ayuda a los refugiados iraquíes; 4) El Real Madrid le mete 4 a 1 al Barcelona en el Camp Nou y Mourinho hace unas declaraciones elogiando el buen hacer de los jugadores barcelonistas y reconociendo que ha ganado de chiripa. Pues bien, una de estas noticias fue verdadera. Exactamente la segunda.
La disolución de su imperio colonial al final de la II Guerra Mundial le dejó a Japón con más de dos millones de coreanos en sus islas, lo que era muchísimos más de los que estaba dispuesto a aceptar. Aunque muchos optaron por volver a Corea, a finales de los años cuarenta aún quedaban unos 600.000 en Japón y a los japoneses seguía pareciéndoles que eran muchísimos. Además existía el agravante de que, como ex-súbditos coloniales de Japón, el Derecho Internacional les veía como nacionales japoneses.
A los japoneses tanto coreano junto en sus islas les ponía de los nervios por tres motivos. Primero, porque precisaban de ayudas sociales. Que las precisasen porque eran discriminados y les conseguía encontrar trabajos dignos, no importaba. Segundo, porque existía el temor de que pudieran albergar simpatías pro-comunistas. Tercero, por la tradicional xenofobia de los japoneses. Y bueno, seguro que lo del “kimchi” también contaba, que anda que no huele mal y que te deja un aliento bastante vomitivo.
La suspicacia japonesa sobre el posible izquierdismo de los coreanos es justificable. Desde 1945, los coreanos habían hecho varios intentos por organizarse y las asociaciones resultantes siempre habían tenido tendencias socialistas. Así, la Asociación de Coreanos en Japón, creada en 1945, fue prohibida en septiembre de 1949 en el marco de la nueva legislación para el control de las organizaciones, que restringía el derecho de asociación a grupos subversivos y de simpatías comunistas. En 1955 con el patrocinio de Corea del Norte, el activista sindical de origen coreano Han Deok Su creó Chongryun, la Asociación General de Residentes Coreanos en Japón. Su creación fue posible por el cambio de orientación de Corea del Norte, que decidió que los coreanos en Japón tenían que involucrarse más con la problemática de la Península Coreana y el mantenimiento de su identidad nacional y preocuparse menos por una hipotética revolución comunista en Japón. Corea del Norte esperaba que Chongryun funcionase como un vector de propaganda de las “excelencias” del régimen comunista entre los coreanos residentes en Japón y la propia sociedad japonesa y como una herramienta para mantener adoctrinados y controlados a los coreanos allí residentes. Si las autoridades japonesas permitieron que Chongryun operase, posiblemente no fue tan sólo por su decisión de dejar de inmiscuirse en la política interior japonesa. También influyó que a partir de determinado momento vieron en Chongryun un aliado en sus esfuerzos por desembarazarse de los coreanos.
El gran impulsor del proyecto de repatriación fue Inoue Masutaro, un antiguo funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores especializado en el comunismo, que tenía vínculos con los servicios de inteligencia, y que desde 1955 trabajaba al frente del departamento de Asuntos Exteriores de la Cruz Roja Japonesa. Inoue, evidentemente, no estaba solo y hubo bastantes hombres influyentes que apoyaron el proyecto, como el Primer Ministro Nobusuke Kishi, el ex-Primer Ministro Ashida Hitoshi o el ex-Ministro de Asuntos Exteriores Katsuo Okazaki.
Los motivos de los japoneses eran bastante inconfesables (librarse de una minoría a la que consideraban indeseable y gravosa). El propio Inoue redactó un informe oficioso (“El problema de la repatriación de algunos coreanos que residen en Japón”) que circuló entre los medios gubernamentales japoneses involucrados, en el que hacía afirmaciones de este tenor: “… francamente, es en el interés del gobierno japonés librarse de estos coreanos problemáticos. El gobierno japonés está gastando al año en torno a los 2.400 millones de yenes para ayudarles. Ningún país está obligado a mantener a un extranjero a expensas de su Tesoro Nacional. Lo habitual es que a un extranjero que no puede ganarse la vida se le deporte.” Estas afirmaciones pecan de mala fe: el Decreto sobre el Registro de Extranjeros de 1947 les había encasquetado el estatus de nacionales extranjeros; si no podían ganarse la vida debidamente, a menudo era porque eran discriminados laboralmente. Por si fuera poco, Inoue veía la cuestión también como una baza en las negociaciones con Corea del Sur para el establecimiento de relaciones diplomáticas. En fin que para lavar un poco la cara al asunto, las autoridades procuraron embarcar en el proyecto a la Cruz Roja Internacional. Así todo tendría una patina de honorabilidad y buen rollito.
Al tiempo que entablaban los primeros contactos con la Cruz Roja Internacional, gradualmente les iban apretando las tuercas a los coreanos que residían en Japón, para que la opción de irse empezase a hacérseles atractiva. La principal fue la supresión de las ayudas limitadas que se les daban, lo que unido al limbo jurídico en el que se movían, hacía que lo de regresar a Corea del Norte empezase a no parecer tan malo.
Durante los años 1956 y 1957 hubo contactos informales y discretos entre Japón, Corea del Norte, Corea del Sur y la Cruz Roja Internacional. En ese tiempo hubo algunas salidas de coreanos que aceptaron repatriarse, pero no superaron el centenar. De hecho, a finales de 1955 se estimaba que la cifra de coreanos que deseaban marchar a Corea del Norte estaba entre los 500 y los 1.500, menos del 0’2% del total. En todo caso, los contactos chocaron continuamente con el escollo de que Corea del Sur consideraba que los coreanos residentes en Japón eran ciudadanos suyos (el 97% procedían del sur de la Península), pero se negaba a acogerlos si eran deportados, y que Kim Il-Sung no deseaba una repatriación masiva.
De pronto todo cambió a mediados de 1958, cuando donde dije digo digo Diego y Kim Il-Sung anunció que acogería con los brazos abiertos a los repatriados que le mandasen, que les ofrecería alojamiento gratuito, trabajo, transporte y asistencia. Si se descuida, hasta les promete el derecho a voto. ¿A qué se debió este cambio de postura? Lo primero fue la falta de mano de obra y personal cualificado, tras el retorno a China de los trabajadores que quedaron en Corea del Norte tras la Guerra de Corea. Tan importante como eso debió de ser el deseo de no depender tanto ni de China ni de la URSS. Kim Il-Sung había pasado lo mejor de los años 1956 a 1958 eliminando a posibles rivales de las facciones pro-soviética y pro-china. A lo anterior hay que añadir que cada vez veía con más recelo el proceso de desestalinización en el que se había metido la URSS. La aceptación de la repatriación, además, mejoraría su imagen internacional y puede que hasta de rebote introdujese una chinita en el zapato de las relaciones entre Japón y Corea del Sur que no acababan de arrancar.
Se lanzó entonces una campaña propagandística acerca de las bondades del régimen norcoreano que uno se sorprende que Inoue no fuera el primero en pedir la repatriación a ese paraíso. Chongryun realizó una campaña desvergonzada exaltando las maravillas que les aguardaban a los repatriados en Corea del Norte; igual de desvergonzado fue el eco que los medios de comunicación japoneses dieron a esa campaña. Se hizo creer a los coreanos residentes en Japón que Corea del Norte les esperaba con los brazos abiertos para construir una Corea paradisiaca, socialista, pacífica y unida. La revista mensual “Korea”, editada soberbiamente por el gobierno norcoreano en coreano, inglés, japonés, chino y ruso, empezó a publicar cuentos de hadas, digo relatos encantadores sobre repatriados que habían regresado a Corea del Norte y no cabían de gozo. Esos relatos se intercalaban con los de otros desgraciados que habían tenido la desgracia de caer en Corea del Sur y vivían en la miseria.
En 1960 las autoridades norcoreanas publicaron un hermoso libro titulado “Coreanos repatriados de Japón” que incluye momentos tan bonitos como uno en el que le preguntan a uno de los repatriados por lo que le impresionó más en la visita a una fábrica y responde: “Pienso que la fundación del coque ferroso es muy importante. Estoy seguro de que los japoneses la adoptarán en cuanto oigan hablar de ella. Pero lo que más me impresionó es el hecho de que la investigación científica avanza en líneas conformes a las condiciones del país…” ¡Mentiroso y pelota! En una fábrica las cosas en las que uno tiene que fijarse son en la duración de la pausa del café, si la comida de la cafetería se deja comer y si los servicios están limpios. Del coque ferroso que se ocupen los ingenieros.
Pero más influencia que ese libro sobre los coreanos en Japón, tuvo otro escrito en 1959 por Terao Goro, un miembro del Partido Comunista de Japón, “Al norte del paralelo 38”, que describía Corea del Norte como una utopía hecha realidad, en la que la comida y la sanidad eran gratuitas y no existía la discriminación racial. Kisei Seki, un coreano que estaba pensando en repatriarse y tuvo la suerte de ser invitado a la celebración en Pyongyang del decimoquinto aniversario del final de la II Guerra Mundial, cuenta que en un tren su delegación se encontró con tres repatriados, los cuales, al reconocer a Terao Goro, le increparon: “Vinimos aquí engañados por su libro “Al norte del paralelo 38”. ¿Qué puede hacer ahora por nosotros? Nuestras carreras están arruinadas”. Después de esa visita a Seki se le quitaron las ganas de repatriarse.


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